La que parecía una fiesta interminable comienza a finalizar. Los ladrones, payasos, farsantes, mercenarios, sicarios judiciales y otros especímenes al servicio del régimen, se van disolviendo en el aire, como el humo. Los grandes negocios, realizados ilegalmente en la más absoluta impunidad, los fastuosos viajes, las regias residencias, las millonarias cuentas bancarias, los elegantes vehículos, los pantagruélicos banquetes, en fin, todo lo heredado y robado se comienza a difuminar por la decidida actitud de una población que lucha valerosamente por cambiar a un gobierno corrupto, ilegal, opresivo, irresponsable e ineficaz.

 La larga gestión de desgobierno de este régimen, insustancial espectáculo por lo demás, no dejará nada importante detrás de sí que no sean el dolor, la frustración, desesperanza y desolación. La triste y pérfida historia del régimen que muere será recordado por su indescriptible ineptitud para manejar la cosa pública, la inmensa corrupción de sus funcionarios y círculos allegados, la vesania de su acción represiva y el gran descaro para cometer, con total impunidad, toda clase de tropelías, en donde han estado ausentes los esenciales principios ético-políticos que rigen y regulan la relación entre gobernantes y gobernados. Preservar sus intereses y objetivos políticos significa, para este patético remedo de gobierno, violar la constitución y las leyes, desconocer los derechos de los ciudadanos, desarrollar un sistema represivo para enfrentar las protestas, en el que las ataca haciendo uso de la amenaza, limitando severamente los espacios en los que son permitidas y, principalmente, amedrentando a la ciudadanía mediante la utilización de irregulares e ilegales cuerpos armados cuya línea política, dada por el gobierno, es la de asolar las urbanizaciones y sitios de trabajo en varias ciudades del país que se destaquen en las jornadas de lucha en contra de este régimen.

Llega a su fin un régimen que no supo entender la realidad de una nación que pretendió gobernar y que no pudo resolver los acuciantes problemas que el común de la gente aspiraba que fueran resueltos. Eso ha sido así porque el régimen imperante siempre ha tenido como objetivos fundamentales subyugar y degradar a la sociedad, hacerla cada vez más vulnerable y dependiente del Estado, mediante la perversa distribución selectiva de cuotas de poder, dádivas y prebendas; mantener el poder a cualquier costo sin importarle las consecuencias que tal actitud le pueda acarrear a los ciudadanos; permitir que una gigantesca y obscena red de corrupción en la que medran diversas camarillas afectas al gobierno, se hayan enriquecido escandalosamente en desmedro de la atención hospitalaria, de la educación en todos sus niveles, del adecuado suministro de alimentos, medicinas, insumos y otros bienes y servicios que necesita la gente. Asimismo, se agudizaron la división y exclusión ideológica y la inconveniente y no deseada pérdida de valores, expectativas y normas para la convivencia social.

Un régimen cuyos resultados pasados y presentes de su gestión son definitivamente malos para el país y que las expectativas de su eventual desempeño futuro dejan mucho que desear para el beneficio colectivo, debe terminar. No puede ni debe continuar en el poder por más tiempo porque se profundizarán las consecuencias negativas de sus errores y omisiones, y más elevados serán los costes de reconstrucción de todo lo que ha destruido por su ineficacia y errores conceptuales.

Los recientes acontecimientos ocurridos en el país, y que han concitado la atención de la opinión pública nacional e internacional, han demostrado la poca inteligencia y eficacia del régimen para manejarlos e indican que se han socavado las bases del poder que transitoriamente detenta y, consecuentemente, que ha perdido credibilidad popular, influencia y capacidad de coacción en el espíritu y talante de todos los ciudadanos y un creciente descrédito y rechazo de la mayoría de los países del mundo. Todo ello ha contribuido a un cambio en la percepción de la gente y de la comunidad internacional sobre el gobierno. En tal sentido, han aumentado el escepticismo y la preferencia por una solución rápida de las dificultades presentes; la ciudadanía se ha tornado más proclive al cambio y tiene más conciencia que dispone de una capacidad creciente para alcanzarlo.

El poder se les está yendo irremisiblemente de las manos a los autócratas que gobiernan y debemos hacer todo lo necesario para acelerar esa realidad política. Ese debe ser nuestro compromiso con el país, nuestra familia y nosotros mismos. Pongamos en marcha nuestras capacidades, hagamos de la unidad nuestro baluarte para la acción. Aprovechemos cabalmente la oportunidad de escoger lo que queremos para nuestra patria y también la de rechazar a quiénes consideramos no aptos para ejercer la delicada y compleja función de gobernar. En síntesis, no desperdiciemos la posibilidad de hacer sentir y valer nuestra opinión, ratificar nuestra tradición democrática y valorizar nuestra participación política para influir en los hechos venideros que marcarán la suerte futura del país. Empujar los necesarios cambios que queremos no acepta demoras, dudas o vacilaciones; no habrá mañana si hoy no hacemos lo que debemos hacer.


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