Nicolás Maduro está de retirada. La narrativa de la violencia que desarrolló en la entrevista de la Sexta Noticias, con Jordi Évole, fue la siguiente: “El pueblo se está armando ya”; “Se organiza como miliciano en su barrio, en su fábrica, en la universidad (…) En los distintos espacios. Son cuerpos de combatientes”, “Tenemos la experiencia de 20 años de lucha”, Los bolivarianos no nos rendimos. Luchamos hasta con las uñas”.

Maduro recurre a su último refugio para mantener la usurpación de la Presidencia: el miedo de la guerra. Y en el caso de Estados Unidos recurre a la amenaza, recreando la imagen de que en Venezuela se dará otro Vietnam. 

A estas alturas, Maduro carece de fuerza militar y acción política. No tiene poder de negociación real. Las celebraciones del 2-F y 4-F lo demuestran. Perdió el apoyo popular. Su delirio de inmolarse por la “revolución chavista” para quedar como un ícono revolucionario de la izquierda mundial es un acto de postración. Ya no cuenta ni con el apoyo internacional del partido Podemos, de España. Su secretario general, Pablo Iglesias, dijo: “La situación política y económica en Venezuela es nefasta”.

Después del reconocimiento de los grandes países de Europa, el Kremlin sabe que es difícil sostener a Maduro en la Presidencia y prevé que se dará su salida. Sergei Lavrov, ministro ruso de Relaciones Exteriores, afirmó el martes: “Simplemente será el mismo cambio de régimen que Occidente ha hecho muchas veces”. Asoma la posibilidad de que Maduro sea depuesto por una acción militar.

Hasta ahora, la presión internacional y la resistencia pacífica no han originado la salida negociada de Maduro. Algo que funcionó con los regímenes de Hosni Mubarak, en Egipto (2011), y Ferdinand Marcos, en Filipinas (1986), entre otros.

Por lo que Maduro reta la solución política a la crisis de gobernabilidad en Venezuela. Insiste en la usurpación del poder porque está secuestrado por los grupos mafiosos que controlan Venezuela como son los siguientes:

  • El negocio del narcotráfico manejado por bandas criminales, guerrilleros de la FARC y ELN, los generales venezolanos del Cártel de los Soles, los cárteles de la droga mexicanos, Hezbolá, entre otros.
  • El contrabando del combustible operado por la Guardia Nacional Bolivariana de Venezuela; y
  • Las mafias del oro y coltán, esta última la lidera Nicolás Maduro Guerra, “Nicolacito”, según el diputado de la CausaR, Américo de Grazia.

Además, de la vinculación con el terrorismo islámico a través de Tareck el Aissami.

Esta cúpula mafiosa enquistada en Venezuela es la que no ha permitido a Maduro dejar de usurpar el poder. Sabe que la amnistía no aplica para sus miembros. Por tanto, tiene que jugárselo todo, porque si Maduro cae, se desmorona el Estado-mafioso que hoy caracteriza a Venezuela.

Esta misma situación sucede en la Organización de Estados Americanos cuando se trata de aprobar una resolución que condene a Venezuela. La gran mayoría de los países caribeños vota en contra o se abstiene. Al principio se pensó que la relación de estos países con Petrocaribe ejercía el chantaje del voto. Hoy se sospecha que es la participación en el negocio del narcotráfico por parte de la gran mayoría de los gobiernos de las islas del Caribe la que los obliga a votar en favor del “usurpador” Maduro, porque en el caso de Nicaragua la actuación de los gobiernos caribeños es distinta.

Por lo que en este momento la lucha en Venezuela no es política, porque si así fuera ya Maduro estaría en algún lugar del planeta, Rusia, Cuba, Turquía, Sudáfrica, por mencionar algunos.

Maduro sostiene el eslabón que ha permitido oxigenar financieramente a los grupos irregulares latinoamericanos y el yihadismo. Y apuesta a que la cúpula militar comprometida con las actividades ilícitas “no se raje”, para seguir alargando la arruga hasta que el presidente interino, Juan Guaidó, acepte una negociación porque [Guaidó] no tiene la lealtad y obediencia del Alto Mando Militar.

Por tanto, la terquedad de Maduro, de seguir usurpando la Presidencia de Venezuela, tiene algunas características parecidas a las de Manuel Noriega en Panamá, en el sentido de que el dictador panameño tenía vínculos con el narcotráfico, en especial con el Cártel de Medellín.

Por lo cual, acabar con la usurpación de la Presidencia en Venezuela no solo requiere de una salida para Maduro y su familia al exterior, sino también para los cabecillas de las actividades ilícitas. De lo contrario, la opción de la intervención militar tendrá que activarse para darle cabida al gobierno de transición y a las elecciones.

Maduro está atrapado por el Estado-mafioso.


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