Estimada señora Bachelet: Conocedor de su trayectoria y de su condición de víctima de graves violaciones de derechos humanos, me atrevo a escribirle estas líneas sobre un tema que no le puede ser ajeno, sobre todo cuando Miguel Bosé nuevamente ha embestido en su contra, afirmando que Ud. es indigna del cargo que ostenta como Alta Comisionada de Naciones Unidas para los Derechos Humanos. Aunque son palabras muy duras, Miguel Bosé tendrá sus razones para expresarse en esos términos.

A través de la prensa chilena, me crucé con el nombre de su padre, posiblemente en el curso de 1971 o 1972. Posteriormente, cuando me correspondió hacer la práctica exigida por el Colegio de Abogados de Chile, asumí la defensa de dos de los acusados en el proceso 1/73, seguido por la Fuerza Aérea de Chile en contra de Alberto Bachelet y otros, en el cual el General Bachelet fue injustamente acusado, como represalia por haber develado una conspiración golpista que condujo a 18 años de dictadura. Mientras ese proceso seguía su curso, el 12 de marzo de 1974 me encontraba en el interior de lo que fue la cárcel de Santiago, en una oficina del segundo piso asignada al Colegio de Abogados para atender a los reclusos cuya defensa se había encomendado al mencionado Colegio; al final de la mañana de ese día, o alrededor del mediodía, escuché a un grupo de reclusos que corría por uno de los amplios pasajes de la planta baja, cargando el cuerpo de una persona que depositaron justo debajo de la ventana en que yo me encontraba; se trataba del General Alberto Bachelet, que un par de días antes había regresado de una sesión de “interrogatorio”, y a quien ese día le había dado un infarto, falleciendo a pesar de los intentos de algunos reclusos por trasladarlo a la enfermería. Después de eso, me enteré que Ud. y su señora madre habían sido detenidas y torturadas.

Usted experimentó en carne propia los crímenes y las arbitrariedades de una dictadura, y conoció los métodos utilizados por ellas. Imagino que esas trágicas experiencias personales le han dado, si se puede, una sensibilidad mayor para solidarizarse con el dolor y el sufrimiento de las víctimas de cualquier tiranía. Sin embargo, en relación con la situación de Venezuela, eso no es lo que se desprende de sus dichos o de sus actos como Alta Comisionada de Naciones Unidas para los Derechos Humanos.

Para cualquier observador imparcial, la información proporcionada por Amnistía Internacional, Human Rights Watch, la Comisión Internacional de Juristas, ONG locales, la prensa internacional, las decisiones de la OIT y de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos, o las sentencias de la Corte Interamericana de Derechos Humanos, sería suficiente para formarse un juicio sobre las graves y sistemáticas violaciones de derechos humanos en Venezuela. Pero, o Ud. es indiferente ante esa información, o es de las pocas personas que no se ha enterado de ella.

El General Bachelet fue acusado de traición a la patria por develar una conspiración golpista, en un proceso que fue sentenciado (después del lamentable fallecimiento de su padre) por un Consejo de Guerra que concitó la atención y el repudio internacional. En el caso de Venezuela, a Ud. parece no importarle que centenares de estudiantes estén en las cárceles de la dictadura por el delito de haber salido a protestar, y que hayan sido sometidos a la justicia militar.

El uso generalizado y sistemático de la tortura en Chile fue el motivo por el que, en 1975, se adoptó por Naciones Unidas una Declaración contra la Tortura y, en 1984, una Convención internacional contra la tortura. Posteriormente, en 1993, se creó la Oficina del Alto Comisionado para los Derechos Humanos, al frente de la cual se encuentra Ud. en este momento. Pero es obvio que los gritos y lamentos de quienes hoy están siendo torturados en Venezuela no han sido escuchados por Ud.

En cuanto a su visita a Venezuela, entiendo perfectamente que ésta no se podía realizar sin haber acordado con el gobierno las condiciones de la misma, a fin de garantizar su acceso irrestricto a todos los sitios que Ud. considerara indispensable visitar, y a fin de garantizar que Ud. o sus colaboradores pudieran conversar y recibir información, sin temor a represalias, de todas las personas que quisieran acercarse a Ud., o que Ud. considerara necesario escuchar. Por lo tanto, entiendo que Ud. o sus colaboradores no pudieran venir antes de que esos aspectos estuvieran resueltos. Pero, lo que me parece censurable es su falta de empatía con las víctimas de una crisis humanitaria de proporciones descomunales.

En las pocas veces que Ud. se ha referido a Venezuela, me ha parecido que el tono y el mensaje han sido insensibles a la tragedia que hoy viven los venezolanos; afirmar que las carencias que hoy deben enfrentar se deben a las sanciones impuestas a Venezuela por otros Estados es ser demasiado económico con la verdad. Después de veinte años, ¿cree Ud. que la falta de mantenimiento de la red eléctrica, o de los servicios de distribución de agua potable, se debe a que Estados Unidos le retiró la visa, o le bloqueó las cuentas bancarias, a unos colaboradores del régimen? ¿Ud. cree que la corrupción rampante, o la caída de la producción de petróleo, es producto de las sanciones de la Unión Europea? ¿De verdad cree Ud. que las golpizas a periodistas extranjeros son la consecuencia de que los países europeos y latinoamericanos no reconozcan la legitimidad del régimen de Maduro? Sostener algo semejante es tan absurdo como afirmar que las torturas del régimen de Pinochet eran consecuencia necesaria de las resoluciones simbólicas adoptadas por la entonces Comisión de Derechos Humanos de Naciones Unidas, que las desapariciones forzadas fueron responsabilidad de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos, y que la censura a los medios de comunicación era el producto de la caída en el precio del cobre en los mercados internacionales. ¡No caigamos en el delirio y la alucinación!

Las violaciones de los derechos humanos, en cualquier parte del mundo y cometidas por regímenes de cualquier signo ideológico, deben ser tratadas con más seriedad y más respeto. Como cuestión de principio, llegué a pensar que Ud. estaría de acuerdo con esta afirmación.


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