Hace muchos años, en los tiempos de la democracia venezolana, leí un artículo científico sobre una investigación que se estaba realizando en un prestigioso centro norteamericano. El estudio estaba relacionado con las condiciones que son determinantes para alcanzar las metas que nos proponemos. Lo que llamó particularmente mi atención fue el hecho de que el proyecto investigativo involucraba, además de personas, a ratones.

Uno de los tantos experimentos que se hacía con estos pequeños roedores consistía en lanzarlos en recipientes de vidrios llenos de agua. La acción se ejecutaba de dos formas diferentes, cuidando siempre que los animalitos involucrados no fenecieran. En un caso se colocaba al ratón dentro del agua, sujetándolo, por un tiempo establecido, con el deliberado propósito de que intuyera que tenía pocas posibilidades de sobrevivir. Cuando procedían entonces a liberarlo, dentro del agua, el animalito hacia unos pocos esfuerzos por mantenerse a flote y se hundía sin insistir en mantenerse con vida. En la siguiente experimentación, se lanzaba sin más al ratón (al recipiente); entonces este, a diferencia del primero, luchaba con más tesón y durante más tiempo, tratando de flotar para mantenerse con vida.

La conclusión que se obtuvo de dichos ensayos fue que quienes persisten en seguir viviendo, luchan más -y generalmente viven más- que los que asumen desde el inicio que no lo lograrán porque todo está perdido de antemano.

Lo anterior lo traigo a colación por el pesimismo que unos pocos compatriotas manifiestan ante la lucha titánica que estamos librando para salir de la aberrante dictadura de Nicolás Maduro. El hecho de que los esfuerzos que hasta ahora se han puesto en práctica no hayan podido doblegar al férreo control que los militares cubanos tienen sobre sus pares venezolanos, no debe ser motivo de entrega ni desencanto.

Necesitamos mantener a todo trance ese estado de ánimo que surge cuando se presenta como alcanzable lo que se desea. Y todavía más, debemos conservar el deseo aunque esté acompañado por la expectación, de una espera tensa.

En estos momentos tenemos que rememorar, una vez más, la experiencia vivida por el Libertador en Pativilca y seguir su ejemplo.Sus hechos quedaron registrados como se exponen a continuación. El 1° de enero de 1824, en el puerto de Pativilca, en el norte de Lima, Bolívar cayó derrumbado con una fiebre muy alta. Durante una semana entera luchó contra la enfermedad sin la asistencia médica necesaria. La asumió entonces como fiebres gástricas, reumatismo y cólicos renales. Producto del mal, se vio obligado a permanecer en el lugar durante dos meses, “muy acabado y muy viejo”, como reconoció más tarde. No obstante ello, desde su lecho de enfermo continuó organizando su lucha contra los españoles, dictando cartas y dando órdenes.

En ese estado lo visitó el enviado de Colombia a Perú, Joaquín Mosquera, quien se encontraba de paso en la zona. Al ver al Libertador sentado en una silla vieja, muy débil para ponerse de pie, con la cabeza envuelta en un pañuelo blanco, la piel en los huesos, Mosquera le preguntó qué pensaba hacer. “¡Triunfar!”, fue su respuesta. “Si los españoles bajan de la cordillera a buscarme, infaliblemente los derroto con la caballería y si no bajan, infaliblemente dentro de tres meses tendré una fuerza para atacar. Subiré la cordillera y derrotaré a los españoles”. Su determinación y su firme esperanza le abrieron después las puertas de la gloria.


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