Sí, eso que se anuncia en el título de este artículo parece ser rigurosamente cierto, de ahí que el mundo no levante cabeza ni mejore, por mucho que algunos de sus habitantes –siempre pocos– disfruten de un progreso material desmedido. El término “malo” lo uso aquí en un sentido laxo y pragmático, parecido al que le otorga el pragmatismo americano de un William James o, más recientemente, de un H. Putnam; esto es: aquello que en determinado momento la sociedad puede considerar inconveniente, insensato y hasta imprudente. En este sentido, podríamos decir que los buenos y honrados solo triunfan en las historietas, en esas historias que reproducen los cómics, cuya beatería y mojigatería solo se ve en la ficción. Decía Nietzsche que la moral –o lo que denominamos “bien” y “mal”– fue creada por aquellos que desean someternos, los cuales nos enseñan a comportarnos de una forma en la que ellos nunca creerán, convirtiéndonos así en presa fácil de sus ambiciones.

Definitivamente el mundo no puede ir mejor porque siempre triunfan los mediocres y deshonestos, los cuales, como podría desprenderse del principio de Pareto, son pocos pero tienen mucho poder y son fuertes. La cosa es muy sencilla: cuando se es mediocre en cualquier profesión o aspecto de la vida, tendemos a adular a nuestros superiores para ocultar nuestros defectos. Entonces, gracias a la lisonja y la adulación, se van escalando posiciones poco a poco. Ya en la cima, tendemos a favorecer a quien nos ríe las gracias y nos halaga, que, como se ha dicho, tienden a ser también mediocres y fatuos, con lo cual se crea un círculo vicioso en el que siempre triunfan los deshonestos y adulones, que terminan siendo los que dirigirán nuestras empresas y nuestras vidas. A veces se cuela alguien en el redondel, pero todos sabemos que son las excepciones.

Todo esto viene a cuento porque parece increíble que las sociedades con frecuencia terminen siendo gobernadas por seres impertinentes, vanidosos e indecentes. Nos pasó a nosotros, que todavía no salimos de nuestro asombro al ver la escasa preparación moral y académica de nuestros dos últimos gobernantes, y le está pasando al reino de España. Allí, según vemos, un señor que miente como un bellaco, que ha plagiado descaradamente su tesis doctoral, no solo sigue gobernando sino que pide que no se le critique y se le sea leal. Pero, por si esto fuera poco, parte de su tren ejecutivo está en la misma situación: falsean sus cuentas ante el fisco y se mofan del orden jurídico imperante. El caso es grave porque de él dependemos para que no se rompa la unanimidad que existe en parte del hemisferio occidental sobre la falta de libertades, la escasez y el hambre que se viven en Venezuela.

Los españoles no merecen un presidente así, pero nosotros tampoco.


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