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Epistula non erubescit(1) Marco Tulio Cicerón

Echo un vistazo a los periódicos del domingo y me paro un momento en el artículo firmado por Jorge Marirrodriga. Me pescó con el título: “Un país al que se le está olvidando cómo hablar” (El País, 24.03.2019). En el texto, Marirrodriga se refiere a los españoles. El torneo de oratoria internacional de Harvard celebrado en Madrid recientemente puso en evidencia la notable mejoría de los participantes a la hora de hablar en público. No obstante, parece ser que queda trabajo pendiente.

Si nos dejamos llevar por los estereotipos nacionales, coincido con Marirrodriga en la extrañeza del hecho de que los argentinos no ocupen un lugar destacado en este tipo de concursos. Ellos hablan con lengua de plata, gozan de un léxico rico –literario, diría yo– y poseen un singular acento que les haría merecedores de alguno de estos galardones. Venezuela, otro país americano, revela un gran potencial en esta habilidad de la oratoria según se desprende de la información recogida en el mismo diario madrileño (Elisa Silió, “España aprende a hablar en público”El País, 22.03.2019)

Es lógico que la sociedad moderna empiece a ocuparse del desarrollo de sus habilidades comunicativas en la era de Internet y las redes sociales. Hablar bien y escribir bien es importante.

Para hablar bien uno debe aprender a pensar. Reflexionar a solas. Uno no debería asustarse por hablar en público si se expresa con corrección. Para lograrlo, es preciso manejar con destreza la lengua. Cuando alguien va a decir lo que piensa en voz alta debe tener en cuenta al público al quien se dirige, el registro más apropiado –formal o informal– y hacerse entender; es decir, un buen orador vocaliza. Un orador separa las palabras al hablar. La entonación varía en su discurso. A veces sube y a veces baja evitando el tono monocorde.

De vez en cuando, habrá de buscar la complicidad y la participación de quienes le escuchan. Y por supuesto, tendrá que conseguir llamar la atención de quienes no le escuchan o no le escuchaban hasta entonces. El orador ideal sabe llamar la atención de todos como un showman si fuera preciso. El mayor error de un orador consiste en aburrir a la audiencia. Para ser orador hay que escuchar mucho y leer mucho.

Un orador habla bien cuando tiene algo que decir. En caso contrario se calla.

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(1) “Una carta no se ruboriza”


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