El mes pasado entró en vigencia el Acuerdo de París, firmado por 195 países en la Cumbre del Clima en diciembre de 2015. Este es el primer acuerdo de carácter universal que contempló la protección del medio ambiente y consiguió que los actores a escala mundial se comprometieran en planes concretos para salvar al planeta de los daños de la contaminación ambiental.

China fue, por primera vez, firmante de este compromiso junto con los Estados Unidos, otro de los grandes emisores de emisiones que provocan el envenenamiento planetario. Para ese momento, diez naciones a escala mundial concentraban casi las tres cuartas partes de las emisiones nocivas para la vida en la tierra (73%) y solo a China le correspondía una cuarta parte de esa responsabilidad (25%).

Sin embargo, el impulso que tanto China como Estados Unidos le dieron fue decisivo para que el acuerdo entrara en vigor con tanta celeridad, menos de un año luego de su firma. Para China ello representó un cambio radical de actitud frente al abordaje de los temas ambientales en colectivo junto con el resto de los responsables del daño planetario. Este país no había sido parte del Protocolo de Kyoto, un importantísimo convenio-marco de la comunidad internacional que databa de 1997 y contenía herramientas comunes para frenar el calentamiento.

No quiere ello significar que los temas ambientales estuvieran por fuera de la agenda de asuntos esenciales dentro de los planes de desarrollo del vasto país de Asia. La protección medioambiental en los últimos 50 años había pasado a ser considerada una “política estatal básica” del gobierno. Una primera Ley de Protección del Medio Ambiente se estableció para fines experimentales en 1979 y se promulgó en 1989. Ya desde 1984 se estableció una Comisión Estatal de Medio Ambiente y 10 años más tarde nació un Comité de Medio Ambiente y Recursos de la Asamblea Popular, todo lo cual ha permitido la elaboración de 12 leyes , más de 20 regulaciones y 250 normas para darle atención a la materia. Lo que ello quiere decir es que, en lo interno, se han logrado éxitos en el tratamiento de la contaminación industrial y urbana y se ha logrado en zonas específicas un control satisfactorio de la contaminación.

Sin que ello pueda ser comprobado por el hermetismo chino en este y otros terrenos, las autoridades, hoy por hoy, se enorgullecen de afirmar que gracias a sus proactivas políticas y la regulación impuesta, en años recientes China ha cerrado más de 84.000 pequeñas empresas que producen la contaminación y que entre las 238.000 empresas que producen contaminación, 90 % ha cumplido normas nacionales.

¿Es esto suficiente como contribución a las metas mundiales? Seguramente no, pero lo que es válido destacar es que este campo es uno en el que China y Estados Unidos han podido hacer causa común para el beneficio de la humanidad. Por ejemplo, alcanzar las metas de los Acuerdos de París consistentes en la reducción de la emisión de gases de manera que el aumento medio de la temperatura planetaria quede por debajo de los 2 grados centígrados por debajo de los niveles preindustriales del siglo XIX, no será posible sin un apego total de China y Estados Unidos a ese derrotero.

El que los dos principales de las emisiones contaminantes del mundo se den la mano de manera contundente facilitará los compromisos de terceros países, ya que cada uno voluntariamente se impone su meta propia de reducción y no existen sanciones en caso de incumplimiento.


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