No se precisa ser muy perspicaz para llegar a la conclusión de que el desenlace de la situación está cercano. ¿Cuán cercano? No sabemos.

Los reveses que viene recibiendo el régimen son cada vez más frecuentes y devastadores, lo cual resulta en que ya desde Miraflores no existe posibilidad real de imponer agenda alguna, sino que el ritmo lo fijan el presidente encargado y la Asamblea Nacional aprovechando también el apoyo internacional que nunca ha sido tan sólido.

Muchos se preguntan cómo es que a estas alturas, con pronunciamientos tan contundentes como el del gobierno de Estados Unidos, el de la Sra. Bachelet en su condición de alta comisionada de Naciones Unidas para los derechos humanos, el Grupo de Lima, el Europarlamento, Almagro y pare Ud. de contar, los usurpadores no hayan tirado la toalla; ni por el otro lado quienes tienen la posibilidad de utilizar la fuerza se sigan conformando con rimbombantes declaraciones que no se acompañan con acciones concretas. La otra vertiente –que nos luce mejor– es la de esperar que el cerco político, diplomático y sobre todo económico termine de erosionar las ya escasas posibilidades de supervivencia de quienes aún se mantienen en control de la administración del Estado y de su fuerza. Esta opción sin duda es la que viene teniendo éxito aunque el mismo sea gradual.

La gente se pregunta cómo es que tantos países –y especialmente Colombia, con el contundente apoyo verbal y logístico ofrecido por el presidente Duque– a la hora de la verdad terminaron “arrugando” el día trágico y crucial cuando se había creado la expectativa mundial ante el casi seguro ingreso de la ayuda humanitaria a Venezuela. Peor aún, apenas días después los miembros del Grupo de Lima en su reunión de Bogotá terminaron asegurando formalmente al usurpador que definitivamente no se contemplaban ni contemplarían acciones de fuerza en territorio venezolano. Solo Estados Unidos seguía afirmando –cada vez con menor énfasis– que “todas las opciones” siguen sobre la mesa, mientras Brasil se ha mantenido en actitud expectante.

Lo que ocurre es que hay que entender que la política internacional de cada país está casi siempre supeditada a las necesidades de su política interna. En efecto, ni Colombia ni otras naciones disponen de  recursos económicos, ni sus gobiernos del piso político suficiente, que les permitan afrontar aventuras extranjeras mientras en el frente interno siguen sin resolver reivindicaciones importantes de sus propios ciudadanos que –al fin y al cabo– son los que votan en sus elecciones. Se ha sabido ya de manifestaciones y otras presiones cuyo objeto es reclamar a esos gobiernos que reenfoquen el énfasis y el gasto en las prioridades internas. Aun cuando sea meridianamente cierto, es difícil que un ciudadano latinoamericano y menos limítrofe, agobiado por sus carencias, pueda entender y aceptar que la erradicación del foco infeccioso en Venezuela es determinante para impedir la contaminación en su país.

Es por ello que hasta el momento lo único que ha resultado concretamente efectivo son las sanciones impuestas por el gobierno norteamericano, tanto en forma directa como por la vía de amenazas a quienes no se plieguen a las mismas. Es el lujo que solo se puede dar el hegemón de la región sin perjuicio de otras consideraciones –muy opinables– que pudieran ser hechas. El instantáneo reconocimiento a Guaidó, las sanciones a Pdvsa, el cese de la importación de crudo y exportación de sus subproductos, el asilamiento impuesto en el circuito financiero internacional, el aseguramiento de activos, las acusaciones judiciales, etc., han sido las únicas que efectivamente han ido quitando el oxígeno a la dictadura, que en su desespero no cesa ya de gastar sus últimos cartuchos en medidas tan insólitas como inútiles. Por lo que parece, hasta Rusia aceptaría dejarlos caer por la borda a cambio de otras ventajas geopolíticas, y hasta los chinos pudieran flexibilizar  su solidaridad a cambio de alguna garantía de pago para sus acreencias. Lo anterior sin perjuicio de las gestiones que se rumora están en marcha para garantizar un desembarco suave en otras latitudes a quienes ya están en plan de abandono de la nave que se hunde: las “ratas” que se llaman.

El presidente (E) Guaidó hasta ahora viene abordando los retos con prudencia y planificación en medio de los apuros y presiones que son consustanciales con situaciones de gravedad. Teniendo en cuenta cuán lejos se ha llegado, luce sensato permitirle seguir su ritmo, pero estando siempre atentos a las acechanzas que inevitablemente se presentarán, siendo la mayor y peor de ellas la posible aparición de agendas personales o grupales que aspiren o pretendan capitalizar o secuestrar en su favor los dividendos de tantos sacrificios.


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