Maduro quedará en el imaginario nacional como referencia de la intolerancia más visceral que se haya conocido en la Venezuela de los últimos tiempos. Su nombre tendrá el tufo de la muerte que importunará el olfato de los venezolanos que han visto correr sobre el territorio nacional la sangre de gente inocente. Y retumbará el grito de dolor de los miles de heridos y torturados en estos 17 años continuos de lucha incesante por una razón valedera: defender la dignidad de un pueblo que no se resigna a vivir con miedo ni sometido a una camarilla que pretende apropiarse de lo que resta de país.

De las instituciones ya no queda nada. Lo que sí le queda al pueblo es su legítimo derecho a la defensa. Marchar, protestar, pintar una cartulina con consignas, vocearlas, salvarse de los ataques brutales y desmedidos de las fuerzas represivas, como ese chapuzón en las aguas pútridas del río Guaire, que no afectará la dignidad de una ciudadanía que sobresale por su decoro y se abre camino con la bandera que los empodera de valor para desafiar adversidades, como ese bombardeo jamás visto en la historia de nuestra vida republicana. Estupefactos oímos a Maduro ufanarse de haber provocado que una estampida de seres humanos se lanzara a las aguas del río que cruza la ciudad capital. Para él es una “batalla” ganada que lo glorifica. Premia con aplausos y otros elogios a los efectivos de la GNB, de la PNB y de los “colectivos” por semejante “hazaña”. Por nuestra parte, creemos que eso constituye una indeleble mancha que llevará de por vida y que no podrán ocultar sus joyas, ni riquezas, ni esa banda tricolor mal ganada en elecciones trucadas.

Maduro hace recordar tiempos de los bolcheviques, que en 8 meses asesinaron más rusos que los zares en 80 años. Maduro quiere tener en su haber su propia “noche de los cuchillos largos” para solazarse entre sus adulantes de su destreza para guerrear con sus oponentes. Quizás Maduro esté pensando como Stalin, para quien era más seguro tener al enemigo en una tumba que en una cárcel, porque de estas se puede salir, y de las sepulturas, no. Era penoso ver a Maduro bailoteando en una tribuna el pasado 19 de abril, mientras corría la noticia de que habían asesinado a 2 seres humanos en el país. Será por su identificación con Mao Tse-tung, quien llegó a prohibir el luto por los muertos. Para Mao, “las muertes conllevan ventajas porque sirven para fertilizar la tierra”. Y agregaba que “no hay que armar tanto alboroto por una guerra mundial. Lo peor que puede pasar es que muera gente. Que la mitad de la población desaparezca del mapa, lo mejor sería que desaparezca la mitad de la población; lo siguiente mejor, que quedara un tercio”.

Cuando vemos y oímos a Maduro ordenar el arrase con todo lo que se le oponga, retar a los imperios, jugar a la guerra, comprar fusiles, mientras la población pasa hambre, muere a manos del hampa, o desfallece en un centro de salud porque no hay medicinas, no debe quedar una ñinga de dudas de qué “pata cojea”. Por eso es un alumno muy aventajado de los CDR cubanos. También por eso no podemos dejar de protestar hasta lograr cambiar esto.


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