No hay que devanarse los sesos pensando mucho para llegar a la conclusión de que el gobierno usurpado por Nicolás Maduro tiene un tiempo predeterminado, básicamente, por el caos general, sin menospreciar el ingente esfuerzo hecho desde hace varios lustros por las fuerzas democráticas. Es el caso que un país como el nuestro, infortunadamente sin electricidad, sin gasolina, sin agua, sin gas, para nombrar algunas carencias solamente, no puede sobrevivir por mucho tiempo. La finitud y el peso de la ignorancia, de la corrupción, abrirán la tierra para sepultar al régimen y al socialismo perpetuamente, esa es la tarea de por medio.

Estamos a la puerta de dar el último paso que nos conducirá al gobierno de transición; el paso más importante de la trilogía establecida por el presidente (e) Juan Guaidó hasta llegar a la última etapa: elecciones libres. He aquí el quid del asunto. Hasta la fecha no hay confianza de los venezolanos en el voto como elemento de solución de trances que garantice la realización de elecciones libres y justas que aprueben la alternancia en el poder. En fin, para hablar de elecciones competitivas comienza, como punto primordial, por reinstitucionalizar al Consejo Nacional Electoral. Es este uno de los motivos de que exista tanta desconfianza en el diálogo para llegar a un acuerdo, aparte del latiguillo, como si se tratara de un tic, de que con delincuentes no se negocia; por el contrario, con estos como con los secuestradores hay que conversar.

El diálogo en Noruega con el fin de tratar de llegar a un acuerdo entre el régimen del usurpador y la dirección política que lidera Juan Guaidó debe ser vista, más allá de una estrategia para engañar incautos opositores, como una demostración de auténtica debilidad que se encadena con sucesos como el 30 de abril, con la libertad o fuga, como mejor prefiera, de Leopoldo López y posteriormente de Iván Simonovis. O el gagueo del fiscal general, Tarek William Saab, cuando trató de explicarle a un periodista que le preguntaba por qué Guaidó no había sido detenido por la policía política, Sebin. Estas fragilidades indirectas del dictador se producen, son consecuencia, del cerco que desde la comunidad internacional y de la misma sede de la Casa Blanca se viene reiteradamente forjando. Por cierto, algunos inmortales críticos sobre todo lo que tenga que ver con diálogo o negociación alertaban de la coincidencia con las palabras del presidente Trump la semana pasada: “Venezuela está a las puertas de un acontecimiento histórico” y el gobierno. De inmediato, este, el régimen, viaja a Oslo para encontrarse con la oposición nacional. El economista García Banchs, por ejemplo, escribía en tono de censura sobre este punto advirtiendo que Nicolás Maduro lo hacía temeroso por las recientes amenazas del presidente norteamericano. Bueno, eso es precisamente lo que se busca con todas las acciones que se vienen llevando a cabo desde el extranjero: que el régimen aterrorizado acceda, finalmente, a echarse a un lado o aceptar la realización de elecciones que es el meollo de todos estos aconteceres, ese es precisamente el trabajo que se viene haciendo.

Ahora, para ir terminando, del mismo modo la oposición venezolana con Juan Guaidó al frente debe recurrir en tiempo breve, el reloj del tiempo avanza a todo dar, a la aplicación de medidas más concluyentes como el artículo 187.11 de nuestra Constitución; ambas, aquellas y estas, no son incompatibles. Un país desolado, en ruinas, que no dispone de electricidad ni gasolina, ni agua ni gas; sin que se vean probabilidades de solventar estos problemas, evidencia que es inhumano esperar sentado como el sadismo, la perversión del régimen muele alevosamente a su población.

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