Una hegemonía despótica, depredadora, envilecida y corrupta es por esencia violenta. Más aún, extremadamente violenta. Y ello se agrava, al menos, por dos razones: una, la imbricación entre la hegemonía y la delincuencia organizada, lo cual intensifica la violencia del poder. Otra, por la aplicación del modelo castrista de represión, que se fundamenta en el principio de que “no hay enemigo pequeño”, y que la represión a la crítica y a la disidencia tiene que ser lo suficientemente brutal como para extinguir sus manifestaciones externas.

Claro que Venezuela no es Cuba, y en nuestro país hay una tradición democrática que el régimen imperante en el siglo XXI no ha podido erradicar del ánimo de la población. Pero el uso indiscriminado de la violencia por parte de la hegemonía y sus tentáculos paramilitares en contra de la población venezolana, y en especial en contra de los más jóvenes, es una realidad que retrata la tragedia que sufre Venezuela y que, además, elimina cualquier vestigio de legitimidad al desgobierno de Maduro y sus colaboradores.

Para añadir insulto a la herida, la hegemonía pretende –siguiendo el patrón de la propaganda goebbeliana– responsabilizar a sus víctimas de la violencia. Así las decenas de fallecidos y los centenares de heridos graves son los culpables de la situación. Una tanqueta arrolla a una persona, y la persona arrollada es la responsable del arrollamiento. Los escuadrones represivos y sus aliados, los colectivos armados, disparan a mansalva contra una densa manifestación, ocasionando la muerte de manifestantes y entonces estos terminan siendo señalados como los instigadores de la violencia, es decir, de sus propias muertes.

La hegemonía no tiene escrúpulos en utilizar todo su repertorio represivo, incluyendo las bombas lacrimógenas vencidas, todavía más tóxicas, y el poder de fuego de los colectivos armados –que ni los militares se atreven a subestimar–, y le caen encima a gente que protesta con una intención firme y pacífica, y que como es natural, al ser acosados tan vilmente, tienen que defenderse, así sea con palos y piedras, como en épocas prehistóricas. Pero no, la propaganda roja voltea las cosas y presenta a los agresores como agredidos, a los que disparan contra el pueblo, como defensores de la democracia; a los encapuchados con Kalashnikovs como mártires de la revolución…

Esas patrañas casi nadie las cree en Venezuela, comenzando por los que tienen la obligación de propagarlas. Y fuera de Venezuela tampoco tienen crédito, salvo en las páginas de Granma y otros medios publicitarios de esa índole. Y bueno, los venezolanos se han puesto en marcha porque aspiran a un cambio de fondo, por los mecanismos amplios de la Constitución, que la hegemonía se empecina en negar, porque sus jerarcas saben que la abrumadora mayoría del pueblo los rechaza con una fuerza cada vez más creciente.

¿Quiénes son los dueños de la violencia? Pues, los dueños del poder. De un poder ilegítimo, arbitrario, radicalmente corrompido y con un desprecio notorio por los derechos humanos. Y los dueños de la violencia la están ejecutando sin un átomo de piedad en contra del pueblo venezolano. Motivo de más para seguir luchando hasta que Venezuela pueda empezar a reconstruir la república, la democracia, la convivencia y la paz.

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