Para nadie es un secreto hoy día, aunque sí sorpresivo, el súbito viraje que se produjo en la política venezolana a partir del 10 de enero cuando Nicolás Maduro se juramentó frente al sedicente Tribunal Supremo de Justicia. Este hecho usurpador produjo que el presidente recién juramentado en la legítima Asamblea Nacional, el desconocido parlamentario Juan Guaidó, lo hiciera ante el pueblo el 23 de enero como presidente interino por mandato de la Constitución. Toda Venezuela indignada por el malestar ocasionado por el ineficiente y corrompido régimen se volcó a apoyarlo. Del mismo modo procedió la comunidad internacional de manera categórica y decisiva.

Desde ese preciso momento, Guaidó se convirtió en el líder de un pueblo somnoliento que vivía en la orfandad desde mediados del año 2017, cuando se retiraron las protestas de calle. De manera que el resto de potenciales candidatos opositores que pretendían ser los sucesores de Nicolás Maduro quedaron sin ningún tipo de posibilidad de acomodar sus posaderas en la codiciada silla de Miraflores. Evidentemente, este hecho elimina un elemento potencialmente conflictivo en los partidos opositores, como son las luchas en los procesos intestinos por las candidaturas; procesos conocidos como elecciones primarias. Igualmente, descabeza la figura del outsider y el camino le queda expedito.

El “mesías” anunciado por los profetas para liberar al pueblo logra endosarse 85 % de compatriotas que rechazan frenéticamente a Nicolás Maduro. Es poseedor de un innegable poder que le permitirá actuar con las manos libres; se despojará sin mayores inconvenientes de las amarras que ordinariamente les colocan los apoyos condicionados de organizaciones amigas. Puesto en escena el destacado dirigente de Voluntad Popular, comienza a presentarse una atmósfera diferente, de indudable mayor movilidad; es natural que así sea. El tiempo de Maduro en el poder, aparentemente, se reduce de manera substancial, y como consecuencia se generan ciertos reacomodos de puertas hacia dentro.

El Frente Amplio Venezuela Libre seguirá ocupando un lugar protagónico en el desarrollo de la campaña electoral, si es que la situación del país se solventa a través de un proceso eleccionario. Los partidos políticos continuarán agrupados como lo vienen haciendo desde la génesis del FAVL. Es una buena oportunidad para ellos, a los partidos políticos me refiero, para reponerse y retomar la musculatura que todos deseamos logren para fortificar la democracia junto con las nuevas generaciones que pasan a sentase en primera fila del teatro. Nueva generación que terminará de desplazar a los dirigentes provenientes de la década de los ochenta y noventa que todavía quedan por allí. Gordo error sería desechar el conocimiento, la experiencia de muchos cabellos canos.

El Frente Amplio Venezuela Libre no morirá sino cuando se afiance la democracia, cuestión que seguramente se llevará un buen tiempo. Lo deseable sería, en todo caso, que se acortara la existencia del FAVL, y que los partidos políticos asuman su papel con toda libertad, como es natural.

Podemos predecir que la formación del gobierno de Juan Guaidó será algo semejante al diseño de la administración de Raúl Leoni, del partido Acción Democrática, que arranca con la coalición de amplia base, alianza con los partidos de entonces, URD Y FND. Ojalá que este gobierno democrático que presidirá el varguense tenga mejor suerte y mayor larga vida.

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