En los días transcurridos entre el 30 de abril y el 2 de mayo del año en curso se reiteró el escenario de mando de un gobierno que es interpretado por la opinión pública como forajido al desempeñarse con saña cuando los ciudadanos en el ejercicio de sus derechos quieren expresarse libremente.

En las fechas referidas fue más que inveterado que el pueblo venezolano, participando en manifestaciones que se llevaron a cabo en todos los estados de Venezuela, ejerció su derecho de manifestar en forma pacífica y multitudinaria  sin que se tuviera por alterado el orden público, para demandar el goce de sus derechos ciudadanos, a la vez que sintiéndose protagonistas del poder constituyente, y en consideración de las irregularidades completamente inconstitucionales que se vienen  cometiendo, marcharon hacia adelante unidos por propia voluntad para demandar lo que ha tenido asidero de aprobación, tanto en nuestras relaciones domésticas, como en el  ámbito de la región y en el de las naciones tenidas como mayores potencias en el mundo.

Las patrióticas demandas han estado orientadas a restaurar la vigencia de la Constitución, menoscabada por la arbitraria actuación del Poder Ejecutivo. Órgano que actuando en contra de  los principios irrenunciables que conforman las instituciones republicanas ha desobedecido el Estado de Derecho, torpeza draconiana de la que ha hecho oficio obligando a la ciudadanía a peticionar del “impostor  régimen”, lo que se ha constituido en un anhelo nacional con base tan fuerte que se ha hecho objeto de la solidaridad internacional. Se arraiga en el sentimiento de nuestra colectividad. Hace  uso de la protesta para  reclamar por medios lícitos: el  cese la usurpación  personificada en Nicolás Maduro.

La instalación de un gobierno de transición. Nombramiento de un nuevo CNE. Abolición de la ANC por espuria; a la vez que prestarle respaldo al diputado Guaidó como presidente de la AN, encargado de la Jefatura del Estado por  mandato del pueblo constituyente representado en el órgano legislativo, para cumplir la forzosa tarea de reconstituir el Estado de Derecho y de Justicia; así como también con el pertinente reclamo para que la ayuda humanitaria dispuesta por naciones e instituciones amigas se haga  realidad: dado que su fundamento, no es otro que la situación de miseria que atraviesa la nación.

Maduro ha dejado de ser factor para la convivencia. Carece del respaldo de las masas. A manera de incordio ha tenido la pretensión de hablar de una revolución cívico-militar. Ha hecho de un grupo selecto del rango militar en servicio activo un acomodo de posiciones burocráticas. Participa en  exhibiciones de arengas militares en desmedro de la civilidad, lo cual no le importa. No toma en consideración la preparación profesional para los cargos asignados. Ignora con malicia manifiesta que la Fuerza Armada constituye una institución sin militancia  política. La conducta ilegal que identifica al régimen no es otra.

Así se tiene como cierta que la elección de una ANC carente de asidero legal para legislar, con manipulación para que este adefesio permitiera –violándose la Constitución– la reelección adelantada de Nicolás Maduro.

Esto originó un “vacío de poder” y  como consecuencia la usurpación, lo que redunda en un aumento exponencial del rechazo a la continuación del presente gobierno de facto, con pedimento de exigencia inmediata de la realización de unas elecciones libres supervisadas por un cuerpo electoral idóneo, bajo la presencia  de organismos internacionales.

La salida de la crisis política venezolana se encuentra sobre la mesa. Las fuerzas populares del país, al liberarse del pernicioso encierro que le había hecho la desaparecida MUD, dejaron de ser cadáveres insepultos para espontáneamente convertirse en actores de una abstención plebiscitaria, tan imponente que hizo ser depositario del poder constituyente al pueblo convertido en reivindicador por excelencia de las causas justas.

La polarización hecha valer por un grupo de conversos se da por inexistente. Justificarla convierte a sus propulsores en “defensores de causas perdidas”. La polarización política dejó de existir. No existe una concentración de votos que se repartan las preferencias de dos partidos ni posibilidades de ser visualizadas. No existen dos polos que dominen la conversión social en todos los ámbitos de la República. Existe, eso sí, con evidencia, dos extremos incompatibles e irreconciliables: Uno, el del gobierno usurpador reducidamente minoritario, sin  consenso de respaldo en el pueblo que pretende mediante el control abusivo del poder imponer condiciones leoninas e inaceptable para perpetuarse , orientados por Rusia y China, Siria y Cuba, esta última República a la cual se le quiere federar Venezuela, que ha hecho del país un reducto de miserables; cuyos nacionales tienen que migrar para mitigar las necesidades de sus familiares. El otro factor: el contestarlo y real, tangible y miserable sin equivocación dialéctica; sin cambio de rumbo. Con el objetivo puesto en el más pronto cambio de nuestra nefasta  condición, que se acrecienta; que cada día gana la confianza del mundo. No es otro que nuestro pueblo, ansioso de justicia, que espontáneamente se abre paso para impedir la entronización de la dictadura. Que se fortalece en la lucha, de comportamiento intransigente, no negociable con un régimen  perverso, intolerante y nefasto que urge su reemplazo.

Nuestro pueblo descendiente de libertadores se levanta. Protesta contra el actual régimen fascista. De dirección inepta y corrupta, orientado por una minoría militar cuyo componente originario hoy, dividido, fue partícipe de un nefasto golpe de Estado en complicidad, por qué no decirlo, de un pequeño número de notables que lo auparon. Le prestaron ayuda económica, predicando la perversidad de la antipolítica: los que hoy se tragan el polvo de su derrota. Este pueblo forjador de las mayores causas unitarias. El que se levantó para declarar la independencia. El que surgió para fundar la República. El que respaldó a los estudiantes del 28; el que participó en la elección de la Asamblea Constituyente de 1952. El que obligó a López Contreras (el de la calma y cordura) a depurar el gabinete. El que el 23 de ener, conformando una unión cívico militar, le dio término al gobierno usurpador de Marcos Pérez Jiménez. Es el mismo pueblo que con apego a la Constitución reconoce a Juan Guaidó como presidente provisional con encargo de ponerle cese a la usurpación. Es el legítimo representante de la soberanía que no entiende la llamada unidad monolítica del sector militar como pretenden los que quieren subordinarlo haciendo uso indebido del poder. Este pueblo ha despertado, actúa de manera consciente para el logro de una combativa integración cívico militar Esto tiene que entenderlo Maduro. Si logra entenderlo, que Dios le asegure buen viaje. Si no lo hace, no solo le queda una vía expedita: corre o se  encarama.


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