La piñata no tiene muchos coroticos, pero todavía son suficientes para mantener contenta a una pequeña parte de la población, aquella que forma la base dura que apoya a Nicolás Maduro y lo ayuda a mantenerse en el poder.

El presidente aseguró el jueves que anunciaría correctivos a su plan económico, pero en vez de eso se dedicó a darle palo a la piñata, ofreciendo primero un aumento de sueldo y luego aguinaldos adicionales para los pensionados, nuevas bonificaciones, 20.000 toneladas de perniles, 15.000.000 de juguetes y ropa que será distribuida a precios solidarios a través de los CLAP.

El anuncio de la tan cacareada corrección, que se llevó buena parte de la introducción, se quedó en buchipluma, quizás por el temor de lo que puede significar un real ajuste fiscal, y solo tuvo algunos señalamientos contra «el dólar criminal que controlan desde el exterior», como le dice el mandatario, al que señaló de ser la mayor distorsión de la economía.

Maduro fue incluso capaz de afirmar que con su plan económico había desacelerado la inflación. Estos anuncios se inscriben en la estrategia del gobierno que quiere que la frustración y la desesperanza terminen de dar al traste con el ya alicaído ánimo de la mayoría de los venezolanos.

Es mentira que le interese que se celebre la Navidad. Prefiere que la gente siga rumiando su desilusión, pensando quizás en cómo marcharse a otros lares, para ellos quedarse tranquilitos con todo el poder, esperando que 2019 les dé aún más nuevas formas de soportar y seguir destruyendo la nación.

Ya antes de aumentar el salario mínimo en 250%, de lo que todo el mundo hablaba era del desconocimiento de la victoria de Marlon Díaz, presidente electo de la Federación de Centros de Estudiantes de la Universidad de Carabobo, y de la imposición de Jessica Bello, una niña que según todos los cómputos perdió abrumadoramente ante la avalancha de votos de los jóvenes opositores: 8 de cada 10 lo hicieron en su contra.

La sentencia del Tribunal Supremo de Justicia, que pide a las autoridades de la UC «garantizar la posesión efectiva del cargo y el ejercicio inmediato de sus funciones» no es más que otra muestra clara de una estrategia maquiavélica dirigida para que la ciudadanía se desinfle y reafirme con toda razón la especie de que es imposible salir de este gobierno por ninguna vía legal. Y eso, además de que aúpa a los radicales, a una semana de las elecciones de concejales da una señal clara para desmovilizar a los que aún piensan que votar puede ser la mejor opción para combatir este régimen.

De repente el gobierno todavía tiene dudas sobre la posibilidad de que alguien logre activar la masa opositora por lo menos en algunos municipios y, por si las moscas, prefiere hacer alguna jugada que pareciera ser incluso desproporcionada, seguro que pasadas las primeras semanas de reclamos y quejas finalmente todo se olvidará y la joven chavista, que cuenta con el apoyo del gobernador Rafael Lacava, ejercerá su cargo estudiantil. ¿No es eso lo que ya sucedió con la desproclamación de los diputados de Amazonas, con la “derrota” de Andrés Velásquez en Bolívar o la no juramentación de Juan Pablo Guanipa en Zulia?

Quizás el chavismo se alarmó con los datos de la última encuesta de Félix Seijas y del Centro de Estudios Políticos y de Gobierno de la UCAB, los cuales indican que 48,8% de la población prefiere que el cambio se produzca mediante el voto, y activó los mecanismos para descalificar a los que prefieran esa forma de actuar, incluyendo las burlas y los cuestionamientos a través de las redes sociales, muy seguros de que el próximo domingo obtendrán una nueva victoria que acrecentará aún más el control de la disidencia, incluso desde las más elementales instancias de gobierno, y profundizará aún más la desilusión.

El gobierno lo tiene clarito: para mantenerse en el poder debe evitar a toda costa que los 20 millones que lo adversan, por la medida chiquita, se unan y conspiren, sea con el voto o con cualquier otra estrategia que se les ocurra. Por eso trabaja sin descanso en todos los frentes y no se limita a bombardear una propuesta o a descalificar a los dirigentes políticos, sino que hace ver que cualquier paso que se dé para lograr un cambio es inútil. Inocular la desesperanza es sin lugar a dudas la mejor forma de desmovilizar a un pueblo, callarlo y maniatarlo. A las pruebas me remito.


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