El término armas generalmente se asocia a aquellos instrumentos destinados a causar lesiones físicas, entre ellas la muerte, lo más grave. Y, siendo ellas los implementos requeridos para hacer la guerra, ninguno de estos dos vocablos son gratos al oído.

La verdad es que hay diversidad de armas, unas físicas o materiales, como son las de fuego y las denominadas armas blancas, también las de guerra, aunque dentro de estas últimas están las de gas. Contamos con otro tipo, las intangibles. A las citadas en primer lugar las denominamos convencionales o clásicas, destinadas más a la agresión que a la defensa. En cambio, las segundas son intangibles, netamente intelectuales y conducen a lograr cultura, civilización y progreso.

El arma más poderosa con que cuenta la humanidad es la educación. Con ella, con ideas creativas y emprendedoras se debate, se accede a diálogos y por esas vías civilizadas se solucionan conflictos sin acudir a la guerra.

Necesariamente, el hombre tiene que valerse de su intelecto para todo. Para lo positivo, y también para lo negativo. Su inagotable facultad inventiva le acompaña siempre. Con esa arma intangible el hombre ha hecho la ciencia y la filosofía, ha creado el arte y ha escrito la historia. Ha inventado tecnologías, máquinas y herramientas con todo lo cual ha hecho posible el desarrollo industrial y comunicacional. Algo imposible de lograr con cañones y municiones.

Volviendo a las armas materiales, corresponde al Estado establecer las normas reguladoras del uso de ellas. En Venezuela la Constitución Nacional en su art. 324 dispone: “Solo el Estado puede poseer y usar armas de guerra”. Por su parte, el Código Penal y otras leyes tipifican los delitos en que pueden incurrir los particulares en cuanto al porte y uso de armas.

Adicionalmente, el art. 68 de la misma Constitución consagra el derecho que tienen los ciudadanos a manifestar pacíficamente y sin armas, y prohíbe, expresamente, el uso de estas y de substancias tóxicas por parte de las autoridades en el control de las manifestaciones.

Por cuanto las guerras constituyen páginas horribles de un odioso pasado histórico, los gobiernos de los distintos países deberían, en bien de la humanidad, abstenerse de distraer sus recursos económicos en la adquisición de material bélico. Y, en su lugar, emplearlos en la formación de recursos humanos y potenciar así las armas intelectuales, la mayor riqueza que puede atesorar el hombre.

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