La libertad, entendida como ausencia de coacción, es algo que la mayoría de gente, a priori, buscaría preservar. Casi todo el mundo acepta que cada cual es libre de actuar como le plazca sin perjudicar a otros, pero hay mucho debate sobre cuándo una persona empieza a invadir la libertad y el espacio ajeno. Son muchos los que señalan la supuesta pobreza de países capitalistas y justifican medidas tan drásticas como impuestos de 55% para corregir ese problema.

En este artículo, intentaré defender una posición liberal respecto a este tema, y defender la mínima intervención del Estado sobre la vida de las personas, una posición contraria a la de gran parte de quienes se autodenominan «defensores de la libertad».

Con los datos en la mano, la regulación sobre la economía de un país es inversamente proporcional al bienestar de la población. Los países con una economía más libre, vistos en rankings como el Heritage o el del Instituto Fraser, son los que disfrutan de una menor tasa de desempleo, llegando a tener incluso 2% de desempleo como Singapur, segunda economía más libre del mundo, y chocando con países tan autoritarios como Zimbabue, con una tasa de desempleo de más de 70% y una de las mayores inflaciones del mundo. También es destacable el caso de Venezuela, que siempre tiene la desgracia de ocupar un lugar entre los tres países con menor libertad económica, junto a Cuba y Corea del Norte. En vez de seguir el camino de Singapur, Hong Kong e Irlanda (con un crecimiento muy superior a la media y altísima calidad de vida), Venezuela eligió las medidas socialistas que han llevado y llevarán siempre a la pobreza más absoluta. La evidencia es clara. Por poner un ejemplo, aunque podríamos hablar de muchos más casos similares, España tenía hace cuarenta años la misma renta per cápita que Singapur. Hoy el país asiático posee una renta per cápita más de dos veces mayor que la española. Caminos distintos, resultados distintos.

El capitalismo, por tanto, no es la causa de la pobreza sino su remedio. No hace falta más que ver cómo ha caído la pobreza en el mundo. Aunque la izquierda se llene la boca con el aumento de la pobreza extrema en el mundo, esta ha caído hasta menos de 14% a escala mundial y llega a ser inexistente en países con una regulación tan baja en la economía como Liechtenstein. En vez de fijarnos en los sentimientos y asentir ante el dogma, debemos fijarnos en lo que funciona y lo que no. Si de verdad nos importan los pobres, debemos ser honestos con nosotros mismos y tomar medidas de forma objetiva. La pasión no puede nublar la razón. Abandonar la verdad significa, inevitablemente, la destrucción de cualquier nación. Cada vez que un político socialista hable de la pobreza en países capitalistas, enséñele los índices de pobreza en Singapur, Liechtenstein, Suiza e Irlanda y compárelos con los de Cuba. Cada vez que hablen de subirles los impuestos, enséñenles el caso de Irlanda, que bajando en 2015 el impuesto de sociedades a 12,5%, creció a 26,3% ese año.

Pero la superioridad del capitalismo sobre el socialismo no se ve solo en la práctica, sino también en la moral. Mientras en socialismo es el Estado el que te dice cómo tienes que actuar y manipula la sociedad a su antojo, en capitalismo son los ciudadanos los que libremente eligen su camino, siguiendo sus intereses y bajo el principio de igualdad ante la ley, sin violentar a otros y sin ser violentados.

La realidad es la que es. Ante los intentos de colectivizar a los ciudadanos, son estos los que deben dejar claro que son seres individuales y únicos, que aún hay sitio para la libertad y que no se la dejarán arrebatar. Eterna vida al progreso, eterna vida a la libertad, eterna vida al capitalismo.


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