La nación padece los efectos mortíferos de la destrucción revolucionaria. A pocos días de efectuarse la farsa electoral, el rostro de Venezuela proyecta a una sociedad enferma. La estrategia de la dictadura para perpetuarse en el poder, con la seudo campaña electoral no logró movilizar a la nación. Ni el actor principal de la trama ni los actores de reparto lograron entusiasmar al pueblo venezolano. La inmediatez del evento, la urgencia del régimen por despachar la norma que ordena realizar una elección, cumplida como elemento de mero trámite, y la misma situación de la oposición democrática han agravado el cuadro de anomia de nuestra sociedad.

En Venezuela lo menos que hemos tenido es campaña electoral. Quienes crecimos participando en campañas demócratas, abiertas, libres y competitivas, asistimos al hastío y a la abulia de esta parodia. Para nada hemos tenido debate político constructivo, ni mucho menos ciudadanos esperanzados en la actividad impulsada por Maduro y su entorno.

Quienes afanosamente le hacen el favor al gobierno para tratar de darle cierta legitimidad, se gastan la mayor parte del tiempo tratando de justificar su conducta con anteriores eventos electorales en los que todos hemos participado y hemos logrado éxitos importantes, llegando al extremo de incriminar a otros conductas reñidas con la ética política por no concurrir en esta ocasión a la emboscada madurista.

Pretenden homologar situaciones políticas, económicas y sociales desarrolladas a lo largo de este período de dominio castrochavista.

Lo cierto es que la patología política de nuestra sociedad ha crecido hasta el nivel de la metástasis. El proceso de deterioro ha avanzado hasta el fraude abierto y descarado.

Al igual que el médico hace con su paciente, al no aplicar tratamientos extremos ante los primeros síntomas de una enfermedad, la dirigencia política no podía llegar a una práctica extrema (como la de no presentarse a la farsa electoral) ante las primeras evidencias de abusos y fraudes que la camarilla roja venía impulsando.

Participamos en diversos procesos en los años anteriores, conscientes de los abusos y ventajismos del régimen. Buscábamos mostrar la fuerza de la sociedad democrática y poner en evidencia a los autócratas.

Buscábamos, y finalmente se logró, que la comunidad internacional comprendiera la naturaleza criminal de la cúpula gobernante de nuestro país.

No es comparable esta situación a la vivida con nuestro retiro en las elecciones parlamentarias de 2005.

Entonces cometimos un error estratégico, porque más allá de los ventajismos congénitos del régimen, el difunto presidente Chávez venía de una relegitimación al ganar el referéndum revocatorio de 2004. Además, la elección parlamentaria de ese año fue convocada en tiempo oportuno y con suficiente espacio para desarrollar una campaña política, más allá de que entonces el extinto comandante gozaba aún de amplio apoyo político popular.

No es esa la situación en este momento, en esta coyuntura.

Como lo he señalado, el ventajismo se ha convertido en fraude abierto. Lo ocurrido con la imposición de una mal denominada asamblea constituyente es una prueba más que evidente de esa afirmación. Pero a ello hay que agregar el tema referido a la inseguridad del calendario electoral, tema esencial en toda nación democrática. Las elecciones no pueden hacerse cuando al gobierno le convenga, y menos usando el factor sorpresa, como ha ocurrido en Venezuela. El factor sorpresa convierte la elección en una emboscada. Pero la situación se hace más grave cuando se recurre a normas unilaterales y sobrevenidas, mediante las cuales se le niega el derecho al voto a un segmento amplio de ciudadanos. Es lo que ocurre con la negativa del régimen a facilitar el derecho al voto a más de 4 millones de ciudadanos residentes en el mundo, que han tenido que salir del país para protegerse ante la inmensa catástrofe social y económica que nos han producido los revolucionarios.

El conjunto de irregularidades ha crecido de tal forma que ya no hay espacio para avanzar en el desarrollo de la política democrática.

La dictadura ha cerrado el camino electoral y político. Solo una fuerza superior puede abrir de nuevo las puertas a una vida democrática normal.

A partir de este evento del próximo domingo 20 de mayo, quedan abiertas las opciones necesarias y eficientes para el rescate de la democracia.


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