José Ortega y Gasset

Conviene leer a los grandes pensadores del pasado porque ello nos permite conocer mejor el presente. En 1930, José Ortega y Gasset decía a los estudiantes reunidos en el paraninfo de la Universidad de Madrid, que exigían una reforma universitaria, que la misión fundamental de la universidad era transmitir la cultura y que esa misión estaba por encima de sus otras dos (la enseñanza y la investigación), porque si bien estas últimas eran partes importantes de la vida, la cultura era la vida misma. Cada época o tiempo histórico posee un repertorio de ideas sobre el mundo. Ese repertorio es precisamente la cultura y ella le es al hombre imprescindible para desenvolverse correctamente. “La cultura es la que salva del naufragio vital, la que permite al hombre vivir sin que su vida sea tragedia sin sentido o radical envilecimiento.” La cultura es imprescindible para estar “a la altura de su tiempo”.

El cúmulo de conocimientos de nuestra época, decía Ortega, es exorbitante y no es posible, como en la antigüedad, que alguien pueda cubrir ni siquiera someramente el gigantesco volumen de saberes existentes. Pero tampoco nadie, sin gravísimas consecuencias, puede sustraerse a la cultura. Quien no domine las ideas básicas de su tiempo (imagen física del universo, temas centrales de la tecnología, conocimiento de la historia, funcionamiento básico de la economía, la sociedad y la política, principales corrientes del arte y la filosofía, etc.) es un bárbaro. Podrá ser un buen médico, ingeniero o matemático, pero todas sus otras actividades serán deplorables. “Si, por desgracia, uno de estos bárbaros modernos llegara a tener un poder omnímodo en la sociedad a la que pertenece, las consecuencias serían catastróficas”. Años después, Hitler, Mussolini, Stalin, Mao, Pol Pot, Fidel, Chávez y otros más se encargarían de darle la razón.

Ser culto no significa poseer un conocimiento erudito en uno o en varios campos del saber, sino conocer y dominar los elementos más significativos de los grandes temas de la época, como bagaje necesario para elaborar una síntesis o quintaesencia de la totalidad y con ella poder recrear una imagen integradora razonablemente fiel del mundo y del hombre de nuestro tiempo. Eso permite saber porqué las cosas son como son, porqué ciertas ideas son erróneas y porqué algunas decisiones políticas generan resistencias y desatan conflictos que perturban el orden, la convivencia y el progreso de las naciones.

“Hoy atravesamos una época de terrible incultura”, proclama Ortega a los estudiantes madrileños. De esa carencia culpaba a las universidades del siglo XIX que deslumbradas por la ciencia y la tecnología relegaron la cultura a un segundo plano. “Si esa barbarie, en el frenesí de una revolución, las arrasase, les faltaría la última razón para quejarse”. Justamente lo que ocurrió a las universidades en los países en los que acontecieron las grandes conmociones temidas por Ortega. Lo acontecido en España (la Guerra Civil) y en el resto de Europa (los totalitarismos de izquierda y derecha), demostraron dramáticamente lo acertado de su predicción. “Hoy mandan en las sociedades avanzadas las clases burguesas, pero si mañana mandaran los obreros, la cuestión sería idéntica: tendrán que estar a la altura de su tiempo, de otro modo serán suplantados”. De nuevo, los acontecimientos de la URSS y China confirmaron lo acertado de su juicio.

Todo lo expuesto tiene un fin premeditado: preguntarnos si la situación actual de Venezuela tiene relación con las ideas del gran pensador. ¿Nuestros dirigentes políticos, empresariales, culturales y sociales han estado a la altura de su tiempo en estos años de desgracia nacional? Obviamente que no, de haberlo estado, la situación sería mucho mejor. Si los dirigentes de ayer, los de la mal llamada cuarta república (1958-1998), fueron incultos, y hay razones para decir sí lo fueron, los actuales, los que treparon al poder con el triunfo electoral de Hugo Chávez en 1998, lo son muchísimo más. Se evidencia en lo que dicen, hacen y en sus propios rasgos personales: arrogantes, engreídos, cínicos, mentirosos y crueles. Toda una manifestación de incultura. Carecen de los principios éticos y culturales necesarios para superar sus complejos y sus bajos instintos.

La hecatombe ocasionada por los regímenes totalitarios del siglo XX (fascismo, nazismo y comunismo) no fue impedimento para que el chavismo venezolano tomara como modelo de gestión el castro-comunismo cubano, remedo de aquellos sistemas fallidos. No hay mayor prueba de incultura, en el sentido orteguiano, que esa bárbara decisión que asoló al país. Pero la cosa no termina allí. La dirigencia opositora también tiene ese trastorno. En el momento crucial de la lucha, cuando el régimen había perdido el apoyo popular y se encontraba en situación precaria, los dirigentes de la oposición se fragmentaron por razones que jamás podrán justificar ante el país. Frustraron a millones de compatriotas que en medio de atropellos, persecuciones y muertes habían luchado con ellos por años. La inmensa masa opositora se desalentó, se inmovilizó y se refugió en la abstención electoral. Así se abortó la derrota aplastante del chavismo que, con todo y sus marrullerías, se hubiera producido en los comicios de 2017 y 2018. Ante esa experiencia surge la pregunta obligada: ¿seremos capaces de salir del desastre nacional con dirigentes, de uno y otro bando, que no están a la altura de su tiempo?

 


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