Si no fuera por lo de Lula, las desavenencias entre las reinas de España Letizia Ortiz y Sofía de Scheleswig-Holstein-Sonderburg-Glucksbur, por sus nombres de solteras, hubieran sido la noticia de la semana. De cualquier forma, la inocente intención de una abuela de fotografiarse con sus nietas, la actitud desubicada de su nuera, el pobre papel de sus respectivos esposos, y el llamativo gesto soberbio y antipático de Leonor, la princesa de Asturias (si fuera una plebeya sería propio de una mocosa muy mal educada), ocuparon espacios bien destacados. Cómo si España no tuviera otros temas más problemáticos de qué ocuparse.

Lo de Lula, en tanto, tiene características que llaman la atención. Sobre el suceso se han dicho demasiadas cosas sin fundamentos, ajenas a la verdad y al sentido común y con total irrespeto de los hechos y de la realidad. Se ha manejado con frivolidad ideológica, populista y fascistoide. Se ha dicho mucha mentira y mucha bobería.

Se ha afirmado que lo de la prisión de Lula es un complot para evitar que fuera candidato. ¿Y por qué no era ni fue complot cuando se condenó a José Dirceu? Este fue la mano derecha y primer ministro de Lula, en su primera presidencia, durante la cual sobornó a congresistas –el mensalao–, de lo que su jefe, el presidente, no estaba enterado (ni sorprendido por los votos amigos de sus opositores). ¿Por qué no cuando fue condenado Antonio Palocci, quien fuera ministro de Hacienda de Lula? ¿Por qué no  cuando fue condenado el ex diputado Eduardo Cunha, quien como jefe de la Cámara propició la destitución de Dilma Rousseff? ¿Por qué no  cuando fueron procesados y condenados los más fuertes empresarios del Brasil? ¿Por qué no cuando fue procesado José Neto, tesorero del Partido de los Trabajadores de Lula? Todo el mundo aceptaba y reconocía la labor de jueces y fiscales.

El complot comenzó, aparentemente, cuando la justicia impidió que Dilma designara a Lula como jefe de su Gabinete para escapar, fueros mediante, de la justicia. Fue apenas entonces, cuando le fracasó esa maniobra de clara obstrucción a la justicia, que Lula, con siete juicios abiertos por corrupción, resolvió ser candidato presidencial y que surgió la “figura” del complot.

¿Que no contó con garantías? Falso. No ha habido nadie en la historia de Brasil que haya contado con tantas garantías procesales ni tanta transparencia como Lula. Ni ha habido tantas maniobras dilatorias como las perpetradas por la defensa de Lula. Con los otros procesados y condenados, ni cerca.

En juego la honestidad de los jueces. En este caso ¿y en los anteriores? Ridículo. Una buena parte de los jueces actuantes en las diferentes instancias fueron designados por Lula o el PT.

Que sacó a 28 millones de la pobreza. Es cierto que les alivió la situación repartiendo plata dulce. Pero igual de cierto es que no aprovechó el  buen viento y las consecuencias las comenzó a pagar la propia Dilma: recesión económica por primera vez en 80 años. A los que sí les fue mucho mejor es a los hijos de Lula, a sus amigos de la construcción, a sus amigos banqueros y empresarios que le pagaban cientos de miles de dólares por sus conferencias, a su amigo Marcelo Odebrecht, a quien patrocinaba además fuera de las fronteras. A estos sí que les fue bien con Lula. Y a Lula también.

Que otros corruptos están libres; es así, como el caso del propio presidente Michel Temer (integrante de la fórmula presidencial y por tanto socio y aliado político de Lula y Dilma). Es un sálvese quien pueda. Temer no hace otra cosa que lo que Lula, con cara de “yo no sé”, hizo cuando fue puesto preso su amigo Dirceu, o Neto, o Palocci u Odebrecht.

Que según las encuestas es el favorito. 87% de los brasileños reclama que el futuro presidente “sea un hombre honesto” y 80% opina que Lula “sabía todo” y más de la mitad piensa que no debe ser candidato. La intención de votos por el PT es de 19%. El apoyo a Lula asciende a 37%, pero en encuestas en que no aparecen candidatos ni contrincantes de los dos grandes partidos brasileños –MDB de Temer y el PSDB–. El cotejo es con el diputado Jair Bolsonaro, de ultraderecha. Por ahora son encuestas ficciones.

Elecciones sin Lula son un fraude, dicen sus seguidores. No es así, pero dejará secuela: transformará en una verdad el mero eslogan de que “hubiera ganado”.

Elecciones con Lula, en tanto, no se ajustarían a las leyes ni a la Constitución en el marco de la cual Lula fue presidente por dos períodos. Solo servirían para confirmar aquella vieja profecía del mismo Lula  –cuando era obrero– de que en Brasil solo van presos los ladrones de gallinas y que los ricos y los políticos cuando roban pasan a ser ministros, o candidatos a la Presidencia, como en su caso.


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