Juzgando los acontecimientos, es decir, las masivas manifestaciones populares ocurridas en todo el país desde el 23 de enero, el general Padrino López ha afirmado que se trata da dar un golpe de Estado contra el presidente Nicolás Maduro. ¿Será así?

Hagamos un poco de historia. El significado de la expresión “golpe de Estado” ha cambiado con el tiempo. La actual configuración del fenómeno, comparada con la acepción que se le daba hace tres siglos, presenta diferentes dos aspectos: primero, quiénes lo hacen o lo dan y, segundo, cómo lo hacen. Solo un elemento se ha mantenido inmutable: el golpe de Estado es un acto llevado a cabo por órganos del mismo Estado. Una breve síntesis aclarará la permanencia de este último elemento.

Sobre los actores (quiénes lo hacen): la expresión Coup de’État ha adquirido carta de ciudadanía en Francia (y en numeroso países), tanto es así que Gabriel Naudé escribía, ya en 1639, sus Considérations sur le Coup d’État. Para Naudé las varias acepciones se confunden en una sola: la “razón de Estado”. Es decir, justificación, basada en la conveniencia política, que un gobierno aduce para actuar de una manera determinada. Por ejemplo: “El portavoz hizo hincapié en la lección que supone el consenso logrado para demostrar a la sociedad que si hay razones de Estado, la clase política es capaz de ponerse de acuerdo”. Estado es distinto de gobierno, pero no hay Estado que experimente las características del gobierno en el poder. Y en los autoritarismos, Estado, gobierno y partido se confunden en un solo poder. Así ocurrió en todos los países de socialismo autoritario. Y en las dictaduras de derecha o izquierda.

La expresión así acuñada se ha delimitado cada vez más con el advenimiento del constitucionalismo. El constitucionalismo es la forma de organizar un Estado con base en una ley suprema, que el resto de las normas jurídicas deben respetar, la Constitución, que asegure al pueblo la igualdad, el goce de sus derechos naturales, el respeto a su dignidad humana; y organice y limite los poderes del Estado, diferenciando entre poder constituyente, propio del pueblo soberano para darse una constitución y poder reformarla, y los poderes constituidos que gobiernan con base en ella, limitados unos por otros, y son elegidos por la mayoría popular.

Si bien hubo antecedentes importantes en Inglaterra de reclamos de normas que limitaran el poder monárquico, logrados con la sanción de la Petición de Derechos de 1677, el Acta de Habeas Corpus de 1679 y la Ley de Derechos de 1689, esta tendencia de organizar los Estados por medio de constituciones se consolidó luego de que se pusiera fin al poder ilimitado de los reyes, tras el triunfo de la ideología de los pensadores iluministas, concretado en la Revolución Francesa que acabó con el Antiguo Régimen, y sentó la base de las democracias modernas, con su división de poderes.

Pero el constitucionalismo se nutrió del pensamiento de los antiguos griegos, particularmente de Sócrates, Platón y Aristóteles, tres de los más grandes pensadores de todos los tiempos. Ya Homero, tres siglos antes, había observado que es en el ágora, o espacio público, donde los hombres de la cité, reunidos en asamblea, hacen la leyes tras deliberar sobre cómo organizar la sociedad. Con el crecimiento de la población ya no fue posible la “democracia directa” y se pasó a la representación, por vía de sufragio universal, directo y secreto en las repúblicas. En los reinados operan las monarquías parlamentarias. De modo que, históricamente, es la asamblea, reunida en el ágora, donde nace la democracia, como obra de individuos autónomos. Revisando la historia, es posible concluir que la asamblea es el poder originario y fundamental, por encima del Ejecutivo. El presidencialismo de nuestras constituciones es, pues, un factor no democrático.

Esto puede ser constatado en los escritos del filósofo holandés Baruch Spinoza (1596-1650), a partir del cual podemos definir la democracia como la organización de la comunidad que tiene por efecto el que tanto los individuos como los gobernantes conducen sus acciones en conformidad con los principios de recta razón. La mayor potencia que el poder soberano, el del príncipe, puede adquirir es el que se apoya en el reconocimiento de su autoridad por aquellos, el pueblo, sobre los cuales es ejercida. Y tal es el fundamento de la democracia.

Fue Estados Unidos el primer país que tuvo su Constitución escrita en septiembre de 1787, con un procedimiento rígido de reforma, y donde se estableció la división de poderes. Luego se añadieron diez enmiendas para consagrar los derechos de los habitantes. A esta Constitución estadounidense, le siguieron las de Francia, de los años 1791, 1793 y 1848. Suecia tuvo su Constitución en el año 1809, y España tres años después. En América Latina, fue pionera Venezuela, en 1811, cuya Constitución fue promulgada y redactada por Cristóbal Mendoza y Juan Germán Roscio, y sancionada por el Congreso Constituyente de 1811, el día 4 de diciembre. Duró un año. Le sucedió Colombia, que estrenó su carta magna en 1819.

Dada esta historia, son relevantes los cambios de gobierno violando la Constitución, generalmente de manera violenta, y por parte de los mismos detentores del poder político. Decantados así los fenómenos, y contrastados con los tiempos recientes, la respuesta a la primera pregunta –quiénes hacen o dan los golpes de Estado– es categórica: los titulares de los sectores claves de la burocracia: los jefes militares, y solo ellos. Los pronunciamientos llamados cívico-militares no son más que un pretexto que enmascara la realidad de las cosas: las armas deponen al gobierno constitucional, a las cuales se le pegan algunos civiles para formar, luego, una junta de gobierno, presidida por un civil. Esta es nuestra tragedia y nuestra comedia.

En cuanto a la segunda pregunta –cómo se hacen o realizan los golpes de Estado– la cuestión es más sencilla. Todas las investigaciones y los hechos empíricos –en todo el mundo moderno– demuestran que se realizan mediante una conspiración subterránea, oculta, silenciosa, más o menos lenta, iniciada por militares con mando de tropa, con el fin de apoderarse del poder mediante una acción armada sorpresiva. Y esta característica es fundamental.

Conclusión: las grandes manifestaciones que vio el general Padrino López eran de civiles, fueron anunciadas, con calendario abierto y público, por el presidente interino de Venezuela y de la Asamblea Nacional, órgano civil y esencia de la democracia. No fue, pues, como es obvio, ni una acción militar ni sorpresiva. ¿Son estas manifestaciones populares, convocadas abiertamente y con fecha definida, un golpe de Estado?

Reflexione más y mejor, general Padrino López. Tome la decisión correcta. Oriente a la FAN hacia la Constitución. No elija la inmolación, no elija la opción de Ceaucescu en Rumania, o de Gadafi en Libia, odiados por sus pueblos. Nadie desea eso. Solo creemos que usted es una de las decisivas claves para una transición pacífica, ordenada, jurídicamente correcta. El deber ser, y no el ser, de facto, que ahora tenemos, cuyo apellido es Maduro. Piense en sus compatriotas. La historia no lo ha condenado, todavía.


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