Si algo no quisiéramos hacer los venezolanos es sacarle en cara a ningún ciudadano de cualquier parte del mundo que por necesidades de sobrevivencia se vio forzado a emigrar a nuestra patria. Simplemente porque en Venezuela no pasamos esas “facturas”.

Todos los afectos con que recibimos a millones de extranjeros salían de nuestra alma bondadosa y solidaria. Por eso nos duelen muchísimo las sacudidas que nos producen esos arrestos xenófobos de la diputada panameña Zulay Rodríguez, quien propuso un “proyecto de ley que busca obstaculizar la migración venezolana”, lo que representa una afrenta a nuestro gentilicio. Esa saña contrasta con la actitud de la nueva jefa de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, quién narró su experiencia familiar después de acoger en su hogar a un joven sirio de 19 años.

Ahora bien, estos brotes de rabia contra las oleadas de inmigrantes de todas las nacionalidades no son nada nuevo ni propios de un lugar específico. Lamentablemente se dan de manera simultánea en muchos ámbitos del planeta. Así tenemos que en Estados Unidos hay quienes sostienen arengas racistas y xenófobas contra los migrantes centroamericanos, estigmatizándolos como asesinos, ladrones, o simplemente “basuras humanas”. No obstante, también es válido reconocer la firme conducta solidaria de líderes de ese país del norte de América, que contrariando la Ley de Sedición y Extranjería, impulsada por el presidente John Adams, en 1798, han ofrecido todo tipo de argumentos para facilitarle la vida a millones de inmigrantes que se han cobijado en ese inmenso país.

Pero también en Europa hay países que se muestran reticentes a recibir refugiados, a diferencia del talante caritativo de la diputada alemana Von Der Leyen, así tenemos que en Francia, Italia o Grecia se debaten proyectos legales antimigratorios, auspiciados por grupos políticos minoritarios de ultraderecha, llegando al extremo de pedir que “cierren sus fronteras e impidan el paso de los desterrados de África”.

Esta epidemia de discriminación racial y xenofobia muestra un incremento preocupante en estos últimos meses, según datos mostrados por el director del Comité para la Eliminación de la Discriminación Racial de la ONU, Noureddine Amir. Según esta versión, esos discursos de odio racistas se han dirigido principalmente a migrantes, sin importar su estatus de residencia y sobre todo contra indocumentados, refugiados y solicitantes de asilo, al igual se atacan a las minorías nacionales y étnicas. 

La verdad es que estas manifestaciones de egoísmo no son recientes, tienen una vieja data. Pero también es muy cierto que esas conductas están siendo enfrentadas por movimientos que defienden sin ambages los derechos humanos, atacados con ese resurgimiento del populismo nacionalista, que lleva a los fanáticos a enarbolar banderas que representan la intolerancia xenofóbica.

Regresando al caso venezolano, lo que hicimos en nuestro país por perseguidos políticos de cualquier origen fue sencillamente ejemplarizante. No titubeamos a la hora de abrir nuestras fronteras para protegerlos de las garras de regímenes autoritarios que los perseguían. Por eso nuestras relaciones de amistad histórica con argentinos, chilenos, peruanos, ecuatorianos, colombianos, uruguayos, paraguayos, brasileños, bolivianos y panameños, como fue el caso de Rafael Rodríguez, progenitor de la diputada Zulay Rodríguez, a quien recibimos con respeto en la ciudad de Caracas en los años ochenta.

Desde Venezuela se agradece la afectuosa acogida que gobiernos panameños han dado a nuestros compatriotas, así como también la comprensión de la inmensa mayoría de los panameños para mujeres y hombres que se vieron forzados a salir de la patria de Simón Bolívar a buscar la paz que circunstancialmente no encuentran en su tierra natal.


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