Protestas en Irán
AFP

Aunque ha bajado la intensidad de las protestas, Irán sigue conmovida por la rebelión que se desató a raíz de la muerte de Masha Amini, la joven detenida y golpeada por llevar colocado incorrectamente el velo. Ya son más de 100 los fallecidos como consecuencia de la represión desatada por el régimen. Y si bien la estabilidad de este no parece realmente comprometida, debido a su fortificada institucionalidad autoritaria y a la ausencia de una fuerza opositora que sea capaz de amalgamar y dirigir la ola de indignidad (algo casi imposible en un sistema político tan cerrado, donde coexisten, en una singular mixtura, la democracia popular, algunos resquicios institucionales liberales y la teocracia), es posible que las tendencias reformistas y moderadas tomen más fuerza y obliguen a una apertura en ciertos aspectos puntuales, sobre todo con miras a las siguientes elecciones (en las últimas, celebradas en 2021, ganó el conservador Raisi).

Un aspecto que llama poderosamente la atención es que, hasta el momento, no se ha producido ni siquiera un conato de réplica en otros países islámicos, cuestión que podía esperarse no solo por la influencia política y cultural que tiene Irán en los tiempos actuales (así como en épocas pretéritas) sino por lo sensible del momento, signado por los duros menoscabos que han sufrido la mayoría de las naciones en lo económico y social como consecuencia de la pandemia, lo cual se refleja en una ola de inestabilidad política en muchas regiones del mundo. No pocos observadores, seguramente, llegarían a pensar en la posibilidad de una nueva primavera árabe, aquel movimiento que incendió la pradera en 2010 a raíz del suicidio en Túnez de Mohamed Bouazizi, un joven vendedor informal descontento con las regulaciones del Estado; es obvio que no ha sido así, ni será, si tomamos en cuenta que ya ha pasado casi un mes y medio del lamentable incidente de Amini.

La ausencia de réplicas sustantivas de la rebelón femenina iraní contra el velo -además del dato conocido de lo complejo e impredecible de la dinámica política actual- puede explicarse -entre otros factores- por lo disímil y variado de las conquistas femeninas en el mundo árabe e islámico en general: tiende a olvidarse, en efecto, que, como sucedió en los países occidentales desde finales del siglo XIX, las mujeres han ido conquistando progresivamente derechos civiles y políticos entre las naciones donde se sigue al Corán,  aunque en general los logros son mucho menores en lo que respecta a la autonomía sobre sus cuerpos y otras libertades personales, debido en buena medida a la ola de influencia clerical y fundamentalista que tomó fuerza, precisamente, después de la Revolución Iraní de 1979. También tiende a olvidarse que en muchas naciones árabes o de mayoría musulmana, la laicización obtuvo considerables avances a principio del siglo XX, como fue el caso de Turquía desde las profundas reformas de Mustafa Kemal, y de la propia Irán desde los tiempos de la dinastía Reza Pahleví).

Ahora bien, es del mayor interés precisar que las rebeliones de género no se refieren solo a las luchas de las mujeres. En los últimos años, de hecho, estas rebeliones se han ampliado extraordinariamente, sobre todo en lo que respecta a los movimientos por la diversidad sexual, que han adquirido tal visibilidad, que no sería exagerado decir que están creando una polarización en muchos países del mundo occidental, o donde la influencia de este está extendida. Lo que comenzó en los 60 y 70 como un conjunto de demandas de aceptación del movimiento homosexual, se fue nutriendo en las últimas dos décadas de exigencias de reconocimiento de su orientación sexual parte de una impresionante variedad de minorías, que pareciera no cesar de aumentar cada año en complejidad y diversidad: LGTBI, transgénero, intersexuales, no binarios, no género, queer, etc.

La fuerza arrolladora que ha tenido en algunos países este movimiento por la diversidad sexual, logrando en relativamente poco tiempo importantes conquistas en diversos ámbitos de la legislación (el matrimonio homosexual, el derecho a procrear de parejas del mismo sexo, el reconocimiento oficial en el Registro civil de su identidad -como acaba de suceder en Chile con una persona no binaria-  entre otros) nos lleva a preguntar si tendrá la amplitud y la universalidad que adquirió (con las limitaciones parciales señaladas en el mundo árabe y otras pocas expresiones civilizatorias del orbe) el movimiento femenino.

Obviamente este es un tema polémico y difícil de dilucidar, pues los movimientos de diversidad sexual son relativamente recientes y ellos mismos están llenos de debates, diferencias y matices. Los hechos nos hablan, además, de crecientes resistencias a sus avances, aún en los países occidentales más liberales, así como el surgimiento de significativos contramovimientos de carácter conservador (en América Latina, por ejemplo, sectores protestantes han tomado fuerza en los últimos años enfrentando, en parte, las banderas de la diversidad, alcanzando significativos triunfos y avances en el plano político electoral).

La virtual universalidad que han tenido los movimientos femeninos no admite, prácticamente, discusión. No pocos estudiosos estarán de acuerdo en que constituyen, quizás, el hecho más trascendente del siglo XX, por encima de las pomposas revoluciones políticas y tecnológicas, si tomamos en cuenta el impacto que han generado en el plano económico, laboral y de creación de la riqueza, en la educación y en la cultura como un todo.

Que los movimientos por la diversidad sexual alcancen tal universalidad, en cambio, luce muy dudoso (dejando a un lado la simpatía o no que nos generen sus apasionadas perspectivas del hombre y del mundo). Mientras el feminismo fue manifestación y gesta de la Ilustración, y tomó fuerza en el apogeo de la sociedad industrial (el clímax del capitalismo mediterráneo), los movimientos por la diversidad nacen en un contexto muy diferente: el momento del declive de Occidente y de la sociedad industrial; mientras un movimiento expresa el apogeo de la modernidad, y de los ideales democráticos y liberales, el otro expresa, en cambio, el desencanto con respecto a los ideales colectivos y de redención social, y el refugio en las más escépticas y variopintas subjetividades individuales (diría Lipovetsky, las ideologías del yo). De cualquier forma, valga acotar, esta historia no ha terminado y nadie puede presumir conocer los avatares de sus nuevos capítulos.

@fidelcanelon


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