En el atestado estadio que grita, anima y ondea banderines y muestra su estruendoso fanatismo por los equipos que se enfrentan en el juego, el pitcher se prepara para lanzar la pelota. El beisbol es un deporte que se basa en la destreza del pitcher secundado, desde luego, por el equipo que sabrá qué hacer cuando la pelota conectada por el bateador entra en el campo bien sea por el aire, en contundente linietazo o rodando velozmente por el terreno de juego. Los jugadores se movilizan porque su obligación no es otra que capturar la pelota y evitar que el bateador o los compañeros que ya han conquistado las bases corran a salvo y pongan el juego a su favor.
El pitcher controla el desarrollo del partido. Sus lanzamientos son decisivos, triunfales o desacertados. Es dueño del tiempo, sabe cómo agarrar la spalding y hacer que al salir disparada por la energía de su brazo sea capaz de engañar al bateador torciendo ligeramente su rumbo antes de caer en la mascota del catcher y pueda verse el gesto del umpire decretar que al no conectar la pelota las tres veces que señala el reglamento el bateador queda ponchao o puesto out y el jugador regresa a su cueva llamada dugout molesto o resignado.
El pitcher tiene en sus manos la pelota que lanzará hacia el bateador de turno con el único propósito de evitar que la golpee con el bate. Si el bateador lo logra puede provocar una exitosa carrera y asegurar el triunfo de su equipo al pisar el home. La gloria del bateador se mide en la posibilidad de alcanzar en un hit la primera base. En un tubey, la segunda, y con el tribey la tercera base llamada antesala porque si saca la pelota fuera del terreno de juego sin ser foul habrá realizado la jugada suprema del home run: recorrer jubiloso todas las bases y llegar a home convertido en Ulises.
El beisbol es un deporte en el que la mente, la agilidad psicológica ejercen dominio sobre la tonalidad muscular. La mayoría de los jugadores profesionales son gordos y feos y escupen todo el tiempo.
El Magallanes ha sido siempre mi predilección, pero cuando supe que Hugo Chávez era magallanero me pasé inmediatamente a las Águilas del Zulia solo porque estaban lejos de Caracas. ¡Al morir el Nefasto volví al Magallanes! Siendo adolescente, los navegantes contrataron a un negro americano para ocupar el centerfield. El hombre resultó ser la atracción de las multitudes. Corría desesperadamente y atrapaba la pelota milímetros antes de tocar la grama: ¡la célebre atrapada de cordón de zapatos! ¡Era la estrella! Objeto de aplausos y ponderaciones. Pero el Magallanes lo despidió porque descubrió que era un mal jugador, un pésimo centerfielder.
Si observara detenidamente a los bateadores, sabría que este batea hacia la derecha o este otro envía la pelota hacia la izquierda o batea corto o largo. Entonces se colocaría algo más hacia la derecha o hacia la izquierda y no tendría que hacer esfuerzos heroicos sino que daría dos o tres pasos y atraparía la pelota con elegancia. Le faltaba concentración, un asomo de psicología. Actuaba como muchos políticos venezolanos que tienden a situarse a la derecha (negando siempre serlo porque en nuestro país político ¡nadie es de derecha! ¡Germán Borregales acusaba al doctor Caldera de ser comunista!) o ponerse a la izquierda en lugar de colocarse en el centro, y según sean las eventuales circunstancias plantarse a la derecha o a la izquierda pero cuidando regresar al centro; y en lugar del negro americano del Magallanes tratar de ser mejor político y acertado centerfielder, es decir, no ser decididamente adeco o copeyano (¡mucho menos comunista o algo gaseoso pero perverso como el chavismo o peor aún, como el militar autoritario), sino como alguien que anhela que el país viva mejor, sea saludable y piense más en el futuro. Que pueda cosechar y alimentar a otros con los frutos que ha recolectado. Que aspire a vivir en paz. Que pueda mirar a los ojos del vecino o al hombre o a la mujer que pasan junto a él seguros de que no van a ser atracados.
¿Adeco? ¿Copeyano? ¿Chavista? ¿Primero Justicia? ¿Para qué? ¡Lo mejor es ser venezolano! ¡Amar al país!
¡El pitcher tiene la pelota en sus manos! Conoce las técnicas del lanzamiento. La manera de colocar los dedos y el ligero movimiento de torcer la muñeca al lanzar la pelota hacia el home con asombrosa velocidad. Lo que ignora es que no tiene solamente una pelota en la mano. ¡Hay algo más! La pelota es una esfera. Es redonda. Es una alegoría del mundo, símbolo de la perfección, porque no tiene principio ni fin. Símbolo de lo infinito: la esfera, la pelota que tiene en sus manos es como el mar: siempre igual a sí mismo. ¡Es un tesoro!
Platón, al referirse al hombre paradisíaco, anterior a la Caída, lo juzgó andrógino y esférico, por ser la esfera (¡la pelota que el pitcher acaricia antes de lanzarla!) imagen de la totalidad y de la perfección.
¡Allí lanza la pelota! El bateador abanica con fuerza porque la pelota al llegar al home hace un giro, un esguince inesperado, cae en el guante del receptor y el bate pasa por encima sin encontrarla. ¡Derrotado y aturdido, el bateador va hacia el dugout!
¡Pienso en nosotros los venezolanos y me confundo! El pitcher tiene el mundo en sus manos. Nos esforzamos para tenerlo también en las nuestras, querer ser nosotros mismos y dejar de ser adecos o copeyanos o chavistas desaforados y comprender y adorar al país, pero cada vez que lo intentamos el árbitro, generalmente militar, con desatada energía gira sobre sí mismo, estira o suelta el brazo a un lado y grita que ¡estamos ponchaos!


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