El comienzo de 2019 se recordará como el momento del surgimiento en Venezuela de un nuevo fenómeno político llamado la Guaidomanía.

En su sentido literal, la Guaidomanía refleja la pasión y el furor por el presidente (e) Juan Guaidó. Después de un período de estancamiento y ausencia de un liderazgo auténtico, Guaidó ha logrado conectarse nuevamente con las masas. Con su frescura, su clara comunicación y juventud, ha despertado la esperanza de cambio del pueblo venezolano.

Tan solo hace tres meses, menos de 3% de la población conocía al presidente (e). Hoy en día Guaidó goza de un mínimo de 70% de apoyo popular. Después de la fuerte represión que han sufrido los partidos y políticos de oposición, este nuevo despertar forjado por el liderazgo de alguien relativamente desconocido para el país ha resultado crucial para cohesionar a las élites políticas y movilizar a la población en tiempos de dictadura. Adonde quiera que va Guaidó, los venezolanos lo saludan con alegría y se pelean por abrazarlo. Por ahora, esta Guaidomanía es entendible y quizás hasta necesaria, pues el régimen de Hugo Chávez y Nicolás Maduro desde hace más de una década ha intentado quebrar a los cuadros partidistas y a los lideres emergentes de la oposición.

Ahora bien, debemos recordar que la movilización del electorado a través del carisma o las personalidades casi siempre ha conducido al surgimiento del populismo y en otros casos a la formación de regímenes autoritarios. Venezuela ya experimentó, con la ascensión de Chávez al poder, cómo la personalidad de un líder atraía a las masas directamente y no por vía de un programa o un partido. Esto resulta problemático por varias razones. Entre ellas, un líder que logra movilizar a los votantes únicamente a través de sus características personales no le tiene que rendir cuentas a nadie más que a él mismo. Como en estos casos los líderes personalistas no dependen de partidos políticos, estos se presentan como la encarnación de la voluntad del pueblo. Este mandato otorgado al líder le da el poder y la legitimidad de hacer cambios de toda índole en nombre del pueblo sin consultar a ninguna otra institución. Es así como muere la democracia y nace el autoritarismo.

Esto no quiere decir que un líder carismático per se es negativo para una democracia. De hecho, la mayoría de los partidos importantes a nivel mundial han tenido uno o varios líderes importantes que a través de su personalidad o discurso han logrado cultivar afección o vínculos partidistas. La gran diferencia entre un líder carismático partidista y un líder carismático personalista es que ambos tienen distintas lógicas a la hora de ejercer el poder. Mientras que el primero puede operar dentro de las reglas y la disciplina partidista, el segundo busca acabar checks and balances y representar a la población de modo vertical. Esta discusión es esencial porque el personalismo o carisma no es sostenible como mecanismo de representación y movilización a largo plazo. Los líderes van y vienen, pero los partidos pueden sobrevivir en el tiempo y con ellos la democracia.

Volviendo al caso de Juan Guaidó y la Guaidomanía, resulta importante destacar que el furor que existe en la población no se debe a la personalidad del presidente. Juan Guaidó ha liderado este proceso de transición de manera institucional y con una visión de estadista. Son pocas las veces en las cuales el se refiere a su partido Voluntad Popular. Muy por el contrario, Guaidó se ha centrado en servirle a Venezuela en estos momentos como un gran articulador entre partidos de diferentes ideologías, sociedad civil, estudiantes, sindicatos, sector empresarial. Aun cuando Guaidó ha crecido y despegado como líder nacional, por ahora no se le ven rasgos personalistas antipartido. Y esto es sumamente importante en una Venezuela que urgentemente necesita recuperar el rol y la importancia de los partidos políticos como principal instrumento para estructurar la democracia.

Sin duda, hoy en día la Guaidomanía refleja la ansiedad de cambio en la sociedad venezolana. Basta con ver las imágenes de Valencia hace unos días o la conglomeración de ciudadanos que esperaron al presidente interino después de su gira internacional que demuestran cómo Juan Guaidó ha conectado directamente con la población. Aprovechando este contexto político, el mandatario encargado puede sentar las bases para un nuevo liderazgo político y pasar a la historia como el líder que redimió la importancia de los partidos como mecanismo de participación y representación. La Guaidomanía puede ser crucial para generar una partidomanía que de una vez por todas entierre el personalismo y facilite la consolidación de la democracia.


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