La base de nuestra sociedad, tal como la conocemos hoy en día, con empleos, vehículos, smartphones, electricidad, etc, no sería posible si no es por la energía.

Desde la Revolución industrial, pasando por la máquina de vapor, los motores de combustión interna y muchos más, la energía ha transformado nuestras vidas en todos los sentidos.

El desarrollo y tecnificación de la humanidad en los últimos siglos ha sido impulsado principalmente por los combustibles fósiles. No obstante, a pesar de haber traído desarrollo, mayor confort y mejor calidad de vida, los combustibles fósiles han sido señalados como los responsables de grandes problemas, como por ejemplo el calentamiento global, el cual no es más que el incremento promedio de la temperatura del planeta, originado por los gases de efecto invernadero (CO2, CH4, NO, entre otros.).

Actualmente existe un amplio y cuestionable debate sobre si realmente tal fenómeno existe e incluso cuáles son o pudieran ser sus causas, lo cierto es que la comunidad científica en todo el mundo realiza grandes esfuerzos para encontrar alternativas energéticas amigables, con las cuales se pudieran reducir las emisiones de gases de efecto invernadero y a la vez la dependencia de los combustibles fósiles. 

Recientemente, el término biocombustibles ha venido tomando mayor importancia en el sector energético, sobre todo en países desarrollados debido a la posibilidad de poder reemplazar –a mediano plazo– y en gran medida el uso de combustibles fósiles. Comúnmente, los biocombustibles, son asociados a todos aquellos carburantes (líquidos) que son obtenidos mediante procesos termoquímicos a partir de la materia orgánica de origen vegetal, y que tienen el potencial de reemplazar total o parcialmente el uso de los combustibles de origen fósil.

El interés en los biocombustibles recae más en la idea, que en la realidad, de poder contar con un combustible cuyas emisiones de gases de efecto invernadero (dióxido de carbono) sea “cero”. La idea se basa en que las plantas y todo ser vegetal se alimenta de dióxido de carbono (CO2), luz y agua para crecer; por tanto, si somos capaces de producir combustibles a partir de desechos vegetales, agrícolas, forestales, etc., el CO2 desprendido en el proceso de combustión debería ser (y lo es técnicamente) igual al capturado por las plantas durante el proceso de crecimiento; es decir, un proceso con emisiones “cero”, pero en la realidad es un poco más compleja.

En la actualidad los biocombustibles se pueden clasificar de acuerdo con el método o tecnología de obtención y se pueden agrupar en tres grandes grupos o generaciones.

Primera generación “1G” se refiere a todos aquellos combustibles (bioetanol o biodiesel) que son producidos a partir de cosechas alimenticias como girasol, maíz, caña de azúcar, remolacha, entre otros cultivos. Segunda generación “2G”, conocidos también como biocombustibles avanzando, se refiere a aquellos combustibles (bioetanol, biodiesel, entre otros) obtenidos a partir de biomasa lignocelulósica (cualquier fuente vegetal, excluidas las de 1G), las cuales no pueden ser usadas como alimentos; los de tercera generación “3G” son los biocombustibles (biodiesel o biobutanol) obtenidos a partir de algas y microalgas.

Actualmente, los más importantes en cuanto a producción, uso y desarrollo tecnológico son los de primera generación. Sin embargo, la masificación en la producción y uso de estos ha abierto un gran debate, no solo desde el punto de vista ético-moral por el uso de alimento para producir combustibles, sino también por aspectos ambientales propiamente dicho, como la deforestación de grandes superficies de tierras para la siembra de monocultivos, entre otras.

En el caso de los biocombustibles de segunda generación, a pesar de presentar ventajas competitivas en cuanto a ser producidos por fuentes no alimenticias, presentan el inconveniente de tener tecnologías aún en fase de desarrollo y de requerir sistemas de acopio para poder transportar la materia prima hasta el lugar de transformación; por consiguiente, es una tecnología muy costosa para permitir su uso a gran escala (por ahora).

A pesar de que se encuentren en fase de pruebas piloto, los biocombustibles de tercera generación representan hoy por hoy una de las tecnologías de menor costo y de mayores rendimientos en términos productivos (10-15 m3/Km2) en comparación al biodiesel obtenido a partir del aceite de palma africana.

Las principales ventajas de dicha tecnología es que se aprovecha prácticamente de los avances de la primera generación, evita emplear cultivos alimenticios, así como vastas extensiones de tierras para la producción y los cuestionamientos éticos, morales y medioambientales originados por el uso de cultivos alimenticios para producir combustible.

Los biocombustibles de tercera generación no requieren de tecnología de punta para llevar a cabo el crecimiento de las algas; no obstante, los mayores avances a la fecha están siendo enfocados a la modificación genética de las algas con la finalidad de obtener mejores rendimientos, tiempo de crecimientos aún más cortos y subproductos de interés industrial.

El panorama actual de los biocombustibles es prometedor y la ventana de oportunidades está totalmente abierta. Sin embargo, se requiere de mayores esfuerzos en términos de investigación propiamente dicha, así como en materia legislativa, las cuales permitan una adecuada transición hacia dichas tecnologías en el contexto energético mundial y local.

Finalmente, es importante tener en cuenta que los biocombustibles representan (unos mejores que otros) una oportunidad tangible de minimizar el impacto de los combustibles fósiles; sin embargo, es importante tener en cuenta que el equilibrio de dichas tecnologías es frágil y por tanto es necesario analizar con precisión la pertinencia de cada una de ellas en la realidad de cada país, con la finalidad de producir un efecto positivo no solo en términos ambientales sino también económicos.

Referencias

Science Journal 30 June 2017: Vol 356, Issue 6345, eaal2324.

Renewable and Sustainable Energy Reviews, Vol 66, Pag. 631.


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