Recientemente se celebró el Día Internacional de la Mujer, y fue uno de esos tantos y repetidos días en los que muchos gobiernos e instituciones intentan por 24 horas darle el mayor uso político al problema de la desigualdad de género.

Tanto los discursos como la caracterización de los problemas relacionados con la desigualdad de género son planteados de forma diferente; de norte a sur y de este a oeste.

El conjunto de reportes actuales que intentan medir la brecha entre mujeres y hombres no solo permiten dar una nueva valoración al problema, también aportan novedosos resultados que superan la visión tradicional sobre la disparidad del género. Una de las primeras conclusiones es que el análisis sobre la disparidad de género no puede separarse ni del contexto moral ni del contexto económico; y la solución a futuro requiere articular ambas visiones en el nivel de la política y la economía. Otra conclusión es que la globalización y el cambio tecnológico han hecho más compleja encontrar soluciones para cerrar la brecha de la participación de hombres y mujeres.

Uno podría decir que asistimos a la era del talento y la competitividad y que allí la participación de la mujer tiene una importancia mayor, a la hora de implementar políticas para el aumento de la producción nacional. Mucho más allá de eso, parece que lo importante es el poder comprender que la capacidad de innovación de un país no es posible sin una mayor participación de las mujeres. Y es que la creatividad y el desarrollo de las ideas solo son posible si ellas tienen «sexo», porque es justamente el encuentro y el complemento de las ideas lo que genera más conocimiento y en consecuencia se produce la innovación. 

De acuerdo con datos suministrados por el Foro Económico Mundial, sí para 2025 las mujeres llegaran a desempeñar un papel igual al de los hombres en el mercado laboral se podría agregar a la economía de algunos países más de 20 billones de dólares. Esta afirmación permite concluir de entrada que el futuro de la economía dependerá de elevar significativamente la tasa de empleo y productividad de la mujer. En otras palabras, dependerá de cerrar la brecha entre hombres y mujeres y aumentar la participación de la mujer en la fuerza laboral, profesional y técnica, la igualdad salarial, la matrícula en la educación primaria, secundaria y terciaria, la esperanza de vida saludable y el empoderamiento político. Y más concretamente dependerá de elevar su participación en los campos de estudio que demanda y demandará la nueva economía: ciencias de la computación (software, fabricación  y servicios de TI), informática, psicología (servicios corporativos), biotecnología y nanotecnología, ingeniería mecánica, matemáticas (ciencias básicas, finanzas software y servicios de TI), ingeniería eléctrica y electrónica (manufactura), economía (finanzas). física, ingeniería química (energía y minería), entre muchas otras.

Solo para el caso del uso del Internet hay una brecha de género cerca de 12% y esta brecha cuando se analiza en el contexto de los países menos desarrollados alcanza 31%. Problemas de esta naturaleza fueron en muy buena parte el foco de atención inicial de muchos de los países que hoy lideran el ranking sobre esfuerzos para reducir la disparidad de género como condición para transitar y permanecer en la nueva economía. Según el Global Gender Gap Report 2017 que caracteriza y analiza la disparidad de género coloca entre los primeros a: Islandia, Noruega Finlandia, Suecia, Eslovenia, Irlanda, Nueva Zelanda, Filipinas, Francia, Alemania y Dinamarca.

La discusión sobre la disparidad de género debe superar la discusión moral que tiene vejez histórica. Y no debe concentrarse puramente en replanteamientos filosóficos morales. La indagación y reflexión profunda es necesaria, pero ella debe estar acompañada de estrategias que permitan liberar el poder de la mujer y potenciar su capacidad.

Ciertamente, superar la discusión moral dependerá de una mayor efectividad del Estado en reducir los impuestos ocultos sobre las mujeres. Se trata de reducir los impuestos que se expresan en las presiones que ejerce el hombre sobre la mujer para aumentar la carga en ella de su responsabilidad familiar y la amenaza de una penalidad expresada por lo general en el divorcio, cuando ella manifiesta su potencial y aumenta su participación en la fuerza laboral y profesional. Por lo tanto, reducir este tipo de impuesto dependerá no tanto en el esfuerzo del Estado por aumentar la participación de la mujer, sino más bien del esfuerzo del Estado en generar políticas para aumentar la participación del hombre en la distribución de las responsabilidades que hasta ahora han recaído fundamentalmente en la mujer.

No son pequeñas cosas estas. Y no debiera uno sorprenderse por qué hay países más competitivos y más innovadores que otros o por qué hay sociedades más productivas y más inteligentes que otras.


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