Cuando en medio de la desesperanza algunos claman por una “intervención militar”, es menester mirar a Siria y atender a las lecciones que nos brinda.

El 15 de marzo de 2011, en el marco de la llamada “Primavera árabe”, los sirios se echaron a las calles de la ciudad de Deráa en unas protestas pro democracia que pronto se extendieron a todo el país. Aquellas manifestaciones pacíficas, a las que Bashar al Assad reprimió sin piedad, terminaron desencadenando una compleja guerra que enfrentó a fuerzas leales al gobierno sirio apoyadas por Rusia e Irán y milicias proxies de Hezbollah (chiítas), contra los rebeldes sirios y kurdos respaldados por fuerzas de la Coalición Global liderada por Estados Unidos; y a estos dos grupos contra el rostro más cruento del terrorismo wahabista de origen sunita: el Estado Islámico (Daesh), el cual se fortaleció antes de “morir” en medio del caos que ayudó a sembrar.

Una compleja guerra que de fría no tiene nada en el seno de la UMMA o comunidad musulmana. Las partes en el conflicto armado culpables de crímenes de guerra y violaciones graves del derecho internacional humanitario, como asedios prolongados de zonas predominantemente civiles, limitando el acceso a bienes y servicios esenciales (Amnistía Internacional, Informe 2017-2018). Y la ONU, frustrada, intentando propiciar una solución negociada. Cuatro enviados especiales, el último el noruego Geir Pedersen, recién estrenando cargo.

Aunque Donald Trump decretó el triunfo contra el Daesh en un tuit en diciembre para justificar la retirada anticipada de las tropas norteamericanas, lo cierto es que el conflicto sigue causando estragos. Este repliegue tomó por sorpresa a muchos, incluidos algunos funcionarios del Pentágono, y la fiabilidad de Estados Unidos como aliado estratégico va en picada entre sus socios de Europa y Medio Oriente, mientras Rusia e Irán fortalecen sus posiciones en la región de la mano de Assad, el autócrata que no vaciló en usar armas químicas contra su propio pueblo para conservar el poder.

Cuando las cosas se complican de esta manera y un país deviene pieza de cálculos o apetencias personalistas en el marco de la geopolítica mundial, quien pierde es la población civil.

Ocho años de guerra en ocho datos 

Más de 500.000 muertos, de acuerdo con el recuento del Observatorio Sirio para los Derechos Humanos, organización que se ha erigido en una de las fuentes más fiables por sus informantes sobre el terreno; 1.106 niños solo en 2018, el año más mortífero para los pequeños desde que se inició la guerra, según Unicef. Las minas y municiones sin estallar entre las principales causas.

La cifra de desplazados sobrepasa los 12 millones de personas, más de la mitad de la población siria que ronda los 20 millones (CEAR, 2019).

De esos, 6,2 millones son desplazados internos y 6,5 millones tienen status de refugiados, repartidos en su mayoría entre Turquía, Líbano, Jordania, Alemania, Irak y Egipto; una cifra que representa un tercio de los refugiados del mundo, indican datos de Acnur publicados a mediados de 2018.

La calidad de vida es muy precaria: 83% de la población vive por debajo del umbral de la pobreza, sin servicios de agua potable y saneamiento adecuados (Europa Press, 2019). Esto se refleja en un Índice de Desarrollo Humano (IDH) de O,536, entre los más bajos del planeta.

Se estima que 13 millones de personas necesitan ayuda humanitaria. 5,2 con carácter de urgencia (Europa Press, 2019).

Un niño sirio de 8 años de edad no sabe lo que es vivir en paz, a menos que haya podido huir y encontrar refugio en un país seguro en el que se garanticen sus derechos. Cerca de 4 millones solo conoce la guerra y de estos, alrededor de 2,1 millones tiene una educación precaria o nunca ha ido a la escuela ya que casi todas han sido ocupadas con fines militares (CEAR, 2019).

Las edificaciones públicas fueron incluso blanco de guerra: 553 ataques contra 348 instalaciones sanitarias, reporta la ONG Physician for Human Rights. Un tipo de ataque “característico” de la guerra de Siria, perpetrado en 90% por parte de las fuerzas aliadas al gobierno.

Los presos políticos se cuentan en miles y las personas en situación de desaparición forzosa en decenas de miles, según Human Rights Watch.

Pero Venezuela no es Siria, aunque se repitan algunos de los actores 

Claro que Venezuela no es Siria y se trata del continente americano, prioritario para los Estados Unidos, y solo un espacio marginal para la Rusia de Putin; pero, en su momento, también se dijo que Venezuela no era Cuba. Mejor si buscamos entendernos de una buena vez entre nosotros, no sea que el sueño nuclear iraní y sus desvaríos terroristas nos exploten entre las manos por intermedio del Hezbollah criollo.

En lugar de creer y promover fantasiosas salidas rápidas, conviene abonar las acciones del Grupo de Contacto europeo en conjunto con el Grupo de Lima, encaminadas no a un diálogo estéril y engañoso sino a la organización de elecciones confiables, con un árbitro y un registro electoral renovados y con verdadera observación internacional.


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