¿Qué es el “segundo sexo”? Es la mujer, la segundona. La feliz expresión fue creada por la gran Simone de Beauvoir (1908-1986), en su obra del mismo título, publicada en 1949, hace setenta años. Los pensamientos y reflexiones de la escritora y filósofa viven un nuevo impulso con el resurgir del feminismo que ha marcado este último año y que ha llevado a Estados Unidos a desenmascarar abusos sexuales con el #MeToo, a las españolas a la huelga el 8 de Marzo o a que países como Irlanda o Argentina hayan aprobado recientemente leyes que despenalizan el aborto. En Venezuela, no: es revolucionaria.

La filósofa Celia Amorós dijo: “El amor no debe de ser el proyecto de vida de la mujer como no lo es del varón”. Así lo ve también la doctora en Filosofía Teresa López Pardina, que centró su tesis en Beauvoir: “Mostró que los dos requisitos fundamentales para la igualdad de mujeres y hombres son la independencia económica y la libertad de elección”. Y la autora sevillana Carmen G. de la Cueva, de 32 años, escribió: “Me enseñó que fue una mujer capaz de concentrar toda su energía en no deberle nada a nadie más que a sí misma, fijarse unas normas y fines propios y rechazar las convenciones naturales de la mujer: el matrimonio, los hijos, la vida que se espera de nosotras”. Esta escritora publicó el excelente libro titulado Un paseo por la vida de Simone de Beauvoir, editado por Lumen en 2018.

Preámbulo necesario para referirse a Juana Escabia, nacida en Madrid el 24 de diciembre de 1963, una casualidad con la que ella bromea. Es una mujer de teatro en el sentido más pleno: profesora, actriz, editora, directora de compañía y gestora de actividades teatrales y culturales. Su compromiso insobornable con el teatro se manifiesta en su actividad diaria: su comportamiento ante la realidad circundante y las posibilidades políticas del teatro. Eligió el periodismo como profesión para denunciar la injusticia, los malos tratos y abusos contra la mujer, y ¡cambiar el mundo! Tenía entonces 19 años, y ya se había independizado de su casa.

Acabo de leer tres últimas obras teatrales, publicadas en un solo volumen, Cartas de amor… después de una palizaLa puta de las mil noches WhatsApp (Ediciones Cátedra, 2019, Madrid). En las tres piezas sobresale el fuerte dramatismo de su estilo, asociado a los maltratos sufridos por mujer, sus protagonistas.

En la primera obra mencionada, Sandra recibe la carta de una mujer que fue pareja de Elías, su pareja durante muchos años y cuya relación terminó con ella en un psiquiátrico. Esa mujer –la amante– ha sido objeto de una violencia psicológica por parte de Elías, como lo es ahora Sandra. En la obra, después de haberle administrado los medicamentos a Sandra y de que esta expresara sus autocensuras, la psiquiatra identifica su sintomatología con maltrato psicológico. Cuando Sandra decide plantear a Elías que quiere separarse, la dramaturga combina hábilmente el monólogo con el diálogo. Se trata de una forma muy atinada de insertar el discurso directo dentro del indirecto. Esta combinación feliz continúa a lo largo de toda la acción dramática.

En la escena final, Sandra enciende una grabadora y se sienta a escucharla:

“Me llamo Sandra Lanval. Esta es una grabación efectuada para Hispánica Producciones. Sé que con ella realizo un bien social. Comenzamos. Lo descubristeis y no intervinisteis. Podíais haberlo remediado, pero no lo hicisteis (…) No elaboro este discurso desde el odio, estoy curada, lo lanzo en nombre de todos los humillados y explotados del planeta, en nombre de cada víctima violentada y golpeada. Cabrones. Mirones. Consentidores. Cómplices de la barbarie. (Corte de mangas) ¡QUE OS DEN!”.

En La puta de las mil noches, la violencia contra la mujer se aborda desde la considerada “execrable lacra de la prostitución”, que no ha sido abordada en su verdadera dimensión, por parte de los poderes públicos y los estudiosos, o estudiosas de este apasionante tema social. Yo creo que ha sido mal comprendido en sus raíces familiares, sociales y políticas. ¿Qué es ”la profesión más vieja del mundo”, como reza el latiguillo? Hoy sabemos que el Homo sapiens, de origen africano, estaba ya en Oriente Próximo hace casi 100.000 años, y que siempre vivió en sociedad. ¿Había, o no putas hace cien mil años? El hombre nunca vivió solo, lo hizo en una sociedad. Y el conflicto, “lo execrable” es intrínseco a la sociedad.

En Venezuela, una excelente investigación publicada en la revista Estudios de la Mujer (v.12 n.29, Caracas diciembre 2007, CEM, UCV), realizada por Silvana Dakduk, psicóloga social, titulada “El trabajo sexual femenino: El caso venezolano en el 2006”, señala que: ”El presente trabajo tuvo por objeto establecer el perfil sociodemográfico de mujeres dedicadas al trabajo sexual en Venezuela, a fin de determinar factores de riesgo y protectores. Para tal fin, se realizó un trabajo de campo en 4 ciudades (Caracas, Maracaibo, Barquisimeto y San Cristóbal) que consistió en la selección intencional de 500 mujeres dedicadas al menos desde hace un año a esta actividad. Los resultados revelaron que a esta actividad se dedican principalmente mujeres jóvenes (18-22 años), solteras, pero con al menos dos hijos. La limitación de recursos y la necesidad de apoyar económicamente a la familia aparecen como principales causas de incursión en el trabajo sexual, que surge como un ingreso alternativo que progresivamente se convierte en la actividad principal, siendo familiares y personas cercanas quienes les apoyan al comienzo”.

En la escena final El Cliente le pide a La Puta: “No me dejes solo”. Ella responde que solo va a ponerse ropa fresca, y que necesita ir un momento a su casa. Y le pregunta: ”¿Te traigo algo de la calle cuando vuelva?”. El hombre no responde, y ella dice: “Hasta ahora”. Son las últimas palabras en la obra, que concluye con este discurso:

“La mujer, con su bolso colgándole de un hombro y el maletín en la mano, se dirige a la puerta de la calle sin volver la vista atrás, hasta desaparecer en el pasillo. El hombre se aproxima a un aparador, abre un cajón del que saca un revólver y corre con decisión detrás de ella hasta salir de escena. Suenan tres disparos. Se escucha caer un cuerpo contra el suelo. El hombre regresa a escena con el maletín. Se sirve un vaso de whisky, se sienta en el sofá y bebe.

“Gradualmente, la luz desciende de intensidad. El hombre bebe, bebe, bebe”. Al final, todo está a oscuras. El Cliente ha resuelto así su cinismo hacia la puta.

En WhatsApp, y siguiendo la estrategia de humillación a la mujer, el varón recurre a metáforas zoomórficas como “vampiresa“ para degradar a las amigas de la chica y de paso minar su autoconfianza. Utiliza el lenguaje de este medio, el SMS. Por ejemplo: –cogelo q stoy llamandote. –y voy palla, –stoy en kasa, –ablme. Confieso que esta neolengua me desagrada.

 Al final, resulta que esa “lacra execrable “es consustancial con la sociedad, que ha existido siempre. Robinson Crusoe es una ficción, muy bella y conmovedora, pera una ficción al fin. Nunca podrá sustituir a hombres y mujeres conviviendo en el desarrollo de sus vidas, sus pasiones y dolores, sus alegrías, sus dioses o su Dios. O su absoluto agnosticismo, que jamás excluirá a su prójimo. Lean a Juana Escabia. Si pueden, miren su teatro.


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