La señora que preside la espuria ANC ha anunciado el inicio de un gran campaña que comenzará con la instalación de una galería de fotos de Nicolás Maduro que van desde que nació hasta nuestros días en todas las plazas Bolívar de Venezuela, en lo que a todas luces parece ser el inicio de ese expediente tan repetido en los gobiernos dictatoriales del culto a la personalidad. Podría utilizar varias cuartillas enumerando, uno por uno, todos sus desaciertos, pero todos vemos, sin mayor esfuerzo, el desabastecimiento, el país empobrecido, el costo de la vida, Pdvsa destruida, un país que nada produce gracias al estruendoso fracaso que representó la guerra contra el latifundio, las expropiaciones y la destrucción del aparato productivo, sumados estos a los abusos de poder, el terrorismo de Estado, la persecución política, y otros males más que califican al suyo como un pésimo gobierno y, por lo tanto, malquerido.

Y uno se pregunta, cuando el pueblo no los quiere ¿qué hacen los malos gobernantes? Todo parece indicar que aquella respuesta de Vicente de Emparan diciendo ante el clamor ciudadano: “Yo tampoco quiero mando” pasó ocupar un lugar en el closet más oculto de la conciencia de los malos mandatarios.

En la actualidad, no estamos como en aquel confuso 10 de abril de 1810, en presencia del “clamor” de unos futuros patriotas concentrados en unas pocas decenas frente a la Catedral de Caracas, sino ante el estruendoso pedimento de 85% de los venezolanos que han pedido hasta el cansancio la renuncia de Maduro o, en su defecto, un revocatorio de su mandato, y lo han hecho sin importarles la feroz represión que han recibido como toda respuesta de quienes se aferran al poder sin escatimar métodos.

Tampoco estamos frente a una comunidad internacional que durante muchos años estuvo silenciosa y hasta indiferente con el desarrollo de la tragedia venezolana; todo lo contrario, hoy día tenemos a una comunidad conmovida con lo que nos pasa, una Latinoamérica unida mayoritariamente al reclamo democrático opositor, una OEA activada, una ONU que reclama democracia, una comunidad europea que repudia las violaciones del Estado de Derecho y de los derechos humanos, y muchos aliados más de la democracia.

Ya la alarma mundial está activada no solo por la crisis humanitaria que sacude a un país que merecía otro destino, sino porque las mafias y sus más conspicuos padrinos cruzaron la línea de la insensatez, al programar el exterminio total de las voces disidentes de una población que ha sido víctima, según el decir de revolucionarios con larga historia de luchas, de “la gran estafa de la revolución bolivariana”. Y es que ya ni siquiera los más verticales representantes de la izquierda marxista les dan su apoyo por haber sido exactamente eso, una gran estafa a los sueños de un pueblo y a un ideario prometido y jamás cumplido.

Es de advertir que los gobernantes malqueridos tienen como norma actuar en múltiples direcciones y, por lo tanto, son capaces de montar al mismo tiempo una ley del odio como la que se cocina en la ANC con el único objetivo de establecer más censura y encarcelar al disidente a la más mínima falta y, en paralelo, montar ese fatal expediente que recibe el nombre de culto a la personalidad protagonizado, cada uno en su momento, por hombres como Stalin, Milosevic, Hitler, Mussolini, Mao, Fidel y Chávez, solo por nombrar algunos de los que están en una lista que llena las páginas de la historia desde mucho antes de Nerón y Calígula.

¿Se ha preguntado alguna vez, nuestro querido lector, cuánto le costó a la nación el gigantesco dispositivo del culto a la personalidad de Hugo Chávez, quien, duélale a quien le duela, tuvo pueblo, labia, una inmensa bóveda de dólares a su entera disposición, todo ello sumado a un discurso ambiguo, tramposo y lleno de excusas poco creíbles para torear la protesta popular?

Pues, debo decirle que fueron muchos millones de dólares gastados en películas, producción de programas, campañas y tiempo de televisión, creación y compra de conciencias, de medios, emisoras de radio y televisión, periódicos y revistas, dentro y fuera de Venezuela, infografías gigantes que reflejaban el tamaño descomunal de su ego, pago de asesorías y agencias de publicidad que las realizaron, más las comisiones indebidas en cada uno de esos rubros, giras, viajes, regalos a países y mandatarios vecinos y no tan vecinos, mantener a los distintos chulos revolucionarios que desde sus trincheras en París aportaban sus alabanzas mientras tomaban champaña acompañada de exquisitos canapés con generosas porciones de beluga mano sol, langostas del Cantábrico y otras exquisiteces, todo ello con recursos que les fueron quitados a la emergencia hospitalaria, a la agricultura, a la cría, al mejoramiento de la infraestructura nacional.

Pregúntese ahora cuánto le costará a la nación ese mismo periplo aplicado a un hombre repudiado por las grandes mayorías, sin carisma, sin liderazgo, sin discurso, sin propuestas medianamente creíbles que ataquen los verdaderos males que padece el pueblo y, para colmo de males, atrapado como está por una crisis de la que no se salva su partido, dividido como está en las poquísimas bases que le quedan, penetrada la estructura de poder por el narcotráfico y la delincuencia organizada y por la otra también, y sin dólares.

Resultará muy cuesta arriba para cualquier mortal vestir de contenido creíble semejante campaña, encontrar los logros, inventar las motivaciones ocultas de la propaganda por hacer, destinada a darle razones al pueblo para tan siquiera manifestarle aprecio a quien consideran el mayor culpable de todas sus desdichas, bajo la esmerada supervisión cubana.

A un gobernante que haya llevado al país y su gente al borde de una tragedia, invadido por una obsesión de poder por el poder mismo, que no es capaz de reconocer sus propios errores, pero que teme pagar por ellos a la hora de un cambio, solo le queda un recurso, y es montarse en el camino de las dictaduras más férreas, eso sí, ejecutando falsas maniobras de legalidad como las que actualmente realiza con el TSJ, respaldado por las atrocidades que se cocinan en la espuria ANC con directrices muy precisas, avaladas todas por la cúpula militar que sostiene al régimen, a su vez protegido e impuesto por la sala situacional que opera desde La Habana y con un G2 infiltrado hasta los tuétanos, encargado de que las órdenes se cumplan.

El itinerario de ese proyecto está a la vista, perfectamente pormenorizado, con indicadores y señales que no requieren interpretación desde que los Castro descartaron las guerrillas como métodos para llegar al poder, en estas todavía endebles democracias de Latinoamérica.

Cabe esperar que el culto a Chávez, rememorado a distancia y analizado en todos sus efectos, haya dejado una lección bien aprendida para este nuevo evento que está por comenzar, sobre todo en esa inmensa masa de desencantados, tanto aquellos que están dentro como los que ya no están en el partido de gobierno, pero que guardan alguna memoria del caudillo, y que todavía repiten que Maduro no es Chávez.


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