Los ministerios de cultura surgieron con las cortes italianas y burgundias que apoyaron las artes, y la noción que están vinculadas al prestigio del Estado, que los emperadores europeos hicieron realidad con la fundación de museos, academias de la lengua, pintura y escultura, y otras instituciones que creó Jean Baptiste Colbert siendo ministro de Luis XIV.

El creador del arquetipo actual fue Joseph Goebbels, que concebía las artes visuales, el cine, los periódicos, las revistas, los festivales de poesía, las hermandades literarias y artísticas, la historia, el folklore, los deportes y hasta el mismo lenguaje, vehículos de propaganda del nazismo. Desde el Reichsministerium für Volksaufklärung und Propaganda que creara en 1933 en el Leopold Palace en la Wilhelmstrasse frente a la Cancillería del Reich [el Palacio Echeverry frente a la Casa de Nariño],  ordenó la quema de 20.000 libros “decadentes”. Creó divisiones de prensa, radio, cine, teatro, música, literatura y publicidad con intelectuales enemigos del arte abstracto, o la música tonal, que sometieron a escritores y músicos a una rigurosa supervisión hasta autocensurarse, inundando la prensa con mermelada toxica que empobrecía los medios y hacía crecer las emisiones de radio, el medio masivo por excelencia.

Palacio Echeverry, Bogotá

Ningún autor pudo publicar, exhibir, cantar, criticar si no era miembro de alguna de las Reich Chambers y una membresía garantizaba su buen comportamiento. Los sobornos de Goebbels como sus amenazas tenían el enorme tamaño de su presupuesto, ofreciendo generosos salarios y subsidios a todos aquellos que le colaboraban. La mayoría de los artistas, teatros y orquestas no podían sobrevivir sin su ayuda tras la depresión económica de finales de los años treinta. Y la democratización de la cultura hizo que los gustos de la clase media se impusieran; que todos gustaran óperas y sinfonías. Los estudios de la UFA en Babelsberg cerca de Berlín emitían seriales de comedias y romances, y su ministerio promovía la compra de radios baratos como si fueran televisores para ver el Mundial, fomentaba eventos masivos en fábricas, exhibiciones en los pueblos, acercaba el cine a las veredas, y hacía de los deportes de la raza aria la salud misma.

Sin que faltaran las reuniones de poetas. En octubre de 1941, como si se tratara de un Medellín del ayer, organizó la Weimarer Dichterreffen, una convención con líridas de toda Europa con figuras como Drieu de la Rochelle o Robert Brasillach, un partidario de Franco que escribía poemas sobre los ácaros de los perros y las plagas de los arbustos, quienes fundaron la Europäische Schriftstellervereinigung, o Liga Europea de Escritores, con la presidencia de Hans Carossa y la vicepresidencia de Giovanni Papini.

El Ministerio de Cultura de Colombia no ha tenido el éxito de Goebbels, y habiendo despilfarrado tanto o más dinero que aquel, ha servido, con éxito relativo, a la hoja de vida de quienes lo han ocupado y a las arcas de sus asociados, así los ocho años pasados, sirvieran a dos capataces: la primera dama de la moda y la de la patanería.

Creado por Ernesto Samper, con el propósito de establecer “otro mundo” o una factoría de corbatas [García Márquez], para la intelectualidad ociosa de la social bacanería que guardó rotundo silencio sobre su elección por parte de la mafia, tuvo como ministros inaugurales a un ambicioso cuestionado en España por malos manejos en una sociedad de autores y a un intrigante mediador de las editoriales españolas [Planeta] y colombianas [Carvajal] que con su ayuda y hasta hoy concibieron el negocio de su vida, proponiendo levantar, en plena era digital, los últimos veinte años, más de mil bibliotecas públicas para inundarlas con sus remates de libros a precios de ministerio. Proyecto perfeccionado por Santos.

Todos los ministros del ramo han invertido billones en esta empresa que solo ha beneficiado las industrias de la construcción y la producción de libros en papel. Incluso la Cacica Araujo, que generó un debate, digno del camarada Enver Hoxa, sobre cultura nacional de masas y cultura cosmopolita, entre Festival de Jazz o Festival del Vallenato; o la ex reina de belleza, Chica Morales, hermana de un retocador realista o doña Elvira Cuervo, que restauró en cervecería el Instituto Caro y Cuervo, donde cataran la amarga de don Rufino los turistas invitados a un colosal Congreso de la Lengua en “honor” de García Márquez, 25 años después de que el director de ese instituto, borracho, gritara que había que encarcelarlo porque sabía del robo de armas del Cantón Norte por el M 19.

Quizás el único momento que ese ministerio pareció, guardadas las simetrías, emular a Jack Lang, fueron los cuarenta meses que estuvo al frente la ingeniera bogotana Paula Moreno. A pesar de tener que convivir con la burocracia que mantiene desde Medellín el urdidor de marras para favorecer sus numerosas salas de juntas, y las concesiones que hizo a los sectores del mamertismo, Moreno puso en marcha una concepción de la cultura que por vez primera se ocuparía de las tradiciones y las minorías, promoviendo el descubrimiento del pasado y el territorio, proyectándoles en las nuevas generaciones; o su trabajo en las cárceles, creando pequeñas bibliotecas con donaciones de libros usados, o la protección y conservación de las lenguas nativas, el apoyo a las pequeñas editoriales, etc. Sin embargo, fue poco lo que hizo para incrementar, con rigor y pulcritud, las bolsas de trabajo creativo juicioso, y mucho menos colectivo, porque ninguno de los ministros ha llegado a pensar que Colombia necesita teatros modernos y escuelas de arte dramático de calidad y han decidido entregarse, mediocremente, a los comerciantes de espectáculos, eso que ahora llaman economía naranja o mente-facturas, que ciertamente beneficia los negocios con el arte y la imaginación, pero deja al garete la creación misma, fuente de la única felicidad que puede alcanzar el hombre en la tierra.

Esto fue lo que llevó a cabo el ministerio de la patanería de Santos en sus ocho inacabables años de infamia y transacciones. Algunas de sus cientos de perlas pueden ser: el apoyo, con gigantescas sumas de dinero a instituciones de origen privado, con actividades minoritarias como el Museo de Arte Moderno de Gloria Zea, que en 2011 recibió 838 millones de pesos; el Festival de Cine de Victor Nieto, 606 millones; la Leyenda Vallenata de Consuelo Araujo, 512 millones; la Feria del Libro de Bogotá de los Hermanos Melo, 505 millones; el Festival de Teatro de Fanny Mickey, 500 millones; Observatorio del Caribe Colombiano de Beatriz Bechara, 450 millones; Cartagena Música International Festival de Julia Salvi, 400 millones; Proartes de Cali de Amparo Sinisterra, 350 millones; Festival de Poesía de Fernando Rendon, 315 millones; Hay Festival de  Cartagena de Cristina Fuentes, 304 millones; Festival de Rafael del Castillo, 155 millones, Et alii.

Las respuestas a los cientos de entrevistas que contrató diseñan el perfil intelectual: “La ministra de la Cultura se complace en invitarle al Teatro Colón a la presentación de Expreso Sur, serie documental producida por los países miembros de la Unión de Naciones Suramericanas fundada por el presidente Hugo Chávez. Viernes 29 de mayo en Bogotá”. “Uno sabe cuándo le tocó un cachaco”, dice la ministra mientras se alista para la imitación. Abraza a una pareja invisible, estira el brazo derecho y empieza a moverlo de arriba abajo, exagerando el énfasis en un improvisado merengue: “Si comienzan a agitar el brazo, me salió bogotano”. “Ama Delirio, la compañía de salsa de sus amigas del alma Buenaventura & Barberena, y si pudiera, viviría en Cali y visitaría Bogotá solo de viernes a domingo”. “Cuando llegué a Bogotá, las fiestas eran muy aburridas. Los muchachos con un whisky conversaban al pie de la chimenea. Y nunca bailaban. Hacíamos un parche y nos íbamos a bailar con un diyei caleño”. “Mis lecturas favoritas han sido El principito. También Julio Verne. Y los cómics. Recuerdo un peluquero que tenía colgados los cómics y uno podía comprar e intercambiar: Lorenzo y Pepita, La pequeña Lulú, Tio Rico McPato, Tribilín, Pluto y Memín, un negro al que le pasan historias dramáticas. Ya en la senectud me gusta Dostoievski. Leo y releo Crimen y castigo, El jugador y El idiota”.

Según informes oficiales desde que la señora asumió el Ministerio de Cultura durante casi la mitad de los años de su existencia, el gobierno de Santos despilfarró unos 2,65 billones de pesos, 37%, 687.000 millones de pesos, en un Plan de Lectura y Escritura que fue un fracaso absoluto, pero una enorme ganancia para los editores amigos del ministerio, que producen casi todos los libros para niños, sin pagar derechos de autor porque los autores han muerto hace siglos y los traductores o son inventados o son traductores fantasmas.  Según los informes ahora los colombianos leen casi 3 libros al año y eso justifica haber invertido en la construcción o mejora de 1.500 locales donde almacenar para las termitas millones de libros.

Pero los informes de 2017 de la Cámara del Libro y el Cerlac demuestran la desaceleración del sector entre 2012 y 2016, años del reinado de la señora. En 2011 se producían en Colombia 28 millones de ejemplares mientras en 2015 decreció a 24, y los títulos pasaron de 4.863 a 1.965. Hay una librería por cada 113.000 habitantes. O sea que la lectura si no se hace en la casa, mucho menos se hace en las bibliotecas del ministerio. Puras marrullas.

La otra aventura se llamó la Ley de espectáculos, que ha llegado a recaudar más de 100.000 millones que han favorecido en altos porcentajes no a los espectadores que tienen que sufrir la mediocridad de los artistas contratados, habitualmente extranjeros baratos no residentes con una retención en la fuente apenas de 8%, sino las ganancias de los productores y los vendedores de boletas elegidos a dedo. Los impuestos indirectos que pagan los espectadores son de 3 UVT, el ministerio recoge la plata y la reparte, políticamente, como le da la gana.

La Ley de cine ha promovido la confección de unas 400 películas de ínfima categoría, que expuestas por las salas privadas, obtienen un dinero extra del bolsillo del espectador, así este nunca perpetúe lo que le pusieron enfrente. Y la de Filmación fomenta y beneficia películas de quinta, producidas a bajísimos precios, que en Hollywood costarían un ojo de la cara.

Y la Ley de patrimonio cultural sumergido, que iba a comenzar a dar frutos con la extracción, por parte de un grupo de amigos del Galeón San José, terminó en una garrotera entre el Reino de España y el gobierno Santos, con decenas de preguntas sin resolver.  

Todo se hizo en la sombra y el silencio hasta que las anomalías se convirtieron en pestilencias. Lo que nunca ocultó la ministra fueron sus odios y persecuciones con todo aquel que le había llevado la contraria o se mostraba irreductible. Para lo cual ideó un plan Anatoli Vasílievich Lunacharski: se inventó nuevos escritores, nuevos poetas, nuevos pintores, nuevos bailarines, nuevos arquitectos, novedosos correveidiles, nuevas compañías de teatro, nuevos conferencistas, nuevos circos, nuevos combos de salsa. Nadie recuerda quién ganó los premios del ministerio, porque nadie sabe el nombre de los Yo me llamo Truman Capote, o Yo me llamo Rabidranan Tagore, o Yo me llamo Joseph Conrad, o Yo me llamo Gabriela Mistral, o Yo me llamo Celia se pudre, o Yo me llamo Cosiaca, etc. Se calculan en 1.412 los Premios Nacionales de Literatura con un desperdicio de 21.000 millones de pesos en cartillas que nadie ha leído y ninguno recuerda. Todos otorgados por los mismo jurados, que son también los mismos actores de las Ferias del Libro. Calumniadores de Alvaro Uribe Vélez, adictos a las FARC que escalaron año tras año la bella escalera interior del Palacio Echeverry.

Ocho años de patanería y eventos para la Primera Dama de la Moda, eso fue el Ministerio de Cultura de Juan Manuel Santos.


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