Lo que ocurre en Venezuela no tiene paragón en la historia del planeta. Que un régimen destruya la posibilidad de un país emergente, para transformarlo en escombros, solo pudo ser materia de quienes hicieron de la ineptitud su legado. Éramos una privilegiada nación con un sinfín de posibilidades que la hacían la envidia universal. Los organismos económicos internacionales hablaban de la buena estrella venezolana, no existía foro mundial en donde no se prodigasen palabras de admiración por la gran oportunidad de crecimiento que tenía una nación con semejantes recursos naturales. Desde Davos hasta Nueva York, todos señalaban a Venezuela como una puerta de oportunidades para lograr una transformación extraordinaria que la pondría a la cabeza del hemisferio americano.

En muchos ámbitos de las realidades sociales se exhibían logros que indicaban que estábamos a punto de ingresar entre las naciones más importantes. Lo único necesario era sentar las bases de un Estado promotor para las grandes inversiones en la industria y agricultura para no depender de las estrategias financieras exógenas. Solo se requería una política auspiciosa dentro de los cánones del libre mercado, con ello estaba sellado el camino al desarrollo.

Desgraciadamente la peste del populismo apareció una buena noche, entre trapisondas de levantamientos militares, para lanzarnos por el tobogán que nos condujo hasta el abismo. Su labor destructiva fue reduciendo las posibilidades para llenar de oscuridades el esplendor. Grandes alegorías en las tribunas para crear las bases de un mecanismo de control que buscó poner de rodillas a la democracia venezolana la fueron liquidando por etapas. Subrepticiamente el totalitarismo fue mostrándose a retazos. La caída por escalones fue disimulada olímpicamente por un atroz liderazgo nacionalista amparado en construir una epopeya.

Esa historia reciente la padecemos cada día como nación envuelta en una pavorosa crisis. Padecemos el resultado de una hecatombe política con severas repercusiones económicas. Un pueblo reducido a las peores limitaciones para transarse con el hambre como brújula de su destino. Otros prefieren la huida ante la tormenta que azota su paupérrima calidad. Son millones atiborrando otras realidades en la búsqueda de una posibilidad que se les cerró en su patria. La Venezuela de ahora se escribe con dolor. Ese dolor se multiplicó para llevar la pena hasta el último rincón del mundo…

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