Un espectro vaga por Venezuela, no es el comunismo, es la senilidad. Se vislumbra sobre nuestro país un “invierno demográfico” que nos está llevando a una evidente insostenibilidad socioeconómica.

Empecemos por aclarar el concepto de “invierno demográfico”, término que usó por primera vez Michel Schooyans, profesor emérito de la Universidad Católica de Lovaina (desde 1968) en Bélgica. Es la denominación, acuñada por los científicos sociales, para denominar al “envejecimiento de la población”, como una metáfora de lo que le ocurre a la población cuando ha acabado su período de pujanza; pero las poblaciones no tienen edad y no son organismos, por lo cual se debe aclarar que el envejecimiento de la población está determinado por el “índice de envejecimiento”, que no es más que la relación de personas de 65 años y más con respecto a los menores de 15 años en un grupo social.

Uno de los instrumentos que informa del envejecimiento poblacional de un país o sociedad es la “pirámide de población”, que es la representación gráfica de la distribución por edad y sexo de la población. Lo que se desea siempre es que la población, en un principio, vaya en crecimiento, esto es, la cantidad de los que se incorporan a la sociedad sea mayor que la de los que la abandonan. Y en segundo término, y no menos importante, es que la población activa, productora de bienes y servicios, si no se incrementa por lo menos que se mantenga estable proporcionalmente frente a la población inactiva (adultos y niños). Gran parte de esa información se concentra en la pirámide de población.

De esta manera, hay tres factores que hacen cambiar las pirámides de población: los nacimientos, las defunciones y las migraciones.

En este artículo no vamos a tratar los temas de nacimientos y defunciones, sino que nos adentramos en el tema que nos atañe en la actualidad en nuestro país, el que estamos padeciendo, que son la emigraciones, y que en nuestro caso es de estricto carácter productivo de bienes y servicios, pues quienes están emigrando, están dejando Venezuela, son en gran medida jóvenes que casi están iniciando su etapa laboral o con experiencia para ser aplicada en sociedades que no han contribuido en nada en su formación profesional o laboral en general.

A manera de ejemplo, en Chile, país en el que se ha reducido la tasa de crecimiento y apenas alcanza menos del 1% anual en la actualidad, y además con la esperanza de vida más alta en Suramérica, el gobierno tenía planeado desde 2013 un bono para el tercer hijo con el propósito de incentivar la natalidad y de esa manera enfrentar la baja tasa de natalidad que en el lustro 1980-1985 era de 2,34 nacidos vivos por 100 habitantes, el cual cayó en el censo del año 2012 a 1,59 y ahora está en 1,45, una cifra francamente insuficiente para reponer la población que muere, que internacionalmente se sitúa en 2,1.

Ese hermano país, al igual que otros latinoamericanos, está abriendo los brazos a nuestros jóvenes, lo cual es de agradecer por su buen gesto de fraternidad panamericana; sin embargo, está nutriéndose de una población que le va resolviendo en parte la preocupación de su propio  “invierno demográfico”alarmante.

Lamentablemente, hemos de confesar que nosotros estamos exactamente en la condición contraria, nos están dejando nuestros jóvenes, profesionales o no, dejando vacíos sociales, laborales y familiares, que no se sabe qué niveles de consecuencias tendrán, pues la demografía tiene su inercia y es posible pasar el umbral del cual no hay retorno. Los jóvenes se van y los adultos se quedan con altas intenciones de supervivencia sin aquel bastón humano.

Un espectro vaga por Venezuela, no es el comunismo, es la senilidad.


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