Hablar bien de los que fallecen es costumbre obligada. No cabe hablar mal del difunto, sacarle sus trapitos sucios. Hay que buscar su lado bueno, o inventárselo, y concluir, aún sin ganas ni convicción, con la exageración de que “deja un gran vacío”.

Entonces, como hace uno ahora para decir que con el fallecimiento del Chema es verdad que uno queda triste, que lo extrañará, que hará falta, que fue un gran tipo. Que fue culto, talentoso, amable, empeñoso, con una sobresaliente habilidad para disolver conflictos y tejer acuerdos, cualidades que dejó ver tanto en el ámbito académico como en el político, en los que fue figura muy destacada.

José María Cadenas, me refiero a él,  murió la semana pasada. Tenía, creo, un poco más de ochenta años, pero a uno le parece que murió prematuramente, como ocurre con la desaparición de gente como él. Se nos fue una figura que nos deja el recuerdo de su dignidad y de su inteligencia sin aspavientos. Hará mucha falta en este país desencuadernado, cada vez más ácido y menos grato, tutelado por la disputa y en el que muchos de los que lo habitan parecieran estar aprendiendo a ser crueles.

Harina de otro costal

En las recientes elecciones parlamentarias celebradas en Finlandia, casi triunfa el partido Perussuomalaiset (el Partido de los Verdaderos Finlandeses, dicho en español), expresión política de la ultraderecha, de la xenofobia y del racismo, que basa su popularidad en el rechazo a los inmigrantes, los cuales, dicho sea de paso, son casi inexistentes (apenas 1,1% de sus 5,5 millones de habitantes). Se trata de un movimiento que  alimenta el nacionalismo, el fantasma que hoy recorre Europa, demostrando que ninguna sociedad, ni siquiera la finlandesa, es invulnerable a la estupidez, al punto de ignorar que en esta época la cooperación y la multilateralidad emergen como condiciones imprescindibles para la gobernabilidad de los países y del planeta.


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