Los análisis de los estudios de opinión suelen enfatizar en los grandes datos, más aun si favorecen una determinada línea argumental. Sin embargo, hay informaciones menos comentadas pero cuya significación no es menos importante. Un ejemplo de éstas es la valoración de las instituciones por parte de la opinión pública. Es el caso de las encuestas de Venebarómetro –marzo 2017– y de Hinterlaces del mismo mes. El primero muestra, entre otros datos, el alto nivel de valoración de instituciones como la Iglesia Católica (85%), Conindustria (71%) y otras organizaciones empresariales. El segundo destaca, a decir de su propio director, Oscar Schemel, la creciente buena imagen del empresariado incluso en sectores tradicionalmente poco inclinados a reconocer el aporte de este sector a la sociedad.

Dos observaciones de Alfredo Croes, coordinador de Venebarómetro, ponen de relieve la importancia del dato. La primera: se trata de reconocimientos institucionales más que personales. Los voceros no aparecen sino en grado menor, no tienen rostro pero tienen voz. Y la segunda: interpretan una visión de la sociedad que concluye en la necesidad de atender los problemas más acuciantes pero, simultáneamente, proponer e impulsar un cambio de modelo. La continuidad de un modelo que ha traído los perniciosos resultados que hoy agobian a la población, no garantiza sino la continuidad de esos resultados. La Iglesia Católica y los sectores empresariales han sabido interpretarlo así y han sintonizado con la gente.

Una de las conclusiones de Oscar Schemel apunta, por su parte, a los cambios en la aceptación del empresariado como factor de eficiencia y de productividad. Su propuesta, sin embargo, solo apunta a convertirlo en “aliado para modernizar la oferta de desarrollo económico de la Revolución Bolivariana”. El analista reconoce el valor de la capacidad realizadora del empresariado, pero solo en la medida en que ella vaya orientada a apoyar el actual modelo.

La insistencia de gremio empresarial en la necesidad de un cambio de modelo toca el punto central de la concepción del ciudadano y del Estado y de su relación mutua. Una democracia verdadera, centrada en el individuo, en sus valores, derechos y potencialidades, difiere radicalmente de un modelo concentrado en el Estado, abarcador y todopoderoso. Una economía enfocada en la producción y en la productividad difiere de otra que sea dependiente de la renta para mantener el consumo. Una está afirmada sobre la iniciativa privada y la acción creadora de los ciudadanos y la otra se basa en la concentración de actividades y poder en el Estado.

En términos más concretos, en la Venezuela de hoy, la diferencia de modelos se evidencia en aspectos como el de las importaciones, para no señalar sino uno. Los montos destinados a las importaciones han cambiado siguiendo las fluctuaciones del ingreso petrolero, pero, en lo cualitativo, en la medida en que el tiempo ha avanzado, nos hemos concentrado en la importación de bienes básicos cuando en el pasado el gran volumen de nuestras importaciones se componía de insumos y bienes intermedios para alimentar a una industria que se desarrollaba aceleradamente.

El cambio de modelo al que aspiramos los venezolanos de hoy tiene que ver evidentemente con lo económico, pero también, y de manera muy importante, con lo que toca a los derechos y a las libertades, con una visión de las personas como agentes de su destino y de la política como instrumento para la convivencia y la promoción del bienestar. Sobre esta base, el país valora al empresario comprometido con lo que está en su naturaleza: generar trabajo, generar bienes, generar riqueza, generar bienestar. Esta valoración del empresariado debería convertirse en la valoración de un modelo fundado en la libertad, en la iniciativa privada, en el trabajo colectivo, en la justicia social, en la solidaridad y en el saber hacer.

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