Se habla con mucha grandilocuencia del precario presupuesto de las universidades públicas y de las ya impagables universidades privadas, pero muy poco se dice de la situación real y concreta de cada aspirante a una profesión universitaria que no tiene con qué comer para pensar mejor y, mucho menos, entrenarse en alguna ciencia. Ya el conocimiento y el talento personal son insuficientes para iniciar una carrera universitaria. Por mucho que se tenga y se compruebe al pasar cualesquiera pruebas de admisión, el resultado no garantizará la culminación de los estudios superiores. Las universidades públicas están en quiebra y la deserción es el signo predominante entre el estudiantado y la docencia. A tal punto, me atrevo a afirmar que en algunos años encontraremos un país con ciudadanos de muy bajo nivel académico.

Todos saben que las famosas asignaturas filtros en los estudios de pregrado tuvieron por función depurar las aulas. Me refiero a materias y a profesores que constituían un gran obstáculo para continuar en la carrera, a veces injustamente, pues –sobre todo al tratarse del docente– todo dependía del temperamento y hasta de las propias frustraciones que el docente acumulara, convirtiéndose en una alcabala inútil para los muchachos. Eran las materias con un alto grado de exigencia para buscar la mejor preparación de alumno, y así resaltar el nombre de la institución misma.

Ahora, el principal filtro es el hambre generada por el gran caos económico. Por muchísimo talento que se tenga, el que no sea capaz de aguantarla en las largas jornadas, tratando de entender lo que explica el profesor y procurando algunas copias digitales de los textos, simplemente se abandona a sí mismo y, en consecuencia, abandona las aulas. Este abandono es el peor que puede ocurrir, pues les hace creer que las metas no son importantes, que no vale la pena el trabajo por crecer y ser mejor persona y ciudadano. 

Al dejar la universidad, aunque no encuentre trabajo, tiene por “compensación” el ahorro del transporte y “tranquilidad” al disminuir el riesgo de un asalto a mano armada. Pero el abandono de los sueños no tiene compensación alguna. Nuestros jóvenes perdieron también la oportunidad de una vida universitaria que permitía generar una hermandad;  compartir el día en la sede académica, entre el aula y la diversión, estrechaba lazos que los harían  –precisamente– hermanos de toda la vida. Dejan la universidad prematuramente y el que se puede ir del país se irá.

Solemos quejarnos de las cifras ocultas en cuanto a la inflación, el desempleo y la criminalidad, pero pocas veces reparamos en las del sistema educativo. Pienso que, ante la deliberada intención oficial de esconder los fracasos, las universidades y gremios magisteriales deben publicarlas. Se dirá que se ha hecho y es cierto, pero en forma dispersa y hasta contradictoria. Necesitamos cifras sólidas sobre la deserción docente y estudiantil, el déficit presupuestario, el costo de los recursos pedagógicos, etc. Necesario para saber cuán grande es la dimensión de todo lo que debemos, ojalá más temprano que tarde, reconstruir.No permitamos que por falta de información se terminen de destruir nuestras universidades.

@freddyamarcano


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