Londres y Portsmouth, San Petersburgo y Pyongyang, Bruselas y Washington, también Caracas, han sido en este mes de junio lugares de encuentros de trascendencia tras los cuales, en diferentes escalas, se deja ver la necesidad de recuperar y fortalecer la institucionalidad internacional, pero también algo aún más esencial. No en vano, en su discurso al recibir al presidente Trump, al recordar la crucial alianza entre los Aliados y Estados Unidos para derrotar al nazifacismo, la reina Isabel II destacaba la importancia de la construcción de instituciones mundiales para preservar la paz y la seguridad, memoria también muy viva en las conmemoraciones de los 75 años del desembarco en Normandía, desde Portsmouth, con la asistencia de los líderes de Norteamérica y Europa.

En esos mismos días, en San Petersburgo, se encontraban los presidentes Vladimir Putin y Xi Jinping con discursos en los que el mandatario de China hablaba de las más de treinta veces que se habían reunido en los últimos seis años y la profunda amistad personal que habían cultivado. Dice mucho la proclamación de esta alianza, con elocuencia tan poco usual pero creciente en el gobierno chino (“Rusia es el país que más veces he visitado, y el presidente Putin es mi mejor amigo y colega”, dijo Xi), porque ocurre en medio de la llamada “guerra comercial” con Estados Unidos, las tensiones geopolíticas en el mar del sur de China y sobre la estela del giro en su cada vez más abierta proyección internacional a través de participación en foros como el de Davos, los del Cinturón y la Ruta para la Cooperación Internacional y la Organización de Cooperación de Shanghái (que incluye a China, Rusia, Kazajistán, Kirguistán, Tayikistán, Uzbekistán, la India y Paquistán). El gobierno ruso, en procura indisimulada de reconocimiento como potencia y en tensa relación con Europa y Estados Unidos, encuentra en el acercamiento a China una buena complementación geopolítica, comercial y financiera. Esos vínculos que tenían como hito referencial la visita de Boris Yeltsin a Pekín en 1992, no han dejado de desarrollarse y vencer recelos a medida que crecieron las inversiones chinas, pero también las preocupaciones estratégicas comunes. En San Petersburgo, en el marco de tres decenas de acuerdos, se han propuesto fortalecer “la estabilidad estratégica” en temas de interés mutuo pero también en asuntos de “estabilidad estratégica global”.

Otro encuentro de trascendencia en el que China ha promovido su propia fórmula para la estabilidad estratégica global ha ocurrido luego en Pyongyang, donde Xi Jinping reiteró apoyo al régimen de Kim Jong-un y, al igual que Putin en su encuentro del mes pasado con Kim, ofreció ayudarlo en materia de garantías a la seguridad del régimen a la vez que manifestó, en ese marco, su interés de trabajar por la desnuclearización de la península coreana. Propuestas que se reiteran, a un año de la fallida cumbre de Trump y Kim en Singapur y la reiteración del desacuerdo de hace tres meses en Hanoi.

En otro ámbito y sentido, en Bruselas, la Unión Europea ha estado trabajando en el borrador de la Agenda Estratégica 2019-2024 a ser aprobada este mes. En el enunciado de sus temas se encuentra la esencia de lo que asomaba la reina Isabel II y está ausente de los acuerdos de Vladimir Putin, Xi Jinping, el líder chino, y Kim Jong-un: proteger a los ciudadanos para que se sientan libres y seguros, con la defensa del Estado de Derecho en su soporte; desarrollar la base económica, que supone fortalecer su modelo de integración basado en el respeto al Estado de Derecho; construir un espacio más ecológico, justo e inclusivo, y promover los intereses y valores europeos en el mundo, que implica fortalecer a Europa como actor internacional, pero también mantener y desarrollar el orden multilateral basado en normas como garantía de transparencia y equidad.

Por este lado del mundo, en Washington, la reunión entre el secretario de Estado estadounidense, Mike Pompeo, y el canciller de México, Marcel Ebrand, frenó al menos por unos meses la amenaza del presidente Trump de aumentar cada vez más (hasta 25%) los aranceles a los productos mexicanos si México no detenía el flujo de inmigrantes a Estados Unidos. También aquí se ha manifestado el llamado “método Trump”, cuyo análisis y críticas han circulado abundantemente; pero lo más interesante han sido las respuestas mesuradas del gobierno mexicano y los apoyos que procuró para alcanzar el acuerdo final, un compromiso costoso y de difícil cumplimiento más allá de lo que ya ha hecho. En esos trances, el gobierno de López Obrador ha sido inusualmente cuidadoso en sus mensajes y gestos, por lo que esa complicada relación significa para la economía de México. Así lo confirma la aprobación por el Congreso mexicano de la reforma del acuerdo de libre comercio con Estados Unidos y Canadá: buena noticia para los mexicanos, entre muchas otras que no lo son, a la que el mismo AMLO le ha dado su apoyo y bienvenida.

En Caracas estuvo la alta comisionada de Derechos Humanos de Naciones Unidas, visita finalmente acordada con el gobierno que desde 2003 ha negado el acceso a misiones del sistema interamericano y de las Naciones Unidas para el examen in loco de la inocultable pérdida de garantías a todos los derechos humanos. La propia Michelle Bachelet había presentado en marzo un Informe oral de actualización en el que exponía la continuidad del deterioro de la situación de extrema gravedad descrita en el Informe de junio de 2018 ( La situación de los derechos humanos en la República Bolivariana de Venezuela. Una espiral descendente que no parece tener fin), a la vez que resumía en estos términos la conjunción de lo político y lo humanitario: “Es preciso que se alcance un acuerdo sobre una solución política para todos los interesados, con medidas para mejorar una amplia gama de problemas urgentes de derechos humanos”.

Y sí, me es difícil no leer lo que sucede en el mundo sin pensarlo desde Venezuela. Así, en todos estos encuentros, tan diversos en sus escalas y temarios, veo un tema en común. Es el que está muy presente de modo espacial en la agenda estratégica europea y en los informes de la Oficina del Alto Comisionado para los Derechos Humanos de la ONU. Es el que siempre está ostensible y deliberadamente ausente de citas y acuerdos como los de San Petersburgo, Pyongyang y, con preocupante frecuencia, de los que participa Estados Unidos.

El tema es la gente, las personas consideradas como tales, cuyo ejercicio de la ciudadanía –con todos sus deberes y todos sus derechos, incluido especialmente el de disentir– debe ser considerado, procurado y protegido, nacional e internacionalmente.

 

elsacardozo@gmail,com

 


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