Todo comenzó con un deseo, al ver que nuestra realidad no compagina con las aspiraciones de tener una mejor calidad de vida. Ese anhelo se convierte en un fuego interno, que nos impulsa a pronunciar una palabra que refleja la totalidad de la esencia de todo ser humano: libertad.

La libertad se convierte en esa llama, que no se apaga con agua, ni con bombas lacrimógenas ni perdigones. Ni siquiera con balas logran herir esa pasión que representa la lucha por ser mejores, por soñar con una existencia mejor.

Desde el 4 de abril de 2017, el gobierno con sus acciones, ha mostrado miedo a las protestas, los diputados de la Asamblea Nacional han salido a la calle para reclamar el desconocimiento de un poder que tiene legitimidad de origen, donde más de 14 millones de venezolanos los eligieron, que representan ese otro país, que quieren cambios, porque están cansados de una realidad que beneficia solo a un grupo de enchufados. A este gran movimiento, se les han sumado los estudiantiles y la sociedad en general, donde enfrentan con valor y determinación los piquetes policiales, a pesar que uno ve en muchos de ellos, rostros aún con rasgos infantiles, expresiones de miedo, pero sus ojos reflejan un deseo en lograr esa liberación, que el gobierno trata día a día en cercenar. 

Sus armas, gritar consignas para expresar su descontento, único lenguaje para poder hacer llegar sus ideas, ya que el país enfrenta en estos momentos un silencio informativo y una complicidad extrema, para acallar una verdad que no se puede ocultar detrás de la censura. Los ciudadanos se han convertido en reporteros, dando detalles de todos los acontecimientos, con el sólo anhelo que sus mensajes puedan ser difundidos en las redes sociales y así dar testimonio de los que sucede en el país.

Las protestas están estimuladas por razones que podemos apreciar en nuestro diario vivir: hambre, inseguridad, inflación, devaluación, escasez y corrupción. Puntos que engloban esa nueva Venezuela revolucionaria, que se le suma ahora el desconocimiento de las facultades de la Asamblea Nacional, expresadas en unas sentencias cuestionadas, que muestran de una vez el talante autoritario de un gobierno que desde que perdió la mayoría, ha utilizado el Tribunal Supremo de Justicia para torpedear la autonomía de los poderes públicos, en este caso el legislativo. A esto, hay que añadirle la represión y el ataque a la libertad de expresión con el bloqueo de medios de comunicación, incómodos a los intereses bolivarianos.

A nivel internacional, la Organización de Estados Americanos ha fijado una posición más proactiva ante los desmanes de un gobierno que solo conoce la violación de los derechos humanos para mantenerse en el poder. Se le suman la Unión Europea, las Naciones Unidas, grupos de parlamentarios de otras latitudes, gobiernos, organizaciones no gubernamentales, en fin, ya la petrochequera no puede comprar conciencias para silenciar con dádivas esas voces condenatorias de la brutalidad y la opresión que sufre esta nación.

Es inevitable, cada vez hay más ciudadanos que se suman, para pedir dimisiones por la actuación autoritaria de unos jueces que fueron designados de manera fraudulenta, en el cual no cumplen los requisitos mínimos para estar al frente de la máxima autoridad judicial del país, donde lo que prevaleció fue más su afiliación política que su trayectoria profesional y académica. Ya los venezolanos están cansados de pedir, de implorar y de suplicar rectificaciones de una forma de gobernar que no cumple con las normas básicas de darle al pueblo una mejor condición de vida, que los ha llevado a la miseria más extrema, expresada en compatriotas comiendo de la basura, de niños muriendo por desnutrición, de enfermos que están sentenciados a muerte por falta de medicamentos.

Sin embargo, el gobierno central se resiste, quieren adormecernos con mentiras; con la desinformación tratan de crear una verdad hecha a la medida de sus engaños. Lo que no quieren que se vea, está a la vista de todos. No pueden contra las ideas libres, ya que la esencia del ser humano es protestar ante las desigualdades. Cada vez más personas se incorporan, para expresar con sus entrañas el descontento. 

Cuál es la respuesta que dan: cerrar las estaciones del metro, para evitar el libre tránsito; usar grupos armados, para generar miedo; llenar las calles de militares, para mostrar un poder que se diluye. Han intensificado la persecución contra líderes de la oposición, encarcelándonos o inhabilitándolos políticamente, sin embargo las protestas siguen. El dolor por los heridos y detenidos injustamente no dio tregua al descontento. Jairo Ortiz, fue la primera víctima mortal, un muchacho que habitaba en Carrizal, salió a protestar y encontró la muerte. Este estudiante de 19 años, alzaba su voz con otros vecinos, cuando fueron atacados. Por ende, esos venezolanos, sean ciudadanos comunes o dirigentes políticos, sin importar su condición, que se sacrifican tragando gases tóxicos, aguantando golpes, pedradas y hasta disparos de armas de fuego, sin importar en arriesgar hasta la vida, haciendo frente a las incertidumbres, enarbolando banderas que expresan el deseo de un mejor país, son nuestro punto de referencia para apreciar su sacrificio, son el llamado a reflexionar en la construcción de una mejor nación. Son nuestros apóstoles y mártires de la libertad. No los olvidemos.


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