Cuando más de algunos ya parecían haber perdido toda esperanza, y cuando otros comenzaban a acomodarse en sus poltronas en el Palacio de Miraflores, la confluencia de diversos factores indica que algo ha cambiado, y que Venezuela puede comenzar a vislumbrar un futuro más tranquilizador.

Maduro pretendió juramentarse para un nuevo período presidencial como si nada hubiera pasado; como si él hubiera sido electo en elecciones limpias y transparentes o, cuando menos, como si ese hecho fuera un asunto que no le concierne a la comunidad internacional. Se habían cometido muchas tropelías sin que hubiera habido una reacción firme de parte de otras naciones, y era razonable pensar que esta vez iba a ser igual. Habían copado los poderes públicos mediante procedimientos irregulares, con gente que no reunía las condiciones necesarias para ello y que eran activistas al servicio del PSUV. Centenares de presos políticos (ahora casi un millar) pululaban en las mazmorras de la dictadura y en los centros de tortura, sin que ese hecho hubiera generado una reacción internacional que le pusiera freno; además, el régimen sabía que ese hecho generaba terror en la población, y que la amedrentaba para que no saliera a protestar. El desabastecimiento y la inflación suscitaban más desaliento entre los venezolanos, haciendo poco probable que estos pudieran volver a la calle. Y, como si fuera poco, la ausencia de un liderazgo y un proyecto político común entre la dirigencia opositora infundía nuevos bríos a la tiranía. Pero, desde el 23 de enero, ya nada es lo mismo.

De acuerdo con la Constitución, Juan Guaidó se juramentó como presidente encargado de la República, y es reconocido por más de 50 Estados como el presidente de iure, aunque aún no tenga el control efectivo del territorio y de la población. Guaidó es el interlocutor legítimo de Venezuela ante los gobiernos extranjeros y ante las organizaciones internacionales. Es a él a quien se escucha en los foros internacionales, y es con él con quien desean entenderse los acreedores de Venezuela y los potenciales inversores.

Que quede claro que Maduro es quien, de facto, tiene el control de las instituciones usurpadas por sus secuaces; asimismo, es él quien cuenta con el apoyo del estamento militar y de los colectivos armados. Pero quien tiene la confianza de la gente es Guaidó. Sin sus escoltas y sin su círculo de seguridad, Maduro no puede ir a dialogar ni siquiera con los jóvenes que buscan algo que comer en los camiones de la basura. Por el contrario, a pesar de toda la crueldad demostrada por el régimen para perseguir a sus adversarios políticos, Guaidó no se dejó intimidar por las amenazas, y regresó por la puerta grande, desafiando a una dictadura que ya no se sostiene. Sin duda, esta es la hora de Guaidó y de los venezolanos que, con coraje y determinación, han defendido la libertad y la democracia.

Mientras Maduro y sus secuaces están encerrados en su laberinto, Guaidó entra y sale del país, sin que nada lo detenga, y se reúne con jefes de Estado extranjeros que le han brindado su reconocimiento, su aliento y su apoyo. Ese no es el caso de Maduro y los suyos, que podrán viajar a Cuba, a Rusia, a China, a Irán o a los territorios controlados por Hezbolá, pero a condición de que, en el camino, no sean detenidos por orden de un juez nacional de un Estado que, de acuerdo con la Convención contra la Tortura, quiera hacer valer su jurisdicción para procesarles y condenarles por casos de tortura. Presten mucha atención, porque eso puede ocurrir antes de que la fiscal de la Corte Penal Internacional abra una causa en contra de Maduro y su pandilla por crímenes de lesa humanidad, y antes de que los tribunales de algún Estado se decidan a procesarles por narcotráfico o legitimación de capitales. La Convención contra la Tortura no admite inmunidades de ningún tipo; no hay inmunidad porque no puede haber impunidad. ¿Recuerdan a Pinochet rindiendo cuentas ante un tribunal en Londres? ¿Saben en qué prisión se encuentra actualmente Hissène Habré, el otrora todopoderoso ex dictador del Chad?

Es difícil saber cuál es el destino que le espera a Maduro. Pero, respecto de Venezuela, ahora podemos tener la absoluta certeza de que, en los días futuros, esta nuevamente será una patria libre del flagelo de la corrupción y la pobreza, y que, más temprano que tarde, estará nuevamente sometida al imperio de la ley, desterrando el ejercicio arbitrario del poder público. ¡Esa hora está cerca!


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