A propósito del tiroteo verbal que por las redes escenifican quienes por un lado perdonan o justifican se perdone a una jueza militar que pide asilo en Colombia y, por el otro, quienes rechazan tal planteamiento y exigen que vaya presa y pague por sus crímenes, para ellos esto escribo:

El perdón tiene un nivel jurídico y un nivel moral perfectamente diferenciados. El primero implica la absolución de hechos delictivos cometidos; en eso tenemos la modalidad del indulto y la amnistía, medidas que extinguen la acción penal o la pena y hace cesar toda medida de coerción personal (Código Orgánico Procesal Penal, artículo 29). También tenemos la figura del acuerdo reparatorio (COPP, artículo 41). Cada una de estas categorías legales tiene su tratamiento procesal propio y conduce al cese de la persecución o libera el cumplimiento de condena. Hay una regla principal en esto: la libertad por cualquiera de esas modalidades depende de que se trate de derechos disponibles; es decir, que se encuentren única y exclusivamente en la esfera de los derechos de la víctima. Es que hay delitos que entran en una categoría denominada “de orden público” que, aunque se ejecuten en una sola persona, por ejemplo el homicidio, la víctima es la sociedad toda por lo que el castigo no puede disolverse con un perdón de las personas directamente agraviadas.

El nivel moral del perdón es otra cosa; es una manifestación de desahogo del alma de la víctima con lo que se alcanza tranquilidad espiritual a quien lo genera más que a quien lo recibe, pues este siempre quedará con el peso del mal que ha causado. Es imposible liberarse, descansar espiritualmente de la culpa en ciertos casos. Se dice que quien perdona gana paz y salud porque se libera de un veneno.

Por supuesto, no todos podemos alcanzar el grado de desarrollo anímico, casi a nivel de santidad, necesario para perdonar. Por lo menos para mí es muy difícil llegar allí, aunque trato. Dios sabe que trato, y en algunos casos lo he logrado, no en todos. Es que hay heridas que a uno le quedan tan adentro, como marcadas con hierro candente, pero hay que tratar.

La jueza, que después de haber hecho tanto daño está pidiendo asilo en Colombia, ha logrado el perdón de uno de sus más diabólicos actos: el que ejecutó contra el diputado Gilber Caro, quien con grandeza del alma la perdonó públicamente. Esa manifestación tan pura yo la alabo, aun cuando no estoy seguro de que pudiera imitarla.

Ahora bien, ese perdón de Gilber Caro tiene relevancia espiritual, mas no la tiene desde el punto de vista del derecho penal, pues lo que ella hizo es un delito que ataca valores vitales de la sociedad lo cual obligatoriamente ha de resarcirse con el castigo tipificado en la ley. Ahora bien esa sanción no se puede aplicar en Colombia donde está pidiendo asilo, porque allí no ocurrieron los hechos. Y si la devuelven a Venezuela, allá no la van a castigar por haber manipulado el proceso a Gilber Caro, pues esa es la política gubernamental. Si la deportan lo que allá le van a castigar es haber dado el paso de fugarse, de pedir perdón y de haber ofrecido detalles de lo que hizo, cómo lo hizo y por qué lo hizo, y además haber dado nombres de los cómplices.

Entonces, señores, yo pediría que le den el asilo, con lo cual estimularía a otros para que sigan el ejemplo y se pongan a la orden de las autoridades policiales de Colombia y de Estados Unidos, para ofrecerse como testigos protegidos dando toda la información que posean para enjuiciar a la mafia que actúa simulando ser la justicia militar en Venezuela, o para que nosotros mismos, cuando recuperemos nuestro Estado de Derecho, les tengamos como testigos de cargo en el juicio que haremos en nombre de la sociedad contra esa cúpula maldita que no podrá tener perdón ni de los hombres ni de Dios.


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