En esta hora siniestra de la nación, sorprende la orfandad estratégica de las oposiciones, tanto de la electoral, como de la abstencionista. Pareciera que ambas hayan olvidado que la primera tarea de toda oposición es pasearse por todos los escenarios imaginables y tener para cada uno de ellos no solo las respuestas adecuadas, sino las herramientas que ayuden a una real conexión, para que la gente pueda digerir y aceptar el mensaje. Por eso llama profundamente la atención que no se escuchen convocatorias a la protesta continuada y vigorosa, que el momento trágico que está viviendo Venezuela está pidiendo a gritos, lo que hace aparecer sin voz el descontento de más de 80% de la población hacia un régimen incompetente, corrupto y ofensivo, como el que tenemos.

Nos sorprende todavía más que, siendo la protesta democrática organizada y en la calle el mejor conector entre una dirigencia y la gente, las calles estén vacías. No se entiende, nadie entiende, y muchísimo menos la comunidad internacional, tanta pasividad ante una ofensiva de destrucción como la que a diario ejecuta un régimen, que ha visto convertir sus enormes desaciertos, en una crisis humanitaria de grandes proporciones. Nadie puede entender que, ante la convocatoria anticipada y fraudulenta del régimen a unas elecciones presidenciales con las que pretenden pulverizar lo que queda de democracia, las oposiciones no estén todas en la calle dando la batalla y presionando para que el voto tenga de nuevo un valor, si es que logramos obligar al régimen a reivindicar tanto las condiciones de equidad como las garantías políticas que en esa materia exige nuestra Constitución. En el caso de los abstencionistas es bueno recordarles que la abstención, para ser activa, tiene que estar en la calle con un discurso muy sólido y muy claro, que pueda convencer al sector electoralista de no votar, y convertirse en un instrumento con la fuerza necesaria para provocar el cambio; de lo contrario, habrían sido el instrumento que necesitaba el régimen para ganar unas elecciones sin la necesidad de un fraude.

Si la prepotencia autoritaria se impone, lo cual indefectiblemente sucederá, la comunidad internacional añadiría a su agenda nuevas causales para denunciar a un régimen totalitario que niega el Estado de Derecho.

Preocupa que lo que hemos visto a lo largo de estas dos décadas de lucha contra la autocracia decretada y puesta en marcha por un populista predicador del resentimiento conforma un compendio de estrategias a veces inacabadas, y otras contradictorias, porque la mayoría de las veces se tomaron subestimando al enemigo, sin tomar en cuenta su capacidad de respuesta y dejando de un lado un punto de partida fundamental para generar estrategias eficientes, como fue no entender que estaba frente a una dictadura comunista que, habiendo llegado al poder por el voto, a ratos, utiliza las armas de la democracia para destruirla. Y esto nos da pie para afirmar que la dirigencia opositora, si no toda, una buena parte de ella, se saltó el primer mandamiento de todo opositor, que no es otro que “conocer a tu enemigo más que a ti mismo”. De haberlo hecho, habría sido más acertada al diseñar estrategias efectivas no solo para enfrentar casos como este con el que pretende el régimen cerrar, de una vez por todas, todos los espacios a la oposición, sino mantener al régimen siempre a la defensiva y no al revés, como ha sucedido, gracias a sus propios desencuentros y falta de unidad. En fin, una oposición que en cualquiera de sus versiones, que son muchas, no ha sabido entrar en los laberintos de un enemigo que ha preferido escarbar en el chiquero para embarrar las realidades que le son adversas.

Todos los esfuerzos hechos hasta ahora fueron cortoplacistas, fundamentados como fueron en sus propios proyectos, siempre utilizando los indicadores más visibles de las encuestas, pero nunca basándose en las verdaderas realidades que atormentan a todo el país y que todo político está obligado a escrutar, enfrentar y derrotar. Ni siquiera cuando las oposiciones, obrando con sensatez y contundencia, como lo hizo aquel diciembre de 2015 cuando le arrebató al régimen con el voto, con ese mismo CNE, con ese mismo Plan República, con las mismas trampas y ventajismos, nada menos que la fortaleza de la AN que le habíamos regalado con la abstención de 2005. Lo cierto fue que para el día después de 2015 lo único que vimos fue la explosión de un triunfalismo que le abrió las puertas a todas las apetencias y proyectos personales que esperaban su momento dentro de la MUD, creando con ello un escenario propicio para los desencuentros. En medio de aquel jolgorio el discurso opositor se volvió escandalosamente infantil y los líderes prefirieron decirle a la gente lo que quería oír, cayendo en el error de pensar que aquello era el fin del régimen, sin entender que ese momento requería una estrategia llena de acciones visibles para estructurar el gran frente de unidad nacional indispensable para lograr el cambio.

La verdad de aquel penoso capítulo, que, dicho sea de paso, marcó el inicio de la ruptura que estamos viendo hoy, es que las oposiciones actuaron cada una por su cuenta, pensando en su propio proyecto, sin entender que el día después de la victoria era del país y su gente, de la democracia y de la unidad, sin ni siquiera detenerse a pensar por qué un régimen que sufrió una derrota tan aplastante como la que recibió, reaccionó como si nada le hubiese ocurrido. Lo cierto es que, de allí en adelante, el ritmo del baile lo impuso el régimen. No se declaró en tregua ni dio cuartel, y cuando lo hizo fue para confundir y ganar tiempo, y fiel a su mala conducta constitucional violó, y seguirá violando, la carta magna, con la deliberada intención de imponer su modelo totalitario valiéndose de todas las instituciones secuestradas, reforzadas con la espuria constituyente y esa aberración jurídica que se conoce como la ley del odio.

Faltando apenas cincuenta días para que se consuma un fraude que dejará a Maduro seis años más en el poder, la situación es grave y pudiera ser trágica, porque lo único que tenemos a nuestro favor es el apoyo creciente de la comunidad internacional que ha visto con claridad la tragedia nacional, pero que de alguna manera nos ha hecho ver que no es suficiente, si la propia población no protesta. Veo con sobresalto cómo pasan los días envueltos en una inercia perniciosa, que se convertirá en letal, de no encontrar la oposición toda una forma de protesta democrática y contundente a lo largo y ancho del país, si es que esto es todavía posible, que la vigorice. De lo contrario lo que sucederá es que ni la oposición electoral logrará mover un dedo al CNE, y la oposición abstencionista, sin ir más allá de gritar abstención, tampoco llegará a ninguna parte.

Nos cansamos de escribir hasta el cansancio que sin unidad y ante un régimen tramposo, ventajista y con un proyecto totalitario, el camino de la oposición es, por ahora y quién sabe por cuánto tiempo, intransitable. Que sin unidad su poder de convocatoria carece de fuerza. Que si a la falta de unidad se le une una guerra sorda y sin sentido como la que le han declarado los “indignados” a la unidad democrática, la espada de Damocles, que la sociedad toda tiene sobre su cabeza, indefectiblemente caerá sobre nosotros. De no ocurrir un milagro, esa espada caerá fatalmente sobre todo un pueblo, dentro de muy pocos días.

Al momento de ponerle punto final a este artículo, se confirma la inscripción de Henri Falcón como candidato presidencial, lo cual es un descalabro más para las oposiciones, y será motivo de análisis en mi próximo artículo.


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