Año 1979. Había conocido al cardiólogo internacional Vicent Philips en el Hospital Universitario de Los Andes (HULA), cuando visitaba a una joven italiana estudiante de Letras en la Universidad de Los Andes. Ella se convertiría en mi esposa, madre de mis mayores hijas, a quien, durante esos días, el afamado médico cirujano le realizó una parotidectomía. Hombre admirable, como pocos he conocido, residenciado en Suiza pero viajero por razones profesionales. Año tras años, venía dos veces a Venezuela donde realizaba intervenciones quirúrgicas de «corazón abierto»  y varicectomías (entre otras menos complicadas).

Philips tenía una pequeña clínica privada, cerca del apartamento que yo ocupaba, en la avenida 03, próxima al Hotel Oviedo, esquina con calle 34, Sector Glorias Patrias. En el HULA pidió mi número telefónico, lo cual yo no sabía porque creí que él no tenía vínculos con intelectuales. Me telefoneó:

-Albert, ¿eres tú? –me preguntó con voz casi apagada

-Cierto, ¿quién me llama? –respondí.

-Vicent Philips, porque necesito formularte una propuesta … ¿Puedes venir a mi clínica ya? En el hospital, las chicas que visitaron a mi paciente Carla junto contigo me dieron tu número telefónico.

-Ah, sí, Laura y Carolina, compañeras de clases de Carla. ¿Cómo ves su caso?

-Se recuperará y vivirá muchos años, tranquilo.

Salí rápidamente, intrigado por esa llamada. Llegué al centro clínico en tres o cuatro minutos. Una secretaria-enfermera me condujo al despacho del eminente galeno.

-¡Bienvenido, Albert! –exclamó-. Mira las fotografías, cuando yo era muy joven y trabajaba arduamente con el propósito de pagar mis estudios de medicina en Suiza.

Me causó extremo impacto verlo fracturar calles con un taladro rompedor de pavimento, concreto y piedras. Henchido, me señalaba las imágenes mientras pronunciaba fechas y lugares exactos donde fue obrero.

-Sentémonos –dijo-. Quiero proponerte que ingreses a la Masonería Merideña, reúnes todas las condiciones que se requieren. Eres escritor, intervienes positivamente en debates políticos con editoriales o textos de opinión política. Tu crítica social es demoledora. Eres sátiro, cínico, sarcástico y humorístico. Pero, pronuncias verdades… Si aceptas, pautaré tu iniciación para la próxima semana, en una hermosa casa que los masones tenemos en Valle Grande. A nuestros amigos José Manuel Briceño Guerrero y Rafael Pérez Clavier (quienes, como yo, son grados 33) les pareció una magnífica idea incorporar alguien que, como tú, podría dirigir el proyecto de una revista masónica. Regresa a tu apartamento, piénsalo, somos élite: il est important qu’un écrivain comme vous soit maçonnique.

-Bien, meditaré sobre ese asunto. Debo viajar hacia Barquisimeto, para ver a mi madre. Mi padre es masón y le hablaré sobre tu propuesta.

-Antes de que viajes, me gustaría presenciaras una intervención quirúrgica de corazón abierto mañana. Te esperaré a las 7:00 pm aquí. No te afectará, eres proclive a escribir ficciones macabras.

-Casualmente, el doctor Rafael Pérez Clavier (de la Facultad de Medicina de la Universidad de Los Andes, que has mencionado) me invitó a conocer su colección de fetos resguardados en el Departamento de Malformaciones Congénitas. Se los envían desde el HULA.

-Te sorprenderán esos fenómenos, Albert. Hallarás bicéfalos, niños con cabezas mitad monstruosas y mitad humanas. Pero, te motivarán redactar cuentos.

Cuando estuve en Barquisimeto, pregunté a mi progenitor en qué consistían las iniciaciones masónicas. Preludió que fue obligado por The Creole Petroleum Company ingresar a la masonería para ascender de capataz a supervisor petrolero. El staff de la presidencia y superintendencia transnacional lo exigía.

-Me llevaron a una casa periférica, fuera de las instalaciones petroleras. Era la medianoche. Estaban los jefes grandes, casi todos norteamericanos. Me dijeron que debía desnudarme. Al principio creí que bromeaban, pero ellos estaban muy serios. Me azotaron la espalda con ramas de cocoteros. Me dieron un machete muy afilado e introdujeron a una habitación oscura, sin ventanas: en un mesón hay una criatura viva, atada con mecates, Marcel (advirtieron con severidad en sus rostros) demostrarás tu lealtad mutilándolo. Al salir te ducharás y vestirás. Nada habrá sucedido. Sobre ello nadie hablará jamás. No trascenderá.

-¿Era un animal o persona?

-En grado 33, no sé.

@jurescritor

 


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