¿Hacia a dónde vamos?

El pasado 28 de abril el presidente Donald Trump, por segunda vez consecutiva,  dejó plantado a los corresponsales de la Casa Blanca y no asistió a la cena anual que realizan desde 1920, en conmemoración del Día de la Libertad de Prensa.

En estos casi 100 años muy pocos mandatarios han faltado a esa cita.

El 4 de mayo Trump fue el orador principal en la Asamblea Anual de la Asociación Nacional del Rifle (NRA por sus siglas en inglés). Es la segunda vez consecutiva que el presidente asiste a este evento al que no concurría ningún mandatario de Estados Unidos desde hace casi 30 años.

 Trump calificó de “patriotas” a la gente “del Rifle” y les expresó que durante su mandato hará respetar la Segunda Enmienda constitucional que garantiza a los ciudadanos el derecho de poseer y portar armas. Se comprometió a “defender esos derechos y libertades” (los de los del Rifle)

El mandatario no fue tan celoso, en cambio, con respecto a las libertades y derechos establecidos en la Primera Enmienda constitucional, que es la que prohíbe toda ley que limite la libertad de expresión. Con respecto a este otro item constitucional el enfoque de Trump es diferente: al comentar su “faltazo” a la cena, habló de prensa “basura” –lo que no es ninguna novedad– y criticó la forma y el destaque que los medios daban a determinadas noticias que lo involucraban, lo que tampoco es nuevo.

Estos hechos y actitudes más que dar una pauta de “por dónde va la cosa”, ratifican y refuerzan una línea de la actual administración estadounidense, cada vez más cuestionada por las organizaciones de defensa de la libertad de expresión y de los derechos humanos.

Es cierto que la poderosa NRA da un apoyo incondicional a Trump y que el tema de la tenencia y porte de armas es discutible y motivo de debate no solo en Estados Unidos, sino en muchos otros países. Pero lo que no admite discusión es el derecho a la información y la libertad de expresión de los ciudadanos.  No es lo mismo andar armado y a los balazos y que la gente se entere,  a que ello ocurra y nadie sepa ni pueda saber lo que está pasando. La diferencia es muy grande.

Lo de las armas, por otra parte, es un tema en permanente discusión, sin muchos cambios y que se arrastra desde siempre. Con la libertad de prensa ha sido diferente: se ha afectado en alguna forma un esquema vigente desde hace dos siglos y medio que ha hecho que Estados Unidos sea reconocida como una de las naciones más libres y democráticas.

Con Trump presidente vino el cambio. La pregunta es ahora, ¿cómo fue que él llegó?

¿Fue producto de la suerte que le haya tocado a este señor ser presidente o fue la consecuencia de complots varios combinando Internet, plataformas varias, noticias falsas? Puede que haya algo de esto último, pero resulta una explicación demasiado cómoda –como lo es la del “brexit”–, una forma de autoengañarse y de buscar causas y motivos sin considerar datos de la realidad que pueden no gustar o no ajustarse a lo políticamente correcto y a las tendencias del momento.

Trump no llegó a la Presidencia de Estados Unidos por pura casualidad. Tampoco porque hizo fraude, o algunas trampitas, que por cierto siempre las hay y de los dos lados. Trump llegó porque lo votó la mayoría de los electores, y estos no fueron engañados y llevados de las narices con fantasías y pantallitas. Los electores no son tontos, ni en Estados Unidos ni en otras partes del mundo.

La cuestión es por qué la mitad de los estadounidenses votaron por Trump o los ingleses a favor de su salida de la Unión Europea.

Esa es la materia pendiente. Y en todo ello hay una gran responsabilidad de la prensa, que tiene que reencontrarse y reafirmar su rol sin ceder terreno y hacerle el coro y hasta ponerle música sinfónica a ciertos cantos de sirenas que resuenan, no tanto como se dice, por las redes.

Para empezar, la prensa de Estados Unidos debe escarbar un poco más para saber por qué votaron por él. No es cuestión de confrontar, de criticarlo y ridiculizarlo.  Debería, primero, asumir su culpa por haberlo dado a conocer por toda la nación –por muy estrafalario que se lo mostrara– dándole primeros planos y “haciéndole el juego”. Es decir, admitir, que fue usada. Y a partir de ahí cuidarse de no ser usada nuevamente, por Trump o por los demás.

Y esto que vale para la prensa de Estados Unidos y el fenómeno Trump, también vale para la prensa de muchas otras partes y otros “fenómenos”.    

   


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