El ser humano desde que tiene nociones de su realidad, ha buscado entender esa verdad que le pueda dar luces en momentos de dudas y respuestas en momentos de incertidumbres. El despertar del hombre viene precisamente cuando logra separar el conocimiento de la fe y así dar paso a las ciencias duras por un lado y a la filosofía por el otro, de esta forma logra poder así elaborar teorías y corroborar preceptos, como una manera de explicar su entorno y los acontecimientos que lo rodean.

Para entender lo anteriormente descrito, podemos recurrir a la historia y ver cómo se originaron la revolución industrial, la revolución francesa, el nacimiento de grandes pensadores, en fin, todo para poder dar respuestas a incógnitas que estaban hasta ese momento, bajo el manto de la protección de las diferentes religiones en el mundo.

Por lo tanto, es el hombre moderno quien trata en cada paso que evoluciona el conocimiento, adaptarse a los nuevos tiempos que se originan a su alrededor. Es admirable lo que ha sucedido los últimos doscientos años, con avances tan significativos que solo eran vistos en películas de ciencia ficción.

Pero, aquí comienzan los cuestionamientos, en el siglo XXI los medios de comunicación y las redes sociales han reducido las distancias en el mundo, por lo cual cualquier acontecimiento que suceda en algún rincón del planeta, puede ser apreciado en tiempo real. Sin embargo, es precisamente ese bombardeado de los mass media sumando a las redes sociales, revive más que nunca la teoría de la aguja hipodérmica, creada hace cien años. Hago esta afirmación, porque revisando en mi biblioteca, encontré el libro de Charles Wright, Comunicación de Masas: Un Enfoque Sociológico. En el mismo explica como ese fenómeno, que tuvo como base de estudio la propaganda nazi antes y durante la segunda guerra mundial, explica que la audiencia está compuesta por individuos aislados y atomizados, que reaccionan a las órdenes de los medios de comunicación, eso quiere decir que el público es atacado por el mensaje, la cual genera una reacción similar en todos aquellos receptores de los anuncios.

Ahora, con la masificación del Internet y el nacimiento de las redes sociales, el efecto se ha elevado geométricamente, porque a pesar que estamos ya en el segundo decenio del siglo XXI, muchos creen que lo que ven en la televisión, oyen en la radio o reciben a través de Twitter, Facebook o Tiktok, es la pura y absoluta verdad. De ahí nacen los demagogos, los encantadores de serpientes, los falsos mesías y los pseudos líderes.

No está de más decir, que las técnicas de publicidad y propaganda se aferran a ese precepto para poder vender productos e ideas y así, generar una satisfacción falsa en las personas que los adquieren. Por eso se hace incomprensible cómo es posible convertir mentiras en verdades, que a veces originan conductas idiotizadas por un lado y aberrantes por el otro, que están completamente alejadas de las necesidades humanas. Eso da pie a las más disparatadas teorías conspirativas, en la cual se comprueba que hombres y mujeres son capaces de creer ficciones para explicarlo todo, así nace el fanatismo desbordado.

Por lo tanto, aquellas personas que todo lo creen y lo que no saben, se aferran a cualquier explicación desfasada, convierten las falacias que rondan en el ambiente, en sus propias y firmes opiniones, pensando que son las correctas, ya que son divulgadas en diferentes medios y redes sociales, pero sin detenerse a pensar si son verdad o mentiras construidas para favorecer una determinada posición. Es duro lo que voy a afirmar, pero para creer teorías conspirativas y falsos positivos, hay que tener un coeficiente de estupidez muy alto, porque como personas somos capaces de reflexionar y comparar lo verdadero de lo falso, eso demuestra sabiduría.

Lo cual el hombre que cultiva el conocimiento tiene la capacidad de pensar, reflexionar y razonar cuando le toca hacer frente a situaciones complejas. Además, al no tener las herramientas para hacer frente a un dilema, pide consejo para ayudarlo a fijar posición, eso demuestra que está consciente de sus limitaciones, pero no lo convierte en un ser vulnerable, todo lo contrario, se fortalece su conocimiento.

Pero, volvemos a los peros, no todos tienen la misma predisposición y siempre habrá en nuestro camino, muchos incrédulos que no piensan porque es un ejercicio agotador, a su vez lo que oyen no lo entienden y lo que ven no saben cómo explicarlo. De ahí nacen los analfabetas funcionales que se convierten en extremistas. Son fácil de identificar, porque cuando hablan no tienen argumentos para soportar sus palabras, se ríen de cualquier cosa sin saber por qué y se aferran a lo material como la única manera de justificar su vida, en pocas palabras, no les interesan otras personas, no les interesa saber la verdad, se han convertido en esclavos de sus propias mentiras.

Lo anterior nos lleva inexorablemente al siguiente punto, que consiste en la correlación entre los líderes y la estupidez. Eso no quiere decir que un caudillo, adalid o jefe carezca de raciocinio, pero, vuelven los peros, hemos visto que con el transcurrir de los años las consecuencias nefastas cuando un líder forma parte de quienes exhiben y ostentan estupidez.

No tomemos el término estúpido como algo peyorativo, por el contrario, es una palabra que define a muchas personas que son necias, torpes y lamentablemente faltos de inteligencia para analizar su entorno. De ahí nace la sociedad de la razón estúpida, que según el filósofo italiano Carlo María Cipolla, se expresa en la primera ley fundamental de la estupidez, que siempre e inevitablemente se subestima el número de personas imbéciles que deambulan por el mundo.

Para soportar su teoría, argumenta lo siguiente, cito: “Por muy alta que sea la estimación cuantitativa que uno haga de la estupidez humana, siempre quedan estúpidos, de un modo repetido y recurrente, debido a que:

1. Personas que uno ha considerado racionales e inteligentes en el pasado se revelan después, de repente, inequívoca e irremediablemente estúpidas.

2. Día tras día, con una monotonía incesante, vemos cómo entorpecen y obstaculizan nuestra actividad individuos obstinadamente estúpidos, que aparecen de improviso e inesperadamente en los lugares y en los momentos menos oportunos.

La disertación anterior nos lleva a la siguiente pregunta, ¿se puede definir la estupidez? Autores, escritores, sociólogos, periodistas y filósofos, han evitado hacerlo, porque es una tentación que escapa de cualquier razonamiento, ya que sería difícil obtener una definición única del fenómeno. Se le suma, además, la peligrosidad de aventurarse en terrenos de la estupidez, campo inexplorado porque no hay teoría que pueda respaldarla. Por eso, muchos han optado por definirla y no estudiarla, ya que es el camino más fácil para poder tener algunas nociones sobre el fenómeno.

De hecho, dicha afirmación nos da nociones que una persona necia, fácil de manipular y estúpida en la manera de entender su realidad, causa daño, porque al pensar que obtiene algún beneficio con sus acciones, perjudica a todos por su falta de humanidad, eso lo vemos lamentablemente cuando llegan a ocupar puestos de mando y responsabilidades que van más allá de sus capacidades, en pocas palabras, cuando los hombres y mujeres votan por alguien sin pensar, cegados por sus mentiras, esperanzados por un futuro inalcanzable.

Todo lo anteriormente descrito nos trae de vuelta al siglo XXI, en el cual podemos apreciar la sociedad que tenemos amparada por la razón estúpida en su forma de funcionar. Cuando comenzamos a analizar su comportamiento, me refiero a la manera de hacer frente a la pandemia del covid 19, así como en los diferentes conflictos bélicos que se han originado, sólo podemos concluir que se aprecia un alto grado de falta de raciocinio.

A pesar de que podamos expresar buena voluntad en nuestras acciones, es inevitable que la estupidez esté presente, lo podemos notar cuando los hombres asumen conductas normales, pero en el fondo apreciamos una falta de coherencia por lo desconcertante en la obtención de resultados. Sin embargo lo peor de todo, es que muchos optan por no enfrentarlas, solo se limitan en aceptarlas, bajando la mirada y repartiendo sonrisas obligadas, que triste, desde ese momento hemos perdido nuestra capacidad de pensar críticamente, es aquí cuando se origina una nueva norma y es cuando las personas no estúpidas subestiman la capacidad de destrucción de aquellas que sí lo son.

Para concluir, debemos finalizar con un axioma lamentable, que no es otro que a pesar que todo ser humano es racional y por ende, facultado para pensar, comparar y decidir, no es garantía para evadir la estupidez, por lo tanto la reflexión y el juicio, no nos hace inmunes a la necedad. Es tal la epidemia de tonterías, que ha permeado en todos los estratos de la sociedad, originando en las personas pensamientos más débiles que les impide hacer frente a los verdaderos problemas de la humanidad.

Ahora entro en un dilema, que me hace cuestionar todo lo planteado en el artículo, me refiero si, ¿soy un idiota? ¿Si todo lo que escribí es erróneo? ¿Si mis ideas vienen de necios que me han inspirado y me obliga a analizar los hechos de otra forma? ¿Quién está en lo correcto? ¿Dios está en lo correcto? ¿El hombre está en lo correcto? Todavía falta camino por andar. ¿Ahora, quién podrá ayudarnos? Chapulín Colorado te extrañamos.

 

 

 

 

 

 


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