No hay día en que no explote un grito estridente en algún lugar señalado del planeta contra la dictadura de Maduro. Hoy miro en el diario una foto bastante significativa en la que Macron, presidente de Francia, está acompañado de Julio Borges (PJ), Carlos Vecchio (VP) y Antonio Ledezma (SV), y leo que el mandatario se solidarizó con la lucha por la democracia en Venezuela, “lamentó las repetidas ofensas al Estado de Derecho y a los derechos humanos y recordó que las condiciones de la organización de las elecciones presidenciales… no permiten una elección libre, justa y transparente”. Es especialmente llamativa la escena, por supuesto, por el país que los acoge y la notoria presencia europea de su presidente, pero también porque por vez primera veo unidos factores fundamentales de la oposición nacional, lo cual es ciertamente muy valioso. Es un paso hacia la unidad justamente deseada por los que repudiamos el siniestro momento que vivimos.

Además, leo que el nuevo canciller de Perú ratifica el veto a la asistencia de Maduro a la Cumbre de las Américas, igualmente, “por imposibilitar elecciones libres y justas…”. Mañana, no lo dudo, habrá noticias similares, como las hubo ayer y antier. Todo lo cual es sumamente importante.

No es exagerado decir que pocas veces, salvo en situaciones bélicas, se ha visto en el orbe un consenso tan amplio y una acción tan incesante y vigorosa contra un régimen despótico. Pero eso hace más estridente el silencio y la calma que reinan en la oposición venezolana de un tiempo a esta parte, lapso que parece inacabable y que se instala en las más dramáticas circunstancias. Solo suena, y es obvia consecuencia de lo anterior, la improvisada y cómplice candidatura de Falcón, justo un condimento importante de los comicios que repudia el mundo democrático. Y si uno piensa en la proximidad del evento electoral, cada día más viciado, no puede dejar de asombrarse y angustiarse ante tanta quietud. Pareciera que los líderes han tomado vacaciones en el justo momento en que la tragedia nacional llega a uno de sus clímax mayores. Después de la fecha bautismal del neonato Frente Amplio, ciertamente exitosa, no ha habido otra cosa que unas asambleas abiertas, que evocaban las peores prácticas tumultuarias chavistas, como el parlamentarismo de calle y otras joyas populistas, a las cuales asistieron solo decenas de ciudadanos. En Chacao se habló de setenta, sentados en cómodas poltroncillas de plástico.

Tampoco hay que recordar, ahí está aullante y cotidiana, que estamos viviendo la peor crisis social y económica de que se tenga memoria. La hiperinflación mata de hambre y de penuria sanitaria a un número creciente de venezolanos y millones migran desesperados. Son las terribles voces que el silencio soterra. Y no es una elucubración pensar que buena parte del pueblo que sufre los males mayores y más crueles y, por ende, no pueda sino odiar a sus verdugos, se deje manipular por ellos que manejan el mendrugo humillante, el látigo disciplinario y las falsas promesas. De manera que no solo el silencio inmoviliza, sino que le da armas al enemigo implacable.

Y no es que pretenda yo saber de soluciones estratégicas. No creo que tenga que decir que niego, hasta que sea posible, las soluciones violentas que los radicales hipócritas apenas se atreven a insinuar, con poca moralidad. Y sé todas las dificultades que hay para convertir el dolor social en acción contundente y continua, después de las derrotas sufridas demasiado recientemente en varios tableros en que no supimos eludir los puñales de la satrapía. Lo que me atrevería a sugerir es lo más simple: que los dirigentes asuman sus lugares naturales (y cada uno de nosotros también), que lo ejerzan. Y perdonen la simpleza: que hablemos, que busquemos la comunicación perdida, que ofrezcamos solidaridad y compañía, que desgarremos el silencio, que les demos salida a las voces de la desesperación. Lo demás saldrá de allí, de la primacía del verbo…


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