No sé si el fin es ya, pero se parece mucho. La epopeya sangrienta y ruinosa de Chávez al lado de su desventurado y facineroso heredero tiene el aire de postrimería. Se ha avanzado tanto… Este cruce inesperado de la historia con Juan Guaidó y su aguardada asunción de la Presidencia de la República configura un hecho maravilloso del azar, promisor para nuestro exhausto país. Especialmente hoy, en este 23 de enero que pudiera ser tan memorable como aquel de 1958.

Obsérvese cómo la actitud de los dirigentes ha cambiado. Hasta hace unos años, cuando los visionarios designaban el régimen como dictadura, siempre aparecían quienes sostenían que era una democracia imperfecta, liderada por un atorrante autoritario pero capaz de ser contenido por las fuerzas democráticas. Ahora no hay quien no admita que el régimen de Maduro es una feroz dictadura, encabezada por una mafia criminal que ha deshecho la República.

Durante mucho tiempo hubo quienes aseveraban que la comunidad internacional no debía meter sus narices en Venezuela porque era “un asunto interno”. Alguien tuvo la osadía de mandar a Almagro a no entremeterse en los temas domésticos. Hoy no hay nadie que se atreva a descalificar a la comunidad internacional, activa como está y con una clara demanda de cambio urgente en Venezuela; dispuesta a apoyar con todo la gesta libertaria.

No se puede olvidar a los que le hacían ascos a los militares; los que decían que los uniformados no deberían ni siquiera pensar en participar en el cambio, porque su condición de sostenes del régimen sería impedimento total. La cuestión ha cambiado de tal modo que ahora no hay quien discrepe en la exigencia a los ciudadanos militares para que participen activamente en el rescate de la libertad y la democracia.

La evolución ha sido tan notable que ya nadie osa pedir o plantear “diálogo” con Maduro, después del ruidoso y lamentable espectáculo que tuvo lugar en República Dominicana. Zapatero y sus pares criollos, aunque insisten por el vecindario, ya no pueden emplear sus artes hipnóticas para volver a sentar en la mesa a opositores con representantes de Maduro.

Hasta mayo pasado la compulsión electoral hacía de las suyas en variados sectores de la oposición. En este momento solo se admite la idea de las elecciones como proceso inmediatamente posterior a la presidencia de transición encabezada por Guaidó. Cero elecciones en el marco del régimen rojo.

El cambio de paradigma ha tenido lugar. La calle, la que habla con sus protestas, con sus colas, con su furia y con su esperanza, al lado de dirigentes que supieron leer lo que habría de venir, ha impuesto el derrotero de la transición.

La transición dejó, también, de ser mala palabra y hoy encarna la idea de un país nuevo, mejor, sano y alegre.


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