A casi sesenta años de la Lección inaugural, 31 de octubre de 1958, que dictó Isaiah Berlin en la Universidad de Oxford y que fue publicada por Clarendon Press, hay algunas de sus aseveraciones que quisiera rescatar aquí.

Decía en su introducción que le resultaba inexplicable que una gran cantidad de filósofos ignoraran el poder que tiene el ejercicio del pensamiento. Presume que dicha actitud podría ser un signo de petulancia, puesto que encandilados por sus fastuosos resultados en los escenarios propios de sus especializaciones, miran de reojo el ámbito de la política.

Ahora bien, resulta que la Política, así con mayúscula, está mezclada con varios modelos de la investigación filosófica. Esa actitud despreciativa hacia el pensamiento político se traduce en una aceptación acríticamente determinada de dogmas políticos añosos que se admiten sin ser analizados seriamente. Una burda aseveración del materialismo histórico, en palabras de Berlin, es la que niega que las ideas posean algún valor, pues son tan solo “intereses materiales disfrazados”. Es cierto que cualquier idea política, sigue Berlin, sea “algo muerto si no cuenta con la presión de las fuerzas sociales, pero lo que es cierto es que estas fuerzas son ciegas y carecen de dirección, si no se revisten de ideas”.

Y, haciéndome eco de Berlin, creo que quienes fuimos entrenados para pensar críticamente sobre ideas, estamos en la obligación de hacer uso de ese entrenamiento para desvelar muchas de las doctrinas políticas que, al ser dejadas de lado por aquellos que se deben interesar en ellas, se van llenando de un perfil insolente y de un poder pujante sobre las personas, de tal manera que ni la propia razón les hace ver los errores y equívocos de esas ideas.

La situación que se ha presentado en los últimos días en nuestro país no es producto de ninguna improvisación. Justamente, es esta coyuntura la que necesita con urgencia ser analizada críticamente y con las herramientas que nos provee la Filosofía. Hay que partir de entender que el objetivo perseguido es la instauración del comunismo y para ello es indispensable la conquista temporal del poder del Estado para la creación de una “revolución social”, la cual se desarrollará en  tres fases, y que dicha revolución instituya un ordenamiento económico-social (socialista/comunista), cuyo fundamento es el control colectivo de la producción.

¿Cuáles son las etapas? El «período de transición del capitalismo al comunismo» se concreta por la conquista del poder político por parte del proletariado y esta toma será llamada dictadura del proletariado: “Entre la sociedad capitalista y la sociedad comunista media el período de la transformación revolucionaria de la primera en la segunda. A este período corresponde también un período político de transición, cuyo Estado no puede ser otro que la dictadura revolucionaria del proletariado” (K. Marx).

En «Glosas marginales al programa del partido obrero alemán», Marx caracteriza la segunda fase, conocida como el primer momento del comunismo (o socialismo, como la denomina Lenin). Esta fase se caracteriza por el establecimiento de la “propiedad colectiva de los medios de producción en manos de una sociedad liderada por trabajadores”. En este primer período, nos apunta Marx, las restricciones que poseen las fuerzas productivas, ocasionadas por el salvaje comienzo de un diferente modo de producción, demandan el manejo del racionamiento y la ordenación de la producción conforme a las exigencias colectivas del sistema social. Hay ciertas diferencias según se entienda el comunismo a la manera de Lenin o a la manera de Stalin. Para unos, en esta etapa puede subsistir el dinero; para los otros, como fue el caso de la revolución bolchevique, habrá un “comunismo de guerra”; entendiéndose por este el sistema económico-político de la URSS.

Y la fase superior del comunismo («Glosas marginales al programa del partido obrero alemán») es aquella durante la cual la propiedad colectiva de los medios de producción queda en manos de sociedad guiada por los trabajadores. Digámoslo en palabras del K, Marx: “En una fase superior de la sociedad comunista, cuando haya desaparecido la subordinación esclavizadora de los individuos a la división del trabajo, y con ella, el contraste entre el trabajo intelectual y el trabajo manual; cuando el trabajo no sea solamente un medio de vida, sino la primera necesidad vital; cuando, con el desarrollo de los individuos en todos sus aspectos, crezcan también las fuerzas productivas y corran a chorro lleno los manantiales de la riqueza colectiva, solo entonces podrá rebasarse totalmente el estrecho horizonte del derecho burgués y la sociedad podrá escribir en sus banderas: ¡De cada cual, según sus capacidades; a cada cual según sus necesidades!”.

Muchos son los argumentos en contra del comunismo. Podríamos escribir otro artículo al respecto; pero para nosotros, inmersos en una hecatombe sociopolítica, cultural y económica, tenemos, al menos, dos: la primera, basada en la concepción liberal, que indica que en ausencia del mercado libre que regule los precios, no hay forma de conseguir un mercado estable. La segunda, basada en nuestra coyuntura actual, esta ideología ha conducido a la muerte y a la hambruna de millones de personas, no solo en nuestro país, sino en el mundo entero. Ha provocado el quiebre de una nación; ha escindido las familias; ha ocasionado una diáspora inimaginable en otras etapas de la historia de Venezuela.

No hay que dejarse engañar. Las “medidas” tomadas no son obra de la irreflexión; forman parte de una de las fases del comunismo.


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