Cuesta saber si Donald Trump, una vez investido con la presidencia de su país, va a asumir en torno a China una posición política como la que nos ha querido mostrar en los días pasados. ¿Estamos es la víspera de un notable cambio en las relaciones entre los dos más grandes países del mundo?

El caso es que cuando el pasado viernes el presidente electo decidió atender una llamada telefónica de la presidenta Tsa Ing-wen, rompiendo con décadas de silencio entre el gobierno norteamericano y Taipei, sabía bien que estaba pisando un callo doloroso del lado de la superpotencia china. No es un secreto para nadie que el principio de “una sola China”, respetado por Estados Unidos desde la era Nixon y preservado celosamente desde Beijing, tiene una importancia superlativa para los chinos. Al tomar el teléfono el nuevo mandatario norteamericano se había decidido a transgredir una tácita pero trascendental norma.

En China, una avalancha de mensajes invadió las redes digitales de manera instantánea. Numerosos nacionalistas seguidores del nuevo presidente abiertamente le retiraron su apoyo y no faltó quien se convirtiera rápidamente en su detractor y en fiero defensor de la posición oficial china con la frase “ocurre que el nacionalismo americano simplemente es irreconciliable con el nacionalismo chino”.

La reacción diplomática en el Imperio del Medio fue cauta y lacónica ya que esperan un mejor momento para asumir una posición sobre un tema extremadamente sensible, tanto para el gobierno como para la ciudadanía, y cuya interpretación y consecuencias aún no saben cómo manejar inteligentemente.

En el lado americano, lo lógico es pensar que el equipo del Sr. Trump no da puntada sin dedal. Lo que hubiera podido ser una simple respuesta telefónica de cortesía de Mr. Trump hacia una llamada que –ella sí– instaba a provocar un posicionamiento en una materia internacional sensible, se convirtió en un tema candente. La respuesta del electo presidente, perifoneada a través de las redes sociales, hace pensar en un temprano desentendimiento en temas tan sensibles como el militar y el comercial-cambiario. Pero ocurre que tal repuesta, ampliamente deliberada en el entorno presidencial de Trump, parece esconder mucho más que eso. Sus asesores habían estado visitando Taiwán en los días inmediatos al triunfo electoral y hasta alguien ha sugerido que la llamada de Tsa ocurrió a instancias de gente del entorno presidencial gringo.

Ha estado tomando cuerpo la idea de que son los conceptos democráticos los que desde Norteamérica se quieren ventilar en la escena global y ello sí representa una afrenta de gran calado para el gobierno en Beijing. Nada mejor escogido que la respuesta a esa “inocente” llamada telefónica para dejar claro ante el mundo por dónde vendrán los tiros cuando desde Washington se dicten las pautas de conducta que la primera potencia está determinada a hacer respetar.

Este primer paso provocador de Donald Trump ha causado alarma y enojo pero no pasó a mayores. Hace falta bastante más para ver a China pasar a la acción. Pero si realmente una política prodemocrática internacional agresiva se destapa una vez Trump se haya mudado a la Casa Blanca, la molestia se traducirá en acciones concretas de peso equivalente al irrespeto y transgresión a sus sagrados principios. Seamos consientes de que al líder Xi no son armas lo que le faltan, en más de un terreno.


El periodismo independiente necesita del apoyo de sus lectores para continuar y garantizar que las noticias incómodas que no quieren que leas, sigan estando a tu alcance. ¡Hoy, con tu apoyo, seguiremos trabajando arduamente por un periodismo libre de censuras!