La salida de Maduro y sus secuaces del poder es irreversible. La decisión de cambio, expresada firmemente por la voluntad popular, le pondrá fin a una era de escandalosa e impune corrupción, despotismo, arbitrariedades, violaciones a la Constitución, envilecimiento de personas y de las instituciones públicas, sistemático y artero engaño a la población y a la más profunda ineficiencia operativa del Estado que registra la historia moderna de Venezuela.

En realidad, son los cambios que demanda la concepción moderna de la relación Estado-sociedad civil, los que conducirán a sellar el final del espurio mandato de un individuo cuyo tiempo ya pasó, un individuo que carece de poder –porque el poder depende de la legitimidad para ejercerlo–, que se identifica y representa el pasado y, por ello mismo, no se le percibe como el líder que pueda conducir al país en el presente y mucho menos en el futuro. Es un usurpador que, sin el menor atisbo de humanidad, juega con las vidas y emociones de la gente y que se ha constituido en una pesadilla viviente, un estorbo para todos, particularmente para los jóvenes, que reclaman legitimidad, símbolos y esperanzas y por ello le exigen a Maduro que se tome una larga vacación. Una vacación perpetua, diría yo.

La agobiante continuidad de errores y omisiones en la definición y conducción de las políticas públicas, con el asociado despilfarro de los recursos de la nación, y el afán de desnaturalizar y desconocer las tradiciones democráticas de los venezolanos, han generado un ámbito de riesgos que ha puesto en peligro la supervivencia y la viabilidad del país. Por causa de su misma realidad, el gobierno ha perdido progresivamente su capacidad de mando e influencia y la sociedad siente que se impone la necesidad de establecer una forma de gobierno y visión de país distintas de las actuales, para aproximarse a la solución de los problemas que nos aquejan. Se trata, claro está, de la llegada al poder de una generación que se ha formado en la modernidad del pensamiento, cuyas emociones y recuerdos no proceden de las experiencias de la revolución cubana y, mucho menos, del entusiasmo por acompañar una ideología que ha demostrado fehacientemente su ineficiencia e incapacidad para generar el bienestar colectivo. Esta generación encarna el enfrentamiento del país democrático contra el caduco bloque gobernante, para detenerla destrucción del orden constitucional y el hundimiento de una normalidad existencial vilmente agredida por una cohorte de aventureros y corruptos que carece del mínimo de dignidad para rechazar ser dirigidos, desde afuera, por un liderazgo anacrónico, vetusto y decadente. Asimismo, el discurso de esta generación emergente contiene los elementos necesarios para comprender la naturaleza totalitaria del régimen que oprime y acosa, con locura asesina, a todos los ciudadanos. Los jóvenes líderes de hoy, irrumpen contra un parapeto madurista vacío de ideas, atestado de falaces consignas, carente de utopías y esperanzas, lleno de rencor y amenazas contra los segmentos de nuestra sociedad que rechaza al anacrónico remedo de Estado con el que actualmente se pretende gobernar el destino del país.

Esta alternativa generacional es muy importante para influir en el ánimo, las esperanzas y en el cambio de actitud de un conglomerado humano que se ha formado en otras condiciones. De gente que ha vivido una realidad en la que había oferta de trabajo y bienes de consumo, defensa contra la disgregación del país, que tenía la certeza de poseer una identidad propia y disfrutaba de la existencia de gobiernos cuya duración y coherencia institucional parecían confirmar la presencia de una sociedad tranquila y en progreso.

Por otra parte, los líderes emergentes le transmiten al país la sensación de que ellos representan la mejor opción para la recuperación de la autoestima nacional luego de la pérdida de soberanía, de oportunidades y puestos de trabajo, la quiebra de los servicios sociales, la marginación, la falta de estímulos al emprendimiento individual, la proletarización de la sociedad civil y la aberrante división de los venezolanos entre patriotas y traidores. Estos jóvenes convocan a todos los venezolanos a recuperar el país, a reinventar la nación y a diseñar nuestro propio destino. Esta convocatoria se fundamenta en el establecimiento de una nueva relación entre el Estado y la sociedad que garantice una amplia coalición social y la vigencia de una verdadera comunidad de ciudadanos seguros de sus proyectos de futuro.

Los planteamientos y hoja de ruta trazados por la disidencia emergente gozan del más amplio respaldo de la ciudadanía y de la comunidad internacional; vivimos el tiempo y el escenario político apropiados para que concretemos el anhelado cambio. Y también existe en el talante del colectivo de nuestro país una decidida actitud de sustituir definitivamente al autoritarismo actual por una sociedad cuyos fundamentos primordiales, entre otros, sean los valores democráticos, la inclusión, el respeto a los derechos humanos, una eficiente y transparente administración del Estado y un compromiso firme e irreductible de reconstruir al país que alguna vez tuvimos.


El periodismo independiente necesita del apoyo de sus lectores para continuar y garantizar que las noticias incómodas que no quieren que leas, sigan estando a tu alcance. ¡Hoy, con tu apoyo, seguiremos trabajando arduamente por un periodismo libre de censuras!