La relación de subordinación que el régimen venezolano mantiene hacia la dictadura cubana pasará a la historia como un caso digno de estudio, dado su carácter atípico en los anales de la historia. Resulta difícil de comprender y explicar, y por ello reclama la intervención, no solo de politólogos e historiadores, también de psiquiatras y psicólogos: ¿es el resultado de una idolatría?, ¿proviene del hecho de compartir la misma acera ideológica?, ¿del odio a los Estados Unidos?, o ¿de una muy baja autoestima? o ¿de una mezcla de todas las anteriores?

Es extraño porque Venezuela suministra los recursos y la energía que permiten iluminar parte de la isla, que obtiene recursos por el solo hecho de haber sido designada como la “unidad de compra” de organismos y empresas del Estado venezolano y que, además, emplea a decenas de miles de “esclavos modernos” (se paga al gobierno de Cuba, que decide el monto que asigna a cada uno de sus trabajadores) y Venezuela, en lugar de agradecimiento, recibe órdenes.

Contrasta esta relación con la que antes mantenía ese país con la Unión Soviética, que suministraba los recursos al régimen cubano: de agradecimiento y dependencia de este a aquel. No era posible tan siquiera imaginar que el gobierno de Rusia pudiera recibir órdenes del país beneficiario. Por el contrario, trataba a los soldados y ciudadanos soviéticos con una gran deferencia, y siempre prestos a recibir sugerencias y recomendaciones que acataban cual si fueran mandatos.

Con la implosión del socialismo soviético desaparece el apoyo a la maltrecha economía cubana, que se desplomará aún más de continuar aplicando el modelo socialista que por razones de diseño tiene incluidas la escasez, el racionamiento, el hambre, la represión y la prostitución. Tras esa debacle emergió milagrosamente la tabla salvadora del régimen venezolano, que con el suministro de petróleo posibilitó iluminar partes de la isla que se encontraba sumida en una gran oscuridad. Ese tan codiciado bien, llevó a Castro, plusmarquista en dictadura, a solicitarlo en su primera visita a Venezuela en el año 1959. En esa ocasión obtuvo de Rómulo Betancourt un “no” por respuesta: su prioridad era atender las necesidades de los venezolanos que recién salían de una dictadura implacable.

Esta negativa seguramente exacerbó el odio de esa dictadura hacia Venezuela y su democracia, y utilizó todos los medios de los que disponía para apoyar su destrucción, propósito que se extendió a Latinoamérica. Con esa intención en la isla se entrenó a miles de guerrilleros, y se planificó y coordinó las invasiones a Venezuela. El carácter totalitario de ese régimen y su clara injerencia en contra de la democracia venezolana le valió la expulsión de la OEA.

Esa intromisión cobró muchas vidas de latinoamericanos y africanos, que se añaden a los elevados números de muertes que ocasionó en su país. La arrogancia de creerse portadores de la verdad justifica para ellos el intentar imponer por la fuerza un modelo cuyo sino es el fracaso. La bisoña democracia venezolana los derrotó política y militarmente. Muchos de quienes participaron en ese despropósito lograron rehacer sus vidas e integrarse a la vida política y la modernidad. Otros continuaron conspirando y terminaron formando parte del actual régimen venezolano.

Después del fracaso de esa estrategia y de la caída del muro de Berlín deciden crear una nueva organización, el foro de Sao Paulo, en el que la dictadura cubana juega un rol estelar. Congrega a los movimientos subversivos fracasados y  “tácticamente” reconvertidos. Algunos de ellos alcanzan el gobierno en países como Brasil, Venezuela y Bolivia que luego, dada su ineptitud, deben abandonar. Todos coinciden en su admiración por el socialismo cubano.

Este fervor lo expresaba el difunto presidente de Venezuela cuando se refería a Cuba como el mar de la felicidad, sinónimo de alegría y bienestar. Era tal la dicha que lo embargaba que llegó a proponer la creación de un país conjunto, con una sola bandera. No es poco lo que esta imagen encierra. Abandonar la bandera propia para diluirla en otra, más que integración es mansedumbre. Los países europeos integrados en la Unión Europea y con un Parlamento común, ondean dos banderas, la propia de cada país y aquella que los integra.

La devoción no se limita a las palabras, también se manifiesta en hechos y, como reza el dicho, estos son amores. Mientras las demás islas del Caribe han visto mermar el número de barriles de petróleo que les suministra Venezuela, el gobierno de Cuba lo ve crecer: cerca de 100.000 barriles diarios, parte de los cuales coloca (vende) en el mercado internacional. Con el fin de evitar cualquier efecto negativo en el suministro de petróleo a ese país, el gobierno de Venezuela considera incrementar el precio de la gasolina a sus ciudadanos para extraer de sus exiguos bolsillos los recursos necesarios y no verse en la desagradable situación de afectar al régimen cubano.

Al parecer, este formidable suministro le parece insuficiente al régimen venezolano que ha decidido contratar a su homólogo cubano el sistema de información de los venezolanos, el control de notarías y registros. Como se comprenderá, esos contratos no obedecen a razones de capacidad técnica o tecnológica. Asimismo, en áreas y proyectos específicos, el gobierno de Cuba funge como departamento de adquisiciones y suministro, con el agravante de que no podían adquirirlos en USA por la inexistencia de acuerdos comerciales y se veían en la obligación de crear empresas en otros países que agregaban costos.

Se añade a lo dicho el empleo de decenas de miles de cubanos o los “esclavos modernos”. El contrato se hace con el gobierno, al que se le abona el salario de los trabajadores y estos perciben un porcentaje del mismo. Venezuela resolvía también otro grave problema cubano: el desempleo. Se incrementó de manera desmesurada el número de contratados en educación, salud, deportes y seguridad. Recibían un trato preferencial en detrimento de los funcionarios venezolanos, quienes se convirtieron en ciudadanos de segunda en su propio país. Hasta el difunto presidente despachaba desde ese país. Muchos de esos “profesionales” comparten con ciudadanos venezolanos la responsabilidad de suministrar información al departamento América del gobierno de Cuba.

Ese departamento no se podía creer que algún día controlaría a Venezuela, un país de mayor desarrollo económico y dotado de un extraordinario capital humano. Por ello desestimaban, peloteaban y esquivaban a quienes en la década de los noventa suplicaban reunirse con la alta jerarquía. Representantes del proyecto viajaban buscando a su ídolo en la isla para expresar su deseo de convertirse en súbditos. Las anécdotas de ese período son extraordinarias y de gran hilaridad. Algunos miembros del partido comunista cubano me llegaron a comentar su asombro de la baja autoestima de los voceros, y les molestaba y aturdía la verborrea ilimitada de algunos de ellos. Los sometían a esperas extenuantes para luego reunirlos con personal de menor jerarquía.

Todavía hoy no entienden la avidez por calcar el modelo que, por otra parte, hace aguas: los consejos comunales a imagen y semejanza de los CDR cubanos, reproducen el modelo de asamblea y copian hasta el nombre, plagian hasta el salario que devengan los cubanos (10-20 dólares) y remedan la oscuridad cubana destruyendo uno de los mejores tendidos eléctricos de las Américas.

La incomprensión no les impide disfrutar todas la mieles de la relación, se solazan preparando la “hoja de ruta” semanal y se mofan de que la periodicidad de la hoja sea tan estrecha. No quieren correr riesgo alguno. Tienen que evitar que un error pueda dar al traste con esta desigual y beneficiosa relación para el régimen cubano: perciben un importante ingreso a cambio de muy poco. Otro de los miembros del partido nos decía que esa estrategia incluye “el divertimento ideológico” que ese departamento conoce muy bien y a la que debíamos prestar especial atención. Como en 1984 de Orwell, en ese lugar de trabajo nadie sabe lo que hace el resto de las personas.

Mientras esto escribo recuerdo lo que ocurrió en un encuentro regional de educación superior convocado por la Unesco y que se llevó a cabo en la Habana hace 20 años. Presentábamos el Instituto para la Formación de Emprendedores que habíamos creado en Venezuela. Uno de los profesores con quién compartía tenía un familiar militar de alto rango en la nomenclatura cubana. En pleno Palacio de las Convenciones se anunció que estaba llegando el jefe, y la alharaca de profesoras y profesores fue tal que se asemejaba a la de los jóvenes esperando a su grupo de rock. Una idolatría desmedida en la que es posible encontrar una de las razones de esta atípica relación.

Las secuelas que el socialismo ha causado en ambos países corroboran la total ineptitud del modelo y su inutilidad. En Venezuela fue capaz de convertir el mayor de los ingresos que ha percibido el país a lo largo de toda su historia republicana en pobreza (82%), hambre (45% come menos de 3 veces al día), muchos hurgan en las bolsas de basura para encontrar alimentos, una inflación que ronda el 1.400%, y una severa escasez de medicinas y alimentos. Por eso es que no sorprende que el jefe Castro felicite a su pupilo en el doble lenguaje que ya conocemos: “Ha dado otra gran lección de paz, vocación democrática, coraje y dignidad”, recuerda tanto el lenguaje orwelliano con el que se autodefinía como democrática a la Alemania totalitaria.


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