Al menos 68 personas han muerto en Guatemala tras la violenta erupción del volcán de Fuego el domingo en la tarde, según los datos oficiales que replica la prensa local.

Ríos de lava y lodo hirviendo sepultaron el caserío El Rodeo de Escuintla, en el sur del país. El máximo responsable de la Coordinadora Nacional para la Reducción de Desastres, Sergio García, afirmaba que al anochecer del domingo se contabilizaban, además, 20 personas heridas, otras 3.100 evacuadas y un total de 1,7 millones de ciudadanos afectados por la explosión. De momento se desconoce el número de desaparecidos y el de refugiados, pues muchos de ellos han buscado acogida en casas de familiares o amigos. Las cifras fueron aumentando.

Tres erupciones previas, que comenzaron desde el martes 29 de mayo, daban avisos de la tragedia que se venía.

La tercera explosión fue la definitiva. Solo 48 horas después de que entrara brutalmente en erupción comenzó de nuevo el caos. Esta vez no fue una erupción, sino el movimiento del lahar, un flujo de sedimento y agua a altas temperaturas, aún más peligroso que la lava, que había quedado blando desde la primera explosión, y que comenzó a deslizarse ladera abajo por el cauce del río arrasando con todo lo que encontraba.

En ese momento cientos de miembros de protección civil, militares, bomberos, ambulancias y campesinos comenzaron a correr en dirección contraria al volcán. Al mismo tiempo, el pánico se apoderó de la ciudad de Escuintla, cabecera municipal del departamento que lleva su nombre, y que ejerce de centro de avituallamiento en las labores de búsqueda.

Rumores, caos y la tragedia finalmente, “la actividad del volcán de Fuego continúa» decían las autoridades, pero nada de esto provocó la evacuación inminente… llegó la muerte para muchos.

Toneladas de arena, tierra, agua, ceniza y lava se vertieron en las laderas del volcán de Fuego, haciendo honor a su dantesco nombre, provocando inundaciones, el colapso del sistema eléctrico y escasez de alimento y agua potable; un escenario mortífero y un olor putrefacto se apoderaron del ambiente, sin saber con certeza si se trataba de animales muertos o de cuerpos de personas fallecidas tras la erupción.

Nuevamente las carencias de un pueblo, y la falta de programas de protección civil salieron a la luz.

Los guatemaltecos viven momentos de luto y con cada tronar del cielo entra el temor pensando en el estremecimiento de la tierra.

Deseamos que pronto los guatemaltecos recuperen su tranquilidad, y tras las cenizas, polvo y estructuras derruidas, renazca la valentía de un extraordinario pueblo.


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